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Blog de Josean Pérez

Rebufo. Lecturas, bufidos, sapos y rebufos

Homenaje a Antonio Pereira

Archivado en: Antonio Pereira, Antonio Martínez, Ana Abelenda, Peter, Me gusta contar, "Palabras, palabras para una rusa"

Cuando muere un buen cuentista no hay mucha prensa que lo recuerde. Pero a este cuentista yo le debo más que unas letras. Nunca lo conocí en persona, nunca supo nadie cercano a Pereira que yo lo leía con admiración (ni falta que hacía que él o sus allegados lo supieran). Entre mis amigos sólo dos lo sabían: Peter y Antonio Martínez.

Hace precisamente diez años, en abril, Peter (que sabía) me tendió una recopilación de cuentos de Pereira y me publicaron la crítica dedicada a Me gusta contar (Taller de Mario Muchnik, 1999).

Me copio un poco:

"Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, 1923) escribe como un caballero, le gusta contar lo justo, nunca de más (...)".

"Aquí queda sólo la opción de recomendarlo. Esta edición reúne probablemente lo mejor de la obra de Pereira, si se añade a la seguridad matizada por el adverbio que Pereira es, quizá, el mejor cuentista español, imaginen el resultado. Me gusta contar arranca con un decálogo lleno de humor y verdades dignas de grabado en piedra. Luego siguen cuentros escritos que se contaron, que hicieron reír y llorar hace tiempo."

Me detuve entonces en un cuento "Palabras, palabras para una rusa".

Y me detengo ahora.

En homenaje a Pereira, traicionaré ese estilo del hombre que yo encontraba en sus cuentos (lo que pasa en Las Vegas queda en Las Vegas) y contaré algo que se puede llamar casualidad. Yo no podía sospechar entonces que "Palabras, palabras para una rusa" me iba a suceder a mí, en 2000, en una pista de baile siberiana. Pero me pasó como al personaje de Pereira, y recité poemas de escuela y los que me mandó Ana Abelenda por correo electrónico (para declamar en el discurso de una boda rusa). Todo funcionó de maravilla para mantener el encanto apretado del momento ante una rusa que, de español, no sabía ni papa.

El sábado 25 de abril murió Antonio Pereira. DEP.

 

P.S.: Lo que cuentan los cuentos no queda en los cuentos.

 

Publicado el 28 de abril de 2009 a las 11:45.

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El maestro

Archivado en: Peter, Pennac, Como una novela, Mal de escuela

En 1994 escribí una crítica dórica de un libro de Pennac. Eran sólo cuatro líneas de interlineado sencillo. No me avergonzaba, en ese telegrama yo creía haber concentrado la esencia del libro, lo que podía decirse de él, citaba: autor, género, novedad del contenido, estilo... Todo redondeado con un juicio valorativo, esto es: decía si el libro era bueno o malo al pie de las características precedentes.

Levanté la cabeza. Casi todos mis compañeros habían terminado el texto de la primera práctica, recogían sus bártulos y la práctica de la impresora común. Afortunadamente, un compañero me mostró cómo se movían los márgenes en la pantalla. ¡Qué momento! (Imagino el pasmo del pueblo de Israel con Charlton Heston Moisés abriendo las aguas del Mar Rojo con su cayado, algo así). Primero el izquierdo, después del derecho. Tiqui taca. Ya estaba. Y la letra más grande, tamaño 12. Ya tenía una crítica con formato de columna y doce líneas. La firma abajo, otra línea, trece. Además, a mi columna le precedía el título original de la crítica y una especie de capitel con la ficha técnica del libro. Quedé más que satisfecho y se la entregué al profesor.

Era la primera práctica de la materia de escritura periodística del último curso de Ciencias de la Información. El profesor, Peter, decidió que no puntuaría la primera práctica (tampoco mi obra arquitectónica), a cambio nos regaló unos comentarios al pie de cada texto. Sus letras me decían:

"La próxima vez estírate un poco más, hombre".

Me estiré para la segunda práctica. Llegué temprano a la sala de ordenadores y escribí. Al estirar la escritura, como mantenía el formato de la anterior, la columna tenía un aspecto ahilado y saltaba de página. Así que moví de nuevo los márgenes. Ahora el texto, otra crítica, ocupaba el tercio central de la superficie de la página. No había salvación arquitectónica. Pero, gracias al ordenador, tenía una autenticidad que yo no veía en mi papel de borrador con anotaciones, tachones y flechas. Peter apareció a mi espalda y me preguntó.

-¿Primero las escribes en papel y luego las pasas a ordenador?

-Sí.

Quizá él apreció mi método esforzado; pero, ahora que yo estoy del otro lado de la orilla (soy profesor), sospecho que lo que apreció de verdad era ese "sí" sin defensa ni ataque.

Terminó la asignatura y Peter, que era director de una revista, trató de convencerme durante dos años para que escribiera mi primera crítica literaria profesional. Al final renunció a razones, me dijo: "Toma (un libro), escribe una crítica de una página".

Yo sólo podía responder sí. Y hubo que recortarla un poco para que entrara en el espacio asignado de la revista.

Un mes después, volvió a hacerlo: "Toma, escribe una crítica de esta novela".

Y yo volví a escribir.

Recuerdo que, cuando me entregó el tercer libro, me dijo: "Ten cuidado con los títulos graciosos".

Se refería a títulos chocantes, provocadores. Por eso nunca escribo un título gracioso para una crítica literaria periodística. Me acuerdo de Peter y sigo con mi éxodo lector y crítico.

 

Toda esta historia era para homenajear a mi maestro y para hablar de algo muy valioso en la lectura y en la escritura (y en la enseñanza, y el aprendizaje de la lectura y de la escritura): la confianza. La subrayo: confianza. Pero se abren demasiados caminos para seguir hoy. Así que cito los dos libros de Pennac:

El criticado en cuatro líneas: Como una novela.

El que acabo de leer: Mal de escuela.

PennacPennac escuela

Publicado el 23 de enero de 2009 a las 19:00.

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Josean Pérez

Josean Pérez

Donostiarra nómada, licenciado en Comunicación, doctorando que estira el gerundio desde hace más de diez años, caprichoso de las botas de montaña, lector (maniático de los cuentos y de las crónicas).

Desde hace más de 20 años, las señoras que me conocen (y que aún no han muerto) me dicen: "Cómo has crecido". Yo ya no les digo que tengo la misma estatura, tampoco les digo ya que no quiero caramelos ni chocolate, que prefiero un bocadillo de chorizo o un buen plato de lentejas.

 

MIS ASESORES

Pedro de Miguel. Peter. Bilbaíno de adopción. Licenciado en Historia. Lector inopinado. Micólogo. Hombre bueno y discreto. Gracias a él descubrí a McCarthy, comprendí a Nabokov, leí El vaso de plata de Marí... Algunos dirán que Peter murió el 12 de agosto de 2007. Sí, pero para el asesoramiento literario no hay perfiles perfectos.

Francisco Ostolaza. Patxi. Donostiarra. Montañero friolero/friolento. Licenciado en Químicas. Excelso catador de moras (zarzamoras). As de la orientación con brújula. Si Patxi me dice que un libro es bueno..., es bueno. Gracias a él descubrí a Mrozek o Askildsen.

Mº José Hughes. Fefi. Montevideana. Cantante frustrada. Escritora y cineasta. Licenciada en Comunicación. Si Fefi dice que un libro es malo, es porque le falta amor (no cursilería o sirope, ¡amor!), o porque lo rebusca en el agujero equivocado. Por eso, Fefi defiende a Yiyun Li o a Ring Lardner, por eso desprecia algunos cuentos con agujero de Flannery O'Connor.

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