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Blog de José Luis Gutiérrez Muñoz

Sonrisas de colores

De sol y de luna

Archivado en: De sol y de luna, india, literatura

Dentro de muy pocos días se pondrá a la venta De sol y de luna, un relato de 252 páginas en el que he narrado una experiencia personal muy intensa. La romántica fascinación por la India es el preludio de esta historia, llena de amor y de sufrimiento, en la que late la sospecha de que algunas existencias, por alguna extraña razón, están predestinadas a encontrarse y, aunque las separen miles de kilómetros, cuando lo hacen, comprenden al instante que, aun sin haber sido conscientes de ello con anterioridad, llevaban toda la vida buscándose.

El libro costará 14 €, lo que incluye gastos de envío a domicilio. De la venta de cada libro, un euro se destinará a Dididai, la asociación que trabaja en la educación y la mejora de las condiciones de vida de los niños y niñas de Bal Mandir con alguna discapacidad. Otro euro será para el "Grupo de los 10 €", que está becando a niños y niñas de Bal Mandir, y está ayudando a chicos y chicas ex Bal Mandir, que ya han salido del orfanato, para que puedan concluir sus estudios.

Los interesados en adquirir este libro podéis pedirlo a:

Alejandro Araújo

Editorial Alfasur

Tfno: 91 692 28 88

Fax: 91 692 44 65

araujo@zigzagdigital.com

 

Publicado el 18 de marzo de 2011 a las 13:45.

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Los toros también lloran

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Hace unos días estuve revisando fotografías de los primeros proyectos que llevamos a cabo en Matruchhaya, lo que me hizo rememorar un extraño suceso que presenciamos a las puertas del orfanato en noviembre de 2005.

En aquella ocasión habíamos decidido pintar, junto a los niños y niñas del hospicio, un mural en la vaya que forma parte del perímetro externo del albergue, la que le separa de un camino de tierra que conduce hacia la vecina barriada de chabolas, a orillas de una gran charca, cuyo nivel de agua asciende todos los años en la época de los monzones, hasta inundar el sendero y muchas de las infraviviendas que se yerguen junto a él.

Decidimos representar escenas cotidianas, para lo cual, pedimos a los niños y niñas de más edad que aportaran sus ideas en forma de dibujos, pero también solicité a los cuatro alumnos de la Facultad de Bellas Artes que me acompañaban, que realizaran bocetos basándose en todo lo que acontecía en las inmediaciones del orfanato. Entonces aprecié una singularidad en el modo de trabajar de mis alumnos: en lugar de representar la realidad dibujándola, y tomando anotaciones para analizar lo que se mostraba ante sus ojos, aquellos jóvenes creadores usaban profusa e indiscriminadamente la cámara fotográfica digital. Había mucho azar en esa frenética captura de imágenes, aunque lo cierto es que también había mucha improvisación en nuestro modo de abordar la composición pictórica del mural.

Me sorprendió que en ningún momento salieran mis alumnos a la calle armados con lápiz y papel, pero lo cierto es que entonces no le di importancia, deduje que los avances tecnológicos hacían ineludibles este tipo de transformaciones de los hábitos de trabajo artístico, y no me paré a reflexionar sobre sus consecuencias. En definitiva, esa manera de acercarse a la realidad era inmediata, fácil y barata. Además podía ayudarnos en nuestro propósito. Cada vez que alguno de mis alumnos salía al exterior, cámara en ristre, regresaba con cientos de imágenes, con la intención de que alguna de ellas pudiera ser utilizada en nuestro mural.

No lo hice entonces, ocupada mi mente como estaba en la organización de un trabajo colectivo de esas características, y tampoco ahora me detendré a especular sobre las implicaciones que esos nuevos medios están teniendo en la formación del talento artístico, prefiero limitarme a relatar la sorprendente consecuencia que en aquella ocasión tuvo el uso de la cámara fotográfica digital, aunque sinceramente he de reconocer que he tardado mucho tiempo en comprender el verdadero significado de lo que acaeció aquella tarde de noviembre.

Una de las imágenes que seleccionamos para el mural, mostraba dos vacas tendidas sobre el suelo, en actitud de reposo. Dos animales sagrados que contemplaban plácidamente, y con cierta indiferencia, el alocado deambular de personas y vehículos, como si su milenaria sabiduría y la incesante transmigración de sus almas, de una existencia a otra, las hiciera indiferentes a los afanes humanos. Fuimos fieles a las formas que aparecían en la fotografía, aunque a la hora de pintar, alteramos los colores de sus pieles por motivos puramente estéticos.

El año anterior habíamos pintado otro mural con los internos de Matruchhaya, en el patio de recreo del orfanato, un lugar alejado de la mirada de los curiosos. La diferencia fue notable, porque en esta ocasión, al trabajar en plena vía pública, teníamos que aceptar la presencia de numerosos transeúntes que se detenían a contemplar nuestra labor. Algunos niños y niñas de las chabolas pasaban horas observando cómo evolucionaba nuestro trabajo, deseosos también de participar en esa actividad, junto a los menores de Matruchhaya, pero no pudimos permitírselo, porque aquello habría desbordado nuestra capacidad organizativa y habría hecho inviable la actividad.

Entre los espectadores asiduos había algunas vacas que acudían diariamente a supervisar la pintura mural, y se quedaban contemplando detenidamente a sus dos congéneres que estábamos dibujando y pintando sobre la pared. Parecía que reconocían lo representado, y que aquella escena, aparentemente anodina, tenía para ellas un significado especial.

Conforme fue avanzando nuestro trabajo, fue creciendo el número de curiosos que se detenían a admirar nuestra obra, lo que nos obligó a delimitar el área de trabajo con una maroma extendida sobre el suelo. Beena, una joven interna de Matruchhaya con discapacidad intelectual, asumió por iniciativa propia la labor de vigilancia, recordando continuamente a los espectadores que no debían cruzar la línea. Beena se paseaba por la frontera que establecía la gruesa cuerda, cual policía, con una barita en la mano, que le confería cierta autoridad, amonestando seriamente a todo el que por descuido sobrepasaba el límite establecido.

Una tarde, cuando el mural estaba prácticamente concluido, escuchamos un lamento agónico que inmediatamente nos hizo abandonar los pinceles y acudir hacia el borde de la charca. A pocos metros de nuestra zona de trabajo, una vaca yacía tumbada en la charca, con la cabeza fuera del agua, mugiendo de un modo lastimero. Inmediatamente acudieron numerosas personas que trataron de ayudar al animal a salir del agua, aunque en ese punto la charca no tendría ni medio metro de profundidad. Yo no me explicaba cómo había podido ir a parar ahí el animal. Hacía pocos segundos que había visto pasar a esa vaca lentamente por el sendero de tierra, sin dejar de observar nuestro mural, y ahora la veía tumbada en la charca, mugiendo desesperadamente. No podía comprender qué la había hecho caer al agua. Tampoco entendía por qué no se ponía de pie por sí misma. Daba la impresión de que se estaba ahogando, pero sin embargo, tenía la cabeza fuera del agua.

Un muchacho que presenció lo ocurrido, gesticulando nos explicó que la vaca había caído al estanque, y con la cabeza dentro del agua, había tratado de respirar, lo que le había llenado los pulmones de agua y lodo. Otras vacas acudieron al lugar para intentar auxiliar a su compañera, pero poco podían hacer ellas. Unos hombres cogieron nuestra maroma, la ataron a la cornamenta del animal, y arrastraron a la vaca unos metros fuera de la charca. Presionaron repetidamente su abdomen para intentar hacer que expulsara el líquido que encharcaba sus pulmones, pero todos los intentos por salvar la vida del sagrado animal fueron infructuosos. Finalmente pereció.

Los hombres que habían sacado a la vaca del agua, cuando comprendieron que ya no había nada que hacer, nos devolvieron la cuerda y dejaron el cuerpo inerte de la vaca tendido en el suelo, a orillas de la laguna, rodeada de sus semejantes. Aquello parecía un auténtico funeral. Entonces me sorprendió descubrir lágrimas en los ojos de algunas de las vacas que velaban a la difunta, lágrimas negras. Juro que es cierto. Suerte que la dichosa cámara fotográfica digital, ubicua y siempre atenta, recogió el testimonio de cuanto digo, porque si no más de uno podría pensar que estoy contando una fábula. Las lágrimas eran negras, porque alguien había pintado los ojos de aquellos animales sagrados con "kajol", una pintura negra de ojos, con gran poder antiséptico, que utilizan las mujeres en India para estar más guapas, pero que también aplican a menudo en los ojos de los bebés por su propiedad desinfectante, y porque según dicen protege del mal de ojo. Hasta ese momento, nunca había visto "kajol" en los ojos de una vaca. Supongo que les pintarían los ojos para celebrar el Diwali, la más importante festividad hinduista, que se había celebrado hacía sólo unos días.

No tardé mucho en averiguar, porque era bastante evidente, que no todas eran vacas, había un toro que también derramaba gruesas lágrimas negras. Esas inquietantes lágrimas, única evidencia del llanto mudo de aquellos animales, sobre la cara del toro me parecieron todavía más conmovedoras. Entonces, por simpatía o contagio, también mis ojos dejaron escapar unas gotas, supongo que totalmente cristalinas.

El toro fue el último en abandonar el cuerpo yacente de la vaca. Empezaba a anochecer. Nosotros, consternados por el suceso, habíamos dado por concluida la sesión de trabajo tras el infortunio, y ya habíamos recogido todos nuestros trebejos. Con el rastro oscuro de su llanto nítidamente dibujado sobre su cara, el toro se dirigió lentamente por el camino de tierra hacia la ciudad, pero antes de dejar el lugar del infortunio, se dio media vuelta para contemplar por última vez la representación de la pareja de vacas que habíamos pintado en nuestro mural.

Mucho tiempo después, revisando las cientos fotografías digitales que trajimos de aquel proyecto, y reflexionando sobre lo acaecido, pensé que probablemente el toro de las lágrimas negras estaba directamente implicado en el aciago acontecimiento de aquella tarde. Llegué a la conclusión de que ese toro estaba retratado en nuestro mural. Le habíamos fotografiado al lado de una vaca, en una actitud que ahora me parece amorosa. Entonces creímos que la imagen seleccionada para pintar en el mural mostraba a dos vacas. Tal era nuestra ignorancia. Pero ahora me doy cuenta de que en realidad representamos al toro de las lágrimas negras, tumbado junto a una vaca en una romántica y tierna actitud amorosa.

Claro que, esa vaca que acompañaba al toro en nuestra pintura mural, no era la misma que inexplicablemente se ahogó en la charca frente al mural. Esto me hizo conjeturar que todo había sido motivado por los celos, que la muerte de aquella vaca no había sido accidental. Me pareció razonable pensar que aquella vaca, tras comprobar, a través de la nuestra representación, que su toro le era infiel, se había suicidado en la charca, frente a la evidencia de su injuria, de un modo ingenioso, sencillo y eficaz: metiendo la cabeza bajo el agua y respirando profundamente. Eso explicaba la expectación que aquella imagen había despertado dentro de la colonia vacuna del lugar desde que empezamos a dibujarla. Sin darnos cuenta, por culpa de la indiscreta cámara fotográfica digital, que toma imágenes atropelladamente, sin pararse a discernir ni comprender lo retratado, habíamos registrado una escena amorosa que evidenciaba la deslealtad del toro de las lágrimas negras.

 

José Luis Gutiérrez

Madrid, a 27 de febrero de 2011

 

Publicado el 27 de febrero de 2011 a las 22:00.

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Matruchhaya en "La noche temática" de La 2

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El próximo sábado 29 de enero, La 2, de TVE, emitirá nuestro documental "Color en Matruchhaya 09", en su programa "La noche temática". En esta ocasión "La noche temática", que empieza hacia las 23:30 de la noche, estará dedicada al tema: infancia sin padres. El programa emitirá tres documentales: "Los niños de la pasarela", "Color en Matruchhaya 09" y "Los desheredados de Manila".

El nuestro, realizado por mi compañero de la Facultad de Bellas Artes Ramón López de Benito, con ayuda de Lucía Cristóbal y de Sara Pérez, fue filmado en el orfanato indio denominado Matruchhaya en noviembre de 2009, refleja el trabajo que, desde hace 7 años, venimos realizando con los menores que habitan en ese orfanato, y permite conocer un poco mejor su vida y las circunstancias que les han conducido allí. Calculamos que se emitirá hacia la 1 de la madrugada, pero a partir de ahora, los documentales emitidos en este programa también se podrán ver en la página web de RTVE durante los 15 días siguientes a su emisión.

Publicado el 25 de enero de 2011 a las 19:30.

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Sinfonía nocturna

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Hace unos diez días tropecé en mi habitación. Inmediatamente comprendí que aquello no sería un simple traspié, sino que ineludiblemente terminaría una vez más con mi cuerpo en el suelo, y en ese instante emití un tenue grito de alarma, algo que no me gusta, que me parece ridículo, pero nunca logró reprimir, como si esa expresión, similar a la de los actores cuando son alcanzados en el cine por una bala, fuera consustancial a la caída. Amortigüé el impacto con los brazos, que instintivamente planté en una mesa que tengo a los pies de mi cama, y gracias a ello no me golpeé la cabeza, pero en cambio forcé una torsión hacia atrás de la espalda, que aún me mantiene dolorida la zona lumbar. Afortunadamente el incidente no ha tenido más consecuencias que esta especie de lumbago que no termina de desaparecer. Las innumerables caídas de estos últimos años me hacen ser cauto, por eso nunca cierro la puerta de mi habitación con cerrojo, y llevó siempre un teléfono móvil en el bolsillo con el que, desde el suelo telefoneé a mi hija Roshní, que estaba en el cuarto contiguo, y rápidamente vino a socorrerme. Una de las cuestiones más enojosas de las caídas es que, cuando estoy en el suelo, aunque no me haya hecho daño, soy incapaz de levantarme por mí mismo.

Pocos días después volví a tener un nuevo incidente. En esta ocasión fue en la planta baja, en un cuartito donde guardamos el material y tenemos un portátil con conexión a Internet. Me disponía a sentarme frente al ordenador, para enviar uno de estos correos en los que informo a los amigos de mis vivencias en Matruchhaya. Coloqué las muletas contra la pared, y con mucho cuidado avancé un poco con la intención de arrimar la silla, pero en ese momento apareció como un rayo mi querido Roni, un niño de 14 años de edad, que vino corriendo para ayudarme, pero fue tal su ímpetu que tropecé con él, caí aparatosamente y mi cabeza chocó contra el suelo. Una vez más, mi garganta emitió esa absurda exclamación. Rápidamente vinieron varios niños y niñas para socorrerme. Roshní tuvo que enviarles a todos fuera, porque la habitación era realmente pequeña. Ella y Alberto me pusieron en pie. No me hice más que un pequeño chichón, pero en cambio Roni estaba tan afligido, que tuve que esforzarme en consolarle disipando su sentimiento de culpa.

De esta última caída ya no queda prácticamente ni huella en la memoria, pero la primera aún se hace presente por las noches, cuando llevo un rato tumbado en la cama y empieza a dolerme la zona lumbar, lo que me obliga a levantarme, ya que de pie o sentado la molestia desaparece. Gracias a esta circunstancia, he descubierto todo un universo de sonidos nocturnos que hasta ahora me habían pasado un tanto desapercibidos, probablemente envueltos en la nebulosa del sueño.

Aunque en los últimos días ha empezado a refrescar, aquí todavía hace mucho calor, por lo que duermo con la ventana de mi habitación, en la segunda planta del orfanato, abierta de par en par, separado de la calle únicamente por una malla mosquitera que cubre el hueco de la ventana. Por ello, si estoy despierto, oigo perfectamente todo lo que ocurre en el exterior. A poco más de cien metros de mi ventana está el barrio de chabolas, una fuente inagotable de sonidos variopintos.

Con cierta frecuencia se pueden escuchar broncas descomunales entre hombres y mujeres, a quienes desde mi ventana no puedo ver por la oscuridad de la noche, ni entender porque discuten en gujarati, pero a juzgar por los gritos, parecen verdaderas batallas en las que pueden intervenir al tiempo más de veinte voces distintas, que se chillan unas a otras hasta la extenuación. La primera vez que escuché una trifulca de estas características, hace años, salí de la habitación sobresaltado para comunicárselo a alguien que pudiera dar aviso a la policía, pero la monja a quien se lo conté, sonrió y me dijo que aquello era habitual entre los bagris. Me explicó que aunque la bebida alcohólica está prohibida en Gujarat, los varones habitantes de esas viviendas precarias se emborrachan con frecuencia, y al regresar a casa se organiza el escándalo, y como prácticamente viven en la calle, todos los vecinos participan de la reyerta. Anoche escuché una de esas algarabías verdaderamente apoteósica. Me sorprendía que, después de una hora de contienda verbal, no se hubieran matado ya unos a otros, porque la vehemencia con que se desgañitaban, no parecía presagiar otra cosa.

Estas últimas noches he descubierto que los perros tienen una vida nocturna muy intensa, al menos aquí en India. Durante el día permanecen aletargados, tumbados en cualquier lugar donde no peligre su vida por el tránsito de vehículos, y apartados también de las zonas de paso de personas, que aunque no les agreden, tampoco les tratan con cariño. En cambio, por la noche se escuchan infinidad de ladridos, aullidos y quejidos con matices sonoros muy diversos, como si se hubieran contagiado de la exaltación verbal de los bagris, y también ellos quisieran sumarse a esa impresionante sinfonía nocturna.

Por otro lado, aunque ya va decreciendo, todavía perdura el petardeo, que supongo que sigue celebrando el Diwali. Anoche, cada vez que escuchaba una nueva explosión pirotécnica, y comprobaba que eran las tres o las cuatro de la madrugada, me preguntaba quién permanecería despierto a esas horas para encender la mecha de un nuevo petardo, y pensaba si no le llamarían la atención sus familiares o vecinos, pero a juzgar por la proliferación de este tipo de estallidos, ello debe contar con la bendición de toda la comunidad.

El tren, que desfila a unos quinientos metros de Matruchhaya, avisando de su paso con su pitido ronco y profundo, enriquece la gama de sonidos nocturnos. Anoche también llegaban hasta mi cuarto los ecos de unos cánticos monótonos y repetitivos, que debían provenir de algún templo hinduista. Además, a cualquier hora de la noche se puede escuchar el llanto de alguno de los bebés que duermen en una habitación próxima a la mía. A menudo, los demás se despiertan, se contagian del lloro del primero, y terminan todos berreando al tiempo. Muy temprano, hacia las cuatro de la madrugada, empieza a cacarear el primer gallo del poblado de chabolas, y poco a poco van sumándose otros, al tiempo que se van incorporando los balidos de las cabras de los bagris, el graznido de los cuervos, y el canto de diversas aves que quieren celebrar la proximidad del amanecer.

Hacia las cinco empiezan a escucharse los primeros sonidos humanos. Es muy frecuente el carraspeo insistente y escandaloso de algún vecino, hasta que consigue expectorar la flema que parece atascarle la garganta, y la escupe sin miramientos. A esas horas se comienza a oír en el orfanato el trasiego de cubos metálicos que son llenados de agua y trasladados de un lugar a otro. Muy pronto se oyen las primeras voces de los niños y niñas de Matruchhaya, que son la más hermosa señal acústica del comienzo del nuevo día.

 

Publicado el 7 de enero de 2011 a las 16:30.

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Calendario 2011 con los niños y niñas de Bal Mandir

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Nuestros amigos Blanqui y Alejandro, de Cabezón de la Sal, han impreso unos preciosos calendarios de 2011, con fotografías de niños y niñas de Bal Mandir tomadas durante el proyecto de este año. El precio del calendario es de 6 euros, y con el dinero recaudado intentarán ampliar la ayuda a los menores de este orfanato.

Además, cada vez hay más chicos y chicas que al hacerse mayores de edad y salir de Bal Mandir, encontrándose sin ningún tipo de apoyo, solicitan nuestra ayuda económica para poder finalizar sus estudios. A continuación facilito el correo electrónico y el teléfono de Blanqui, para que, quienes lo deseéis, podáis hacerle pedido a ella directamente:

blanca.prensa@gmail.com

620 40 50 12

 

Publicado el 6 de enero de 2011 a las 16:15.

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Stuti y Kinnari

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A principios de 2004 sabía que tenía que replantearme mi actividad artística, de hecho ya había cerrado mi taller de escultura, un lugar sagrado para mí, que durante muchos años había sido mi guarida. Desde sus escasos 20 m², traté de explorar el universo a través de una actividad creativa frenética e insaciable sobre cualquier material, pero preferiblemente sobre piedra, como si un simple bloque de mármol, caliza o arenisca, pudiera encerrar todos los misterios del cosmos. Ansiaba explorar la poética de los materiales, pero la realidad se empeñó en contrariar mis intenciones.

La esclerosis múltiple que me diagnosticaron en 1998 avanzaba lenta pero inexorablemente. Perdí fuerza en los brazos, también destreza, pese a lo cual, intenté aferrarme a mi vocación como pude. Utilicé todo tipo de materiales y herramientas, e incluso hubo un tiempo en el que creí que mi trabajo físico en el taller de escultura podría ser una buena terapia para frenar la progresión de la enfermedad, pero lo cierto es que aquel esfuerzo por oponerme a lo ineludible, me dejaba agotado, y me llenaba de impotencia y frustración.

