Archivado en: Paul Auster, san Google, arañas, bolos, oralidad en la escritura
Las respuestas al por qué se escribe son como los caminos: al final todos llevan a Roma. Pero, de momento, nos perdemos por algunos vericuetos...
Transcribo aquí una explicación de Paul Auster (que no es santo de mi devoción) en Experimentos con la verdad: "Creo que las historias son el alimento básico del alma. No podemos vivir sin historias. De una manera u otra, toda persona se alimenta de ellas desde que tiene dos años hasta que muere. La gente no tiene por qué leer necesariamente novelas para satisfacer su ansia de historias. Ven la tele o leen tebeos o van al cine. Les lleguen como les lleguen, estas historias son cruciales. A través de las historias luchamos por hallarle sentido al mundo. Eso es lo que me hace seguir adelante: lo que justifica que me pase la vida encerrado en una pequeña habitación, poniendo palabras sobre el papel. El mundo no se acabaría si no volviera a escribir otro libro. Pero a fin de cuentas no creo que sea una actividad completamente inútil. Formo parte de la gran empresa humana que intenta encontrar sentido a lo que hacemos en este mundo. En el proceso de escribir hay muchos momentos de desolación, muchos momentos en que te preguntas por qué lo haces y qué sentido tiene: a veces es importante recordar que no lo haces en vano. Ésta es la única cosa que he encontrado que para mí tiene sentido".
La historia de la comprensión de la realidad es una gran empresa humana que gracias a la escritura rompe con la memoria, con el recitado. Así se entiende aquella veneración por el libro. El libro acumulaba las conquistas de otros, era el límite que se nos presentaba para que nosotros, escritores o lectores, diéramos otro paso. Como un mapa, tocaba a las siguientes generaciones seguir dibujando la geografía de la realidad.
Hoy hay un acostumbramiento a la disposición inmediata de toda esa información. ¿Para qué cultivarme, para qué leer si lo tengo todo en un clic (san Google)? Esa pregunta admite muchas variantes, por ejemplo: ¿para qué aprender a sumar y restar (no digo ya multiplicar o dividir) si hay calculadoras?, ¿para qué aprender a cocinar si basta con calentar la comida preparada?
La lectura es un esfuerzo, y el esfuerzo forja el carácter. La lectura es una forma de continuar esa cadena de comprensión de la realidad donde otro la dejó. Y escribo esto hoy que termino de releer Las desventuras/cuitas/inquietudes del joven Werther... Porque parece que en el aprendizaje nos quedamos sólo con los libros didácticos, esos de historia, de biología... (que también). Ayer, M. me escribió para contarme que, leyendo un artículo de arañas, había descubierto que las setas son también pelos de los artrópodos. Me lo escribió porque sabe que soy un enfermo de la micología. ( Lo aparentemente inútil nos hace a menudo felices). Luego pensé que mi amiga era la lectora y que había compartido (por escrito) conmigo la pequeña frontera de un pelo.
(Vuelvo al tema, que me pierdo). Hoy los escritores dan conferencias, charlas, presentan los libros...: puro (con erre no con te) marketing de venta, o supervivencia (hay que comer). ¿Qué sentido tiene oír a un escritor hablar de su libro? Quizá deberíamos leer el libro (es escritor, no orador), porque ahí es donde está lo más interesante que tiene que decir. Pero preferimos el clic, oír al escritor, ver qué calcetines lleva (los oradores siempre dejan entrever en algún momento de su discurso los calcetines), si es simpático... En esos actos (los bolos) siempre nos ayudan los periodistas de la sección Cultura. Es fácil reconocerlos entre el público: llevan un cuaderno y grabadora, apuntan cosas y preguntan al final, cuando el moderador de turno ofrece la posibilidad de preguntar al autor. Ahora, en el verano septentrional, los periodistas son más jóvenes (becarios, practicantes...), menos resabiados, pero hacen como los periodistas de otoño, invierno y primavera, y piden al escritor una anécdota. Y él, que reúne un abanico de anécdotas para estos bolos, les da lo que quieren. De alguna manera es el regreso de la oralidad. Cuando los escritores son más importantes que sus escritos... Mal asunto.
P.D.: Eso sí, siempre queda la opción de leer el anecdotario en el periódico.
Publicado el 23 de julio de 2009 a las 13:15.