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La ley del cine catalán ya está en boca de todos y, como en otros debates relacionados con la lengua catalana, se ha creado fuera de Catalunya un alarmismo y una reacción injustificada. Algunos medios de comunicación han centrado el debate obsesivamente en un sólo aspecto: la obligación de doblar al catalán. Mientras que el cine europeo se ha igualado al autóctono por decreto y nadie ha dicho ni mu, que se haga en Catalunya parece inconcebible. Pero, ¿no es lo mismo? Por otra parte, la ley ha puesto en pie de guerra a distribuidores y exhibidores, que ya han presentado datos apocalípticos del drama que se avecina; más o menos, vienen a decir que en un año las salas estarán vacías y sus negocios arruinados porque “nadie” quiere ver cine en catalán. La ley, entre otras cosas, señala que todas las películas que no sean en catalán o castellano se han de doblar al 50% en esas lenguas a partir de un mínimo de 15 copias. La protesta se materializará el próximo lunes, cuando 74 cines de la comunidad cerrarán para expresar su malestar. No tienen en cuenta que muchas de las películas que se han distribuido en Catalunya en ambos idiomas han tenido rendimientos similares en taquilla. Lo que es indiscutible de la nueva ley es que las películas cuyo idioma original sea el castellano, no se doblarán ni subtitularán al catalán. Es que era ridículo.
A pesar de ello, cuesta tomar partido en una disputa que a mi entender es algo estéril, sobretodo si se da por sentado que el debate es otro muy diferente: la “castración química” que padece una película cada vez que se la dobla. Son palabras de Joel Joan que, fugