Las (extrañas) filias y fobias del Bernabéu (I)
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Portaba el brazalete de capitán y en su palmarés lucían numerosos títulos, incluidos algunos de los más importantes en la historia del club, pero cuando el balón se perdía por la línea de fondo de forma irremediable no lo dudó un solo instante. Apretó los dientes y corrió como un loco, aunque en su fuero interno sabía que aquella jugada acabaría inevitablemente en un triste saque de puerta. Nunca lo entendió, pero siempre asimiló que eso, la entrega indiscutible, era la cualidad que siempre le iba a exigir el público que, domingo tras domingo, se congregaba en el Paseo de la Castellana.
Desde muy niño ya intuyo esa predilección por el sudor antes que por la sutileza. Algunos de los mejores jugadores que habían portado esa camiseta ya se habían colocado en el centro de la diana por, simplemente, colocar antes en su orden de preferencias el fútbol de altos quilates que el de un bregador cualquiera. Velázquez, Martín Vázquez, Míchel...en el eterno run-run del Bernabéu llevaron su penitencia, curioso en una afición que se jacta de saber valorar el balompié de alta escuela.
Cualquier neófito que se siente en el templo de Chamartín corre el serio riesgo de dejarse llevar por la corriente populista. Como con el Tendido 7 de Las Ventas, son muchos los que, bufanda en una mano y pipas en la otra, valoran más el derroche desmedido de cualidades físicas que el pase geométrico que sólo se dibuja en las mentes más privilegiadas. 80.000 personas no pueden estar equivocadas pensará más de uno. Ese juicio, sin embargo, comienza a resquebrajarse cuando se observa que futbolistas del corte de Makelele han gozado de mayor reputación que Redondo o Guti.
Esa clase de gusto y reclamo de la afición madridista parece saltársela una y otra vez Karim Benzema, como un mal estudiante que siempre hace novillos el día en el que preguntan la lección más importante. El Bernabéu espera con la guillotina preparada a que el francés no enseñe el colmillo en la presión de un balón perdido y no atiende a detalles de verdadero crack como paredes al primer toque o asistencias de tacón, pura delicatessen. Lo que no acaban de entender es que, eso de la entrega y el derroche, está al alcance de cualquiera. Sólo hace falta un poco de implicación y una dosis de motivación para llevarlo a cabo. Para su suerte, Benzema cuenta con la otra parte indispensable para ser un jugador de élite: un talento innato con el que se nace, no se hace.
De que el francés entienda que también es necesaria la lucha y de que la afición blanca eduque su paladar dependerá que el jugador esté en el capítulo de éxitos o en el de fracasos. Es un acuerdo entre dos partes. Con que cualquiera de ambas dimita de sus cometidos el Madrid acabará francamente dañado, una amenaza lo suficientemente seria como para que reflexionen.
Publicado el 4 de octubre de 2013 a las 09:00.