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Hace tres años, cuando se dio a conocer que la atmósfera de Barcelona era más sucia que la de Londres, Los Ángeles y México D.F., el Govern puso el grito en el cielo y aprovó un plan de actuación para mejorar la calidad del aire. Básicamente, este plan tenía como objetivo disminuir la movilidad en un 20% en la ciudad, limitar la velocidad en la corona metropolitana (el famoso límite de 80 km/h) y sustituir los motores diesel de los vehículos pesados por combustibles más benignos. Tres años después tenemos resultados buenos y malos. La noticia positiva es que la presencia de partículas en suspensión en el aire se ha reducido...un poquito. La mala es que la polución causada por el dióxido de nitrógeno, un contaminante vinculado directamente al tráfico, se ha agravado. Este gas tóxico puede afectar al sistema respiratorio y provocar cambios irreversibles en el tejido del pulmón. ¿Qué seguimos haciendo mal? Pues según los expertos, casi todo. Primero, el límite de los 80 km/h apenas influye y hay que tomar medidas mucho más drásticas, si se tiene en cuenta que la densidad del tráfico en Barcelona, con 5.100 coches por kilómetro cuadrado -en Madrid no llega a 2.200 y en Londres a 1.500- es uno de los principales causantes de la contaminación actual. De esta manera, la solución más efectiva es reducir el volumen de coches por las calles. Una lástima, porque esto requiere tener una red de transportes públicos óptima, algo de lo que la ciudad condal está a mil años luz.
Es curioso, porque disminuir la polución en Barcelona evitaría 3.500 muertes anuales, aumentaría en unos cinco meses la esperanza de vida, evitaría 1.800 hospitalizaciones, 5.100 casos de bronquitis crónica en adultos, 31.100 de bronquitis aguda en niños y 54.000 ataques de asma, además comportaría un ahorro medio de entre 3.000 y 6.400 millones al año. ¿No son motivos suficientes para que nos lo tomemos en serio?
Publicado el 17 de junio de 2010 a las 19:30.