Ecos de la visita de Benedicto XVI
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El lingüista Noam Chomsky escribió que la estrategia de la distracción consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. Puede ser casualidad que el Gobierno haya lanzado la soberana estupidez de la alteración del orden de los apellidos haciéndolo coincidir con la visita del Papa a Santiago de Compostela y Barcelona. Más de uno pensará que dedicarse a legislar sobre asuntos de tanta irrelevancia es una forma de ocupar la atención del ciudadano y desviarla de los verdaderas prioridades y preocupaciones sociales, entre ellas la situación económica y el paro. No hay nada más efectivo que introducir elementos de discusión accesibles al ciudadano para minimizar el impacto de asuntos de mayor calado, como ha sido la visita del Papa y los importantes mensajes lanzados en sus intervenciones y homilías. Apelaciones a la unidad de España con el deseo de que "los españoles vivan como una sola familia", o la petición de que la vida "sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente", quizás no hayan aportado grandes novedades en el discurso de la Iglesia, pero están cargados de simbolismo por su distancia de las posiciones del Gobierno. La agenda del presidente le impidió recibir y acompañar a Benedicto XVI, como hubiera sido lo correcto por su condición de Jefe de Estado, y sólo asistió a su despedida en el aeropuerto del Prat, lo que de paso le evitó los molestos abucheos que hubiera tenido que soportar del numeroso público que acompañó en todo momento al Papa. Pensaremos que en su ánimo no ha estado anteponer las ideologías personales al protocolo de Estado. En cuanto a las críticas por el elevado coste económico que ha tenido su visita, no mucho mayor que la de cualquier otro Jefe de Estado al que hay que dotar de especiales medidas de seguridad, se ha de considerar el valor de la difusión mundial de las imágenes de Santiago y Barcelona, que han llegado a millones de personas en todo el mundo. Y confiar que el laicismo radical no ciegue la razón. Cuando la gravedad de la crisis se ceba en tantos hogares, muchas personas, agnósticas o laicas, creyentes o no, se ven en la necesidad de acudir en auxilio a los comedores sociales de las organizaciones vinculadas a la Iglesia católica, donde se les da de comer sin preguntarles por sus creencias religiosas. Entonces no se cuestiona cómo se financia la Iglesia ni la famosa X en la casilla de la declaración de la renta.
Publicado el 11 de noviembre de 2010 a las 15:15.