Democracia narrativa. Dos apuntes de Werther
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Decía Chesterton que la tradición es la democracia de los muertos. Así, la lectura de los clásicos (los que nuestros muertos mantuvieron vigentes hasta nosotros) pueden ofrecer algunas pistas para comprender el presente y lo permanente.
Uno.
“¡Qué feliz soy de no estar ahí!”. Me llamaréis profeta, agorero y pesimista, pero ¿puede tener un final feliz la novela que empieza así? No. Traigo aquí la primera frase de Las desventuras del joven Werther porque la escucho demasiado a mi alrededor. No es el dominio de los filósofos (se supone que aciertan en lo que niegan y fallan en lo que afirman); tampoco el no de Bartleby, el escribiente, aquel “preferiría no hacerlo” apartado de los compromisos. Es mucho más enfermizo: experimenta el gozo de la separación, del desarraigo, de la negación de algo. Y suelo pensar en que algunos caracteres son como los agujeros negros.
Dos.
“Como tengo tan poco tiempo para leer, el libro que elija ha de ser de mi gusto. Y el autor que más me gusta es aquél en el que encuentro retratado mi mundo y donde ocurre lo mismo que sucede a mi alrededor, y cuya historia es tan interesante y entrañable como mi vida diaria, que, sin ser un paraíso es, en su conjunto, manantial de indecible felicidad”. Si no fuera por el dichoso manantial final, lo que dice Lotte, en Las desventuras del joven Werther, lo firmarían tantos jóvenes lectores actuales.
Publicado el 28 de julio de 2009 a las 19:30.