Se acerca el fin
Nuestra actividad con los niños y niñas de Sinincay se va acercando a su fin. Creemos que estamos alcanzando las metas que nos habíamos propuesto. El resultado de los objetos artísticos que hemos elaborado es bastante bueno, aunque, como ya he dicho en alguna ocasión, el producto final no es lo que más nos preocupa. Para nosotros, más importante que eso es la convivencia con los menores durante los días que pasamos con ellos, el afecto que damos y recibimos, lo que nos divertimos; y también la emoción que implica dar vida con nuestras manos a un dibujo, a una pintura sobre camiseta o a un volcán; la alegría que genera la actividad creativa. Nos ha gustado participar en un trabajo colectivo, en el que todos hemos aportado algo, también los niños, por supuesto; y las ideas de uno no han invalidado a las del compañero, sino que, por el contrario, las han complementado y enriquecido.
Creemos que hemos sido capaces de ilusionar a los menores de Sinincay, en un proyecto que se ha visto beneficiado por la dimensión narrativa que ha aportado la historia del "volcán enfadado", una fantasía que nos ha permitido añadir un matiz mágico a nuestra obra, al explicarles que el Chimborazo podría hacer realidad sus sueños.
El año pasado, fue la primera vez que trabajamos en Sinincay, y teníamos muchas dudas sobre si realmente tendría sentido trabajar en este lugar. Hasta entonces habíamos trabajado en diferentes orfanatos de India y Nepal. También habíamos hecho esto mismo en una casa de acogida de Quito y en un orfanato de Cuenca. Nuestras reservas derivaban precisamente de que Sinincay no era un orfanato, a lo sumo se le podía considerar un "pueblo huérfano". Esta licencia poética, sugerida por algún amigo ecuatoriano, se basaba en el hecho de que efectivamente la mayoría de los niños y niñas de este pueblo tienen a sus padres trabajando en el extranjero, generalmente en los Estados Unidos.
Ya el año pasado vimos que nuestro trabajo aquí tenía pleno sentido, que estos niños, además de vivir en un ambiente muy humilde, tenían grandes carencias afectivas derivadas de esa peculiar situación de "semiorfandad". También para los niños que trabajan en las ladrilleras, o que compaginan sus estudios con esa labor, esta actividad vacacional tiene un valor especial, porque les aporta algo que no reciben en la escuela, ni trabajando en la empresa familiar. Por supuesto, nosotros no podemos solucionar sus problemas, pero sí podemos hacer un poco más agradable su existencia, regalándoles cariño, amistad, alegría, juego, color, creatividad, emoción, fantasía y diversión.
Este año estamos conociendo un poco mejor a los niños con los que trabajamos; notamos que tienen más confianza en nosotros, y nos hablan más abiertamente de sus circunstancias personales. Nosotros les escuchamos con atención, con respeto, y en muchos casos con admiración.
Las hermanas Araceli y Nataly tienen 6 y 7 años de edad respectivamente. Ambas vienen al primer grupo de la mañana, el que llamamos de los soles. Viven con su papá, su mamá, y su abuela, en Siccho, el sector de Sinincay en donde hay mayor número de ladrilleras. Las dos van a la escuela, pero al terminar las clases, y los sábados, ayudan a su madre en la cocina, y también en algunas tareas de la ladrillera. Serán afortunadas si logran concluir la educación primaria, porque la mayoría de los hijos de los ladrilleros interrumpen sus estudios antes de los 12 años para incorporarse tiempo completo al trabajo familiar. El año pasado leímos que unos 2.000 niños y niñas de Sinincay se encontraban sin escolarizar por estar trabajando con sus familias, generalmente en las ladrilleras, pero algunos también en talleres de marmolistas que abundan en Sinincay. Nos pareció una exageración, pero a todos los que preguntamos nos dicen que es posible que esa cifra se ajuste a la realidad, e incluso puede que se quede corta.
Kerly y Adrián son hermanos. Viven muy cerca del convento en donde desarrollamos las actividades. Son veteranos, porque el año pasado ya participaron en nuestro taller. Parecen dos niños extremadamente inteligentes. Adrián tiene 9 años y Kerly 7. Viven con su madre, que regenta una botica en la planta baja de su casa. Tanto la madre como los niños nos contaron que no hace mucho que el padre les abandonó. Participan con mucho entusiasmo en todo lo que organizamos. Adrián dice que le gustaría ser músico de mayor, mientras que su hermana Kerly afirma que quisiera ser "profesora casada". Adrián va a pedir a Chimborazo que le permita comer todo el helado que le apetezca. Su hermana, en cambio, mucho menos materialista, pedirá al volcán que su magia la emplee en hacer "que regrese su papá".
Geovanna, Roy y Cindy también son veteranos, porque al igual que sus primos Adrián y Kerly, participaron en el taller que organizamos el año pasado. Trabajan en el mismo grupo de sus primos, el primero de la tarde, el que llamamos de los corazones. Siempre van juntos los cinco. Geovanna es la mayor, con 11 años de edad, Cindy tiene 10, y Roy 8. Su mamá no trabaja, y viven con el dinero que el padre envía desde Chicago.
Estos breves apuntes, necesariamente superficiales, no explican lo que significa tener que trabajar desde muy pequeño para ayudar al mantenimiento de la familia; tampoco permiten entender lo que implica criarse sin la referencia de los padres. El trabajo infantil, que obliga a los menores abandonar la escuela antes de concluir su educación primaria, les priva de la posibilidad de labrarse un futuro diferente; pero, el problema que genera la emigración no es menor. Las monjas nos dicen que la ausencia de los padres está produciendo serios trastornos en los menores, aunque posiblemente este tipo de carencias, manifiesta su verdadera gravedad, cuando el joven llega a la adolescencia.
Sinincay, 22 de julio de 2009
José Luis Gutiérrez
Publicado el 23 de julio de 2009 a las 18:30.