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Blog de Alberto Castillo

Sin acritud

Una ley que perjudica más que beneficia

Archivado en: Editorial, ley antitabaco

El celo en la aplicación de la ley antitabaco está provocando escenas que rozan el esperpento. Era presumible que  la denuncia de algunos ciudadanos, convertidos por gracia de la ley en agentes delatores, iba a tensionar la convivencia entre fumadores y no fumadores. Pero lo más de lo más ha sido el estrambote del musical Hair que se representa en Barcelona, cuando un espectador se levantó airado y corrió a denunciar que los actores estaban fumando en escena, provocando la actuación inmediata de la Agencia de Salud Pública catalana, que amenazó con sancionar al teatro, hasta el extremo que el director de la obra tuvo que aclarar que lo que los actores fumaban por exigencia del guión no era tabaco, sino una mezcla de hierbaluisa, albahaca y hojas de nogal. De auténtico sainete, si no fuera porque esta es la realidad  de la ley y del talibanismo con que se aplica, que no entiende ni siquiera la excepción de las manifestaciones culturales. Pero lo mejor de todo fueron las explicaciones de la ministra de Sanidad, Leire Pajín: "Hay muchas fórmulas para simular que se fuma sin hacerlo, de la misma manera que hay recursos para escenificar asesinatos que no son reales". Menos mal que lo ha aclarado. De traca. Y pasando a lo serio, con respecto al impacto económico derivado de su aplicación, los hosteleros han cifrado la caída de ingresos en más del veinte por ciento y si continúan en esta línea muchos establecimientos están abocados al cierre. Se sirven menos desayunos y se está eliminando algo tan español como la sobremesa, porque al fumador no le apetece dejar a medias la tertulia o la partida de cartas para levantarse a fumar, con el consiguiente descenso en el consumo de licores y copas. Pero siendo grave el perjuicio económico, más aún es otro de los daños colaterales de esta ley, por cuanto buscaba promover conductas saludables y preservar la salud y bienestar de los no fumadores. Hablamos del aumento del ruido y con ello, de las molestias a los vecinos. Solamente en Madrid, y el dato se podría extrapolar a cualquier población española, las denuncias ciudadanas por ruido han aumentado un 16 por ciento. Muchos vecinos están viendo afectado su descanso por el incremento de los decibelios que provocan los corrillos a la puerta de bares, restaurantes y locales de copas. La estampa del grupito fumando, hablando y riendo a la puerta de un local es ya una imagen habitual de las noches. La ley, loable en sus principios pero cuestionable por su falta de previsión, está consiguiendo sumar más perjudicados que beneficiados.

Publicado el 21 de febrero de 2011 a las 09:45.

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Regular, pero no eliminar derechos

Archivado en: Editorial, ley antitabaco

Lo primero, conviene señalar  que desde que ha entrado en vigor la ley antitabaco, el ambiente que se respira en cafeterías, restaurantes y locales de copas, es infinitamente más limpio que hace unos días. Lo segundo, se puede estar de acuerdo o no con ellas, pero es incuestionable que las leyes están para ser cumplidas, y quien no lo haga debe atenerse a las consecuencias. Nos pongamos como nos pongamos, nadie está por encima de la ley. También las más estúpidas deben ser cumplidas, como la que ha puesto en estado de crispación a la mitad de los españoles. Lo tercero, la libertad individual debe ser igualmente respetada. Fumar es perjudicial para la salud, como también lo es tomar el sol en exceso, abusar del alcohol o dormir poco. Pero allá cada cual con su salud mientras no afecte a la de los demás. Y por supuesto, y cuarto, estoy a favor de preservar la salud del fumador pasivo. Con este cóctel en el que unos argumentos pueden convivir perfectamente con los otros, pongamos un poco de sentido común y no saquemos las cosas de quicio. Estoy a favor de que se prohíba fumar en lugares públicos cerrados y en las cercanías de zonas infantiles, pero rechazo la persecución a los fumadores. Son personas, no apestados, aunque huelan a tabaco que apestan. No entiendo por qué razón no pueden reunirse en lugares habilitados para ellos a echarse su pitillo, ni entiendo qué le puede afectar al no fumador que alguien se siente en un  restaurante en un espacio propio ya existente sin molestar a los demás. Es evidente que con el pretexto de mejorar su salud y la del fumador pasivo, el objeto último de esta ley es que el fumador deje de fumar, pero es una decisión que se debe adoptar por voluntad propia, no impuesta. Y tampoco entiendo entonces que se permita la venta de tabaco en los mismos lugares en los que se prohíbe su consumo. Y ya el colmo del desquicie es la paranoia delatora contra el fumador. Una ley que invita a la delación anónima arrojando a unos ciudadanos contra otros es lo que faltaba para crispar aún más a esta sociedad. Por más que lo intento, y no soy fumador, no termino de acostumbrarme a tanto disparate. Lo siento por los vecinos que van a tener que soportar a todas horas el bullicio de los fumadores que salen a la calle para  darle al tabaco, por los hosteleros que gastaron su dinero en acondicionar zonas habilitadas como les exigía la ley, por los que van a ser denunciados por un chivato, y en general, por todos aquellos que creemos en la libertad individual. Entre regular los derechos y eliminarlos, media un abismo.

Publicado el 13 de enero de 2011 a las 13:15.

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Alberto Castillo

Alberto Castillo

Director de Gente en Madrid. Periodista madrileño, de 46 años, cuenta con una dilatada experiencia en medios. Ha sido subdirector general de la Agencia de Noticias Servimedia. Gran parte de su carrera profesional ha estado vinculado a la radio en distintas cadenas. Comenzó en la Cadena Rato en los años 80 y de ahí pasó a la COPE, cadena en la que fue redactor de informativos locales, redactor jefe del informativo matinal "La Mañana" (con el desaparecido Antonio Herrero), redactor jefe de informativos de fin de semana y jefe de prensa. Su última etapa en la radio fue en la extinta Radio España-Cadena Ibérica.

 

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