Finalmente comprendí que debía tratar de satisfacer mi anhelo creativo por otras vías. Al poco de cerrar mi taller, me encontré con la primera convocatoria de proyectos de cooperación al desarrollo que hacía pública mi Universidad, y pensé que era una buena ocasión para intentar hacer realidad una idea que hacía años venía rondándome por la cabeza. Diseñé un proyecto que proponía trabajar simultáneamente en los orfanatos indios denominados Shishu Bhavan y Matruchhaya durante las Navidades de 2004, desarrollando actividades artísticas con los huérfanos de ambos hospicios. Impliqué a siete alumnos de mi Facultad de Bellas Artes, cuatro para trabajar en el orfanato de Calcuta, y tres en el de Nadiad. Yo repartí el tiempo entre ambos.

Seis años después, cuando veo la pintura mural que hicimos sobre las paredes del patio de recreo de Matruchhaya, donde representamos a todos los internos del orfanato de más de tres años de edad, y a nosotros mismos, me doy cuenta de cómo hemos cambiado todos. Yo aparezco pintado en la pared con un bastón, ahora paso la mayor parte del tiempo en silla de ruedas, a lo sumo puedo caminar distancias cortas, ayudado de dos muletas. Algunas de las niñas y niños que se pueden ver en el mural, ya no están aquí; porque han salido en adopción, en el mejor de los casos, o porque se han hecho mayores y han tenido que abandonar el orfanato. Dos de las que figuraban en ese mural inaugural, y aun continúan viviendo aquí, son las hermanas Stuti y Kinnari. Ayer las acercamos a la pared para comprobar lo que habían crecido, ya que esa representación se hizo a tamaño real, silueteando su figura sobre la pared.

En todas las ocasiones, Stuti y Kinnari han participado en nuestras actividades con alegría y entusiasmo, colaborando para que todo salga bien. Gracias a niñas como ellas, el trabajo en Matruchhaya es fácil y agradable, porque asumen generosamente la responsabilidad del cuidado y vigilancia de los más pequeños, la limpieza y el orden. Realmente, Stuti y Kinnari siempre me han parecido dos niñas adorables. Es injusto que criaturas como ellas tengan que crecer entre las paredes de un orfanato, por bueno que sea, privadas del afecto de unos padres.

Cuando llegaron a Matruchhaya, en 2001, Kinnari tenía cinco años de edad y Stuti siete, ahora tienen catorce y dieciséis. Sus padres habían fallecido hacía menos de un año, dejándolas huérfanas a ellas y a un hermano mayor que Kinnari y menor que Stuti. En principio los tres fueron recogidos por una de las cuatro hermanas del padre, pero pasados unos meses, la familia de esa tía que les había acogido en su casa, decidió quedarse sólo con el varón, y enviar a las dos niñas a Matruchhaya.

Con esa edad podrían haber salido fácilmente en adopción. Las cuatro hermanas del padre, que las visitaban de vez en cuando, estaban de acuerdo, pero no lograron convencer a su padre, el abuelo de Kinnari y Stuti, para que diera su consentimiento. En una ocasión, ante la insistencia de sus cuatro hijas, el abuelo llegó a decir que antes prefería morir que dar en adopción a sus dos nietas. Lo cruel del asunto es que él no estaba dispuesto a hacerse cargo de ellas, y probablemente ni siquiera podía.

Nunca nadie explicó nada sobre las causas del fallecimiento de los padres de Stuti y Kinnari, pero resultaba sorprendente que los dos hubieran muerto el mismo día. En cierta ocasión, una de las tías, que las visitó en Matruchhaya, contó a una monja que la pareja se había suicidado por envenenamiento. Stuti y Kinnari no saben nada de esto, ni creo que deban saberlo, al menos por el momento, ya que no podrían comprender la razón por la que sus padres decidieron quitarse la vida, dejando huérfanos a los tres hermanos, y seguramente ese interrogante les atormentaría más aún su propia orfandad.

 

 

Publicado el 5 de enero de 2011 a las 16:15.

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Piscina

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Es de noche. En cuanto me he sentado a escribir en mi habitación, ha empezado a llover con una fuerza inusual. Por efecto de la tormenta, durante un buen rato hemos estado sin electricidad. Ahora volvemos a tener luz, pero sigue diluviano, como si estuviéramos en plena época de los monzones. Me agradan estas tormentas con muchos truenos, relámpagos y abundante lluvia. Seguro que los "bagris", como denominan aquí a los chaboleros, que viven a pocos metros de la ventana de mi habitación de Matruchhaya, tienen una percepción distinta de este tipo de fenómenos naturales. Si sigue lloviendo con esta intensidad durante mucho tiempo, sus chabolas se van a inundar, aunque deben de estar acostumbrados a que esto ocurra varias veces al año.

Los niños y niñas de Matruchhaya a esta hora estarán preparándose para meterse en la cama y dormir, ajenos al incesante repiqueteo de la lluvia, y a las circunstancias de los "bagris" que rodean el orfanato. Estarán agotados después de haber vivido uno de los días más intensos de su vida.

Por la mañana temprano se les veía nerviosos y expectantes cuando esperábamos al pequeño autobús de Matruchhaya, que hizo dos viajes para llevarnos a todos a un parque acuático que está a unos 30 kilómetros del orfanato. Nos acompañaron varias monjas y cuidadoras. Para la mayoría era la segunda vez que disfrutaban de un lugar como ése, porque el año pasado estuvieron con nosotros en uno similar; pero muchos de ellos, como Raju, Asha, Sanjay, Roni, Soni, Manisha, Mona, Vinayak, Camini, Ritesh o Pratna, era la primera vez que acudían a una piscina. Probablemente, ni siquiera sabían de la existencia de lugares de como éste.

Especialmente estos últimos, se mostraron cautos y temerosos cuando estuvieron junto al borde de la piscina con el traje de baño puesto. Contemplaron a sus compañeros, y sólo después de comprobar que se divertían saltando, salpicándose y arrojándose por los toboganes, se atrevieron a meterse en el agua, eso sí, con precaución.

Como el año pasado, los varones resolvieron su indumentaria con un amplio pantalón corto de deporte, pero para las jóvenes de más de 10 años, las cuidadoras, Roshní y Sandra, hemos tenido que alquilar, en la propia piscina, trajes de baño que parecían del siglo XIX.

Mi silla de ruedas, una vez más, ha sido una atalaya privilegiada desde la que contemplar a todos y cada uno de nuestros niños y niñas de Matruchhaya; también a Ramón, Sandra y Alberto, que no han parado de jugar con ellos; y a mi hija Roshní, que ha empleado la misma euforia, energía y entusiasmo que cualquiera de los menores del orfanato. He disfrutado viendo cómo retozaban y se reían. He observado especialmente a Raju y a Asha, que hace menos de una semana vivían abandonados en la estación de tren, mendigando diariamente un poco de comida. ¡Cómo les ha cambiado la vida de la noche a la mañana! Ellos dos, al igual que todos los demás, se lo han pasado en grande. Sólo por contemplar las expresiones de sus caras, que pasaron del miedo a la desconfianza, el asombro y la perplejidad, para finalmente llegar a la alegría y el deleité; ha merecido la pena venir hasta aquí.

Es posible que el de hoy haya sido el día más feliz de sus vidas. Quizás en este momento estén rememorando en sueños las imágenes de la jornada: sus zambullidas en el agua, los trepidantes descensos por los toboganes, enlazados como vagones de tren, formando una fila con sus compañeros de hospicio, o montados en flotadores, a modo de barcas hinchables, que les conducían a toda velocidad a la piscina, en la que chocaban y caían al agua con gran estrépito, en medio de carcajadas, para volver a subir rápidamente las escaleras que conducían al inicio del tobogán, y vivir así otro emocionante descenso.

Parece que va cesando la lluvia. Creo que también, aunque no he tenido el desgaste físico de ellos, voy a dormir a pierna suelta. Siempre me queda la agradable sensación de que la vida comienza de nuevo después de un buen chaparrón.

 

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 2010

 

Publicado el 23 de diciembre de 2010 a las 14:45.

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Raju y Asha

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El propósito principal de nuestro trabajo en Matruchhaya, al igual que en Bal Mandir, no es enseñar a dibujar o pintar a los niños y niñas que viven en el orfanato, sino aprovechar este período vacacional suyo, para tratar de hacer que pasen unos días felices. Por eso mismo, cada vez damos más importancia al juego, el baile y cualquier tipo de actividad lúdica o recreativa, que para ellos sea excepcional, y les permita disfrutar.

El pasado jueves 11 de noviembre nos fuimos a ver una película con todos ellos. Se pusieron la ropa de los domingos, y fuimos caminando desde Matruchhaya hasta el cine, que está a unos quince minutos. Daba gusto ver esa multicolor procesión contagiada de ilusión y entusiasmo. Vimos una comedia titulada "Golmaal 3", que a nosotros no nos hizo mucha gracia, porque no entendimos ni una palabra de los diálogos, en gujarati y sin subtítulos, pero a nuestros niños y niñas les encantó, a juzgar por las carcajadas con que celebraban cada ocurrencia o tontería de los protagonistas.

Para el sábado y el domingo les teníamos reservada otra sorpresa: una excursión de dos días a Udaipur, una de de las ciudades más emblemáticas del Rajastan, a algo menos de 300 kilómetros de Nadiad, la ciudad en la que se encuentra Matruchhaya. Alquilamos un autobús grande, con conductor y cocineras, para tener autonomía durante el tiempo que íbamos a estar fuera del orfanato. Las cocineras, que viajaban en la cabina del chofer, llevaban en el maletero comida y todos los utensilios necesarios para preparar los alimentos. El sábado 13 de noviembre muy temprano, 68 habitantes de Matruchhaya, llenamos el autobús: más de cincuenta niños y niñas, de todas las edades excepto bebés, nosotros cinco, y algunas monjas y cuidadoras. No quedó ni un solo asiento libre, incluso algunos de los más pequeños compartían sitio.

Nos dirigimos hacia Vijainagar, un pueblo a mitad de camino, con un entorno natural muy atractivo, en donde la congregación religiosa que regenta Matruchhaya tiene una escuela con internado para las niñas de las familias más humildes de las aldeas de los alrededores. Como estamos en periodo vacacional, y las 250 niñas que habitualmente viven allí habían regresado a casa con sus familias, las monjas que dirigen esa escuela nos ofrecieron alojarnos por una noche en su internado. Comimos junto a las ruinas de unos templos jainistas, muy cerca ya de Vijainagar, y desde allí fuimos al hospicio de las monjas. Para nuestros niños y niñas todo era novedad y motivo de alegría. Algunas terminaron afónicas de tanto cantar, gritar y reír. Por la tarde, alquilamos cuatro vehículos todoterreno y visitamos los alrededores. Cenamos en el patio de la escuela, y después se organizó un baile tradicional de Gujarat llamado "garba", que consiste en danzar en corro al ritmo de una música alegre.

Nos acostamos agotados, y nos levantamos temprano para dirigirnos a Udaipur. Al llegar a la ciudad, nos detuvimos en su imponente lago, y montamos en dos barcazas para navegar por él, rodeando el palacio que el maharajá construyó en su interior, para pasar los rigores del verano un poco más fresco. Luego visitamos el palacio grande, a orillas del lago. A la hora de la comida, cayó un chaparrón más propio del monzón que de esta época del año, que normalmente es muy seca. Pensamos que la lluvia nos estropearía la comida al aire libre, pero en pocos minutos paró de llover, el sol secó rápidamente el suelo, y pudimos cocinar y comer en la calle.

Llegamos a Matruchhaya muy tarde, a las 12 de la noche, cansados pero felices. Nos sentíamos satisfechos, porque los niños y niñas para quienes habíamos organizado esto, habían disfrutado muchísimo de la excursión y del ambiente jovial y distendido.

El día siguiente descubrimos que en nuestra ausencia habían llegado dos nuevos inquilinos al orfanato: Raju y Asha, de nueve y siete años de edad respectivamente. El sábado, después de recogerles la policía en la estación de tren de Nadiad, fueron trasladados a Matruchhaya. Debió de ser extraño para ellos encontrarse en un hospicio preparado para el alojamiento de cerca de cien menores, prácticamente deshabitado. Los dos parecían sorprendidos con nuestra presencia, y con la del resto de habitantes de Matruchhaya. Ambos estaban extremadamente delgados, tenían la piel muy morena y cierta expresión de susto. Asha, la niña, llevaba el pelo cubierto con un pañuelo, porque al llegar al orfanato, habían descubierto que tenía la cabeza llena de piojos, y le habían aplicado un tratamiento que requiere tapar el cuero cabelludo durante varios días.

Al parecer, un empleado de los ferrocarriles avisó a la policía de que había dos menores que llevaban cerca de un mes viviendo en la estación de Nadiad, para lo cual tenían que mendigar diariamente, aunque, como más tarde dijeron Raju y Asha, también contaban con la compasión de un ladrón que merodeaba por ese lugar de tránsito tan jugoso para los de su oficio, que de vez en cuando les daba algo de comida. Por supuesto, no estaban dispuestos a delatar a su protector.

Según parece, por lo poco que ha contado Asha, el padre de ambos era alcohólico y falleció hace algo más de un mes, tras lo cual, la madre les condujo en tren hasta Nadiad, les dijo que la esperasen en el andén de la estación, se montó en un tren, y todavía no ha regresado. Raju no parece dispuesto a dar mucha información, y Asha no es capaz de determinar su lugar de procedencia. Tendrán que darles tiempo, y no agobiarles con preguntas sobre su pasado. Su caso ya ha aparecido en la prensa local, pese a que en los próximos días se tendrán que publicar nuevas imágenes, para tratar de encontrar algún familiar que quiera hacerse cargo de ellos, algo preceptivo antes de que puedan ser ofrecidos en adopción; aunque por la edad que tienen, dudo mucho de que les dé tiempo a salir antes de cumplir los 11 años de edad, el límite marcado por el gobierno de Gujarat para las adopciones. En cualquier caso, aunque a veces ellos no lo comprendan cuando les abrumen con exámenes y deberes, no cabe duda de que a partir de ahora tendrán mejor vida.

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 2010

 

Publicado el 22 de diciembre de 2010 a las 19:30.

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Bavna

Archivado en: Bal Mandir, Kathmandu, Nepal, Matruchhaya, orfanatos, cooperación, desarrollo, ONG

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Todo el mundo sabe que la duración de la vida de una persona es imposible de predecir. Somos conscientes de que hoy estamos vivos, pero tal vez mañana no lo estemos; pese a lo cual, generalmente vivimos sin pensar en la caducidad de nuestra propia existencia. Especialmente los niños, o los jóvenes, son incapaces de considerar que su tiempo vital tarde o temprano terminará.

Antes de nacer Bavna, su madre comunicó al hospital al que se dirigió para dar a luz, que no deseaba quedarse con el bebé, que prefería que fuese enviada a un orfanato y dada en adopción lo antes posible. La mujer comentó que estaba divorciada, no tenía pareja, y pensaba que no sería capaz de sacar adelante aquella criatura. Matruchhaya se encargó de acudir al sanatorio con un notario y con la documentación necesaria para que la renuncia tuviese validez jurídica. Antes de que Bavna abandonara el centro médico, rumbo a Matruchhaya, su nueva casa, los médicos recomendaron que se le hiciera un examen cardiológico completo, porque su oreja derecha era más pequeña de lo normal, y ello podría ser una señal de algún problema en ese sentido.

Efectivamente, una exploración minuciosa del corazón de la pequeña, en un hospital con más medios, en Ahmedabad, puso de manifiesto que tenía dos agujeros en el corazón, que ponían en peligro su vida, pero al mismo tiempo los especialistas determinaron que tratar de corregir ese grave defecto con cirugía entrañaba un riesgo tan elevado, que no merecía la pena intentarlo. En Matruchhaya no se conformaron con esa apreciación, y enviaron informes y pruebas médicas a varios hospitales de Europa. Todos los especialistas europeos ratificaron la opinión de los doctores de Ahmedabad, pero además, un prestigioso cardiólogo de Londres viajó hasta aquí y analizó el caso de Bavna con detenimiento. Al final la conclusión fue la misma: había que descartar cualquier tipo de intervención quirúrgica, y sólo quedaba esperar que Dios, o la suerte, le concediera a Bavna muchos años de vida, porque lo cierto era que con ese problema la niña podría morir en cualquier momento, su vida pendía de un hilo.

Por supuesto, con semejante inconveniente sus posibilidades de adopción son prácticamente nulas. Legalmente ello sería posible, pero no hay ninguna pareja que asuma el riesgo de adoptar a una niña con un pronóstico tan grave, incierto y preocupante, lo cual es bastante comprensible.

Bavna tiene ahora siete años, y de momento su corazón le ha permitido hacer una vida relativamente normal. Es más introvertida de lo habitual, pero va al colegio, de hecho es la mejor estudiante de su clase; juega y se relaciona con los demás, aunque yo siempre he percibido en ella cierta expresión de tristeza, y una mirada seria, dura, como si juzgara lo que tiene delante con una rigurosidad impropia de un niño. A veces sonríe, pero nunca la he visto reír abiertamente. Hay días que tiene los labios amoratados, lo cual debe de ser también un síntoma de su problema cardíaco.

Nunca había relacionado la mirada estricta, profunda e intimidatoria de Bavna con su problema físico, pero ayer mismo, hablando con uno de los responsables del orfanato, supe que la niña tiene conocimiento de su enfermedad, no porque nadie le haya informado intencionadamente de su dolencia, ni de su alarmante pronostico, lo cual sería una crueldad, sino porque Bavna es muy inteligente y ha ido enlazando datos obtenidos a través de las conversaciones de los mayores, que no eran conscientes de la agudeza de esta niña.

Eso explica su expresión melancólica y la severidad de su mirada.

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 2010

 

 

Publicado el 21 de diciembre de 2010 a las 10:15.

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Sanjay

Archivado en: India, cooperación, desarrollo, ONG, orfanatos, Kathmandu, Matruchhaya

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Llevo varios días estremecido, tratando de encontrar una explicación al suceso que condujo a Sanjay a Matruchhaya el pasado mes de julio, pero lo cierto es que sólo se me ocurre pensar que quien hiciera aquello debía de ser un verdadero perturbado mental.

Sanjay tiene dos años y medio. La policía le trajo Matruchhaya, después de recibir las primeras curas, tras haber sido abandonado en un templo hinduista con heridas de gravedad. Alguien le realizó un corte de tijera de varios centímetros en una oreja, y diversos cortes de cuchilla repartidos por toda la espalda; pero, por si esto no fuese suficiente tortura para un niño de dos años, además le echaron un chorro de aceite hirviendo por la cabeza. El canalla que hizo aquello, no tenía intención de matarle, los cortes no ponían en peligro su vida, porque no afectaban a ningún órgano vital, y el chorro de aceite hirviendo no era suficientemente grande para matarle. Aquel desgraciado simplemente quería torturarle. Eso es lo que más me cuesta entender. No comprendo que alguien pueda disfrutar haciendo daño de esa manera a una criatura indefensa.

Por supuesto, nada se sabe de sus padres, ni de ningún familiar o vecino, a pesar de que se han puesto anuncios en prensa, e incluso en televisión, para averiguar algo de este menor y tratar de esclarecer lo sucedido. La no denuncia que su desaparición, convierte a sus propios padres en los primeros sospechosos del sádico acto.

Me cuentan las monjas que Sanjay estuvo varios días con fiebre muy alta, y asustado de todo el que se le acercaba. Tardó mes y medio en empezar a pronunciar sus primeras palabras. Pero, dentro de lo que cabe, Sanjay puede sentirse afortunado, porque ha ido a parar a un lugar en el que todo el mundo le trata con muchísimo cariño, y aquí puede sentirse absolutamente protegido y a salvo de salvajadas como la que sufrió. Ahora se relaciona alegremente con el resto de los niños y niñas de Matruchhaya, y está participando en nuestras actividades con entusiasmo, aunque cuando le observo detenidamente, percibo en él todavía cierto recelo, cierto temor a relacionarse con adultos desconocidos. Algo absolutamente comprensible.

Las responsables de Matruchhaya me dicen que pronto podrán iniciarse los trámites para la adopción de Sanjay. Quizás dentro de poco pueda estar viviendo con una familia que le colme de atenciones, y el amor que de ellos reciba podrá hacer que aquel terrible acontecimiento se desvanezca en su memoria como si hubiera sido una simple pesadilla; aunque es posible que la señal que el aceite hirviendo ha dejado la parte superior de su cabeza, en un lugar difícil de ocultar, le acompañe durante toda su vida, para recordarle que desgraciadamente la irracional crueldad también existe.

 

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 2010

 

Publicado el 20 de diciembre de 2010 a las 14:00.

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José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz (Madrid, 1963), pofesor Titular y Director del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Grupo de Investigación UCM "Arte al servicio de la sociedad". Responsable de diversos proyectos de cooperación al desarrollo que desde 2004 vienen llevándose a cabo en orfanatos de India, Nepal y Ecuador.

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