Fracaso general
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La liturgia posterior a una huelga general siempre es la misma. El Gobierno habla de un "seguimiento desigual y moderado" y los sindicatos califican la huelga como un "éxito" con un 70% de seguimiento. Un despropósito que ahonda en el descrédito de los sindicatos. Por mucho que intenten calificar de masiva la respuesta de los trabajadores a la huelga, fue un clamoroso fracaso reducida a paros sectoriales en la industria, y escasa o nula incidencia en las administraciones públicas, los servicios, el comercio o la hostelería, si acaso algunos cierres provocados por la coacción de los piquetes. Uno de los datos más objetivos para acercarse a la realidad es el relativo al consumo eléctrico de todo el sistema nacional que facilitó Red Eléctrica, alrededor de un 16% menos de lo previsto en las horas punta. El dato incluye desde las grandes industrias a las pequeñas, y a todas las empresas y particulares. En la huelga general del 20-J contra el gobierno de Aznar, la caída del consumo fue mucho mayor, más del doble que en la jornada del 29-S. Pero independientemente de las cifras, lo cierto es que el resultado no ha sorprendido a nadie porque desde su convocatoria nadie se creyó esta huelga de opereta, con la que los sindicatos no pretendían otra cosa que medir su desgastado nivel de influencia y recuperar su mermada credibilidad. Demasiado evidente. Una huelga descafeinada, porque no querían hacer mucho ruido ni desgastar excesivamente al Gobierno que les ha mantenido dócilmente alfombrados. Tampoco el Gobierno deseaba un fracaso tan estrepitoso como para dejar en evidencia a los sindicatos con los que en breve se volverá a sentar para negociar nada, pues nada hay que negociar. La reforma laboral ha venido impuesta por Europa y ha sido aprobada por el parlamento, por lo que Zapatero carece de margen para rectificar su política económica. Los ciudadanos han dado la espalda a los sindicatos a los que han negado legitimidad para protestar contra el Gobierno, mostrándoles su indiferencia ante la pantomima. Tendrán que extraer sus propias conclusiones. La primera de ellas, el deterioro de su imagen y su distanciamiento cada vez mayor de los intereses reales de los trabajadores. La segunda, su dependencia de las subvenciones públicas, que sólo alimentan una maquinaria con la que gestionan sus propios intereses. Y la tercera, la superación de un discurso trasnochado que exige una revisión a fondo de sus planteamientos sindicales. Para las miles de familias que carecen de trabajo y expectativas, el 29-S fue un fracaso general.
Publicado el 30 de septiembre de 2010 a las 14:00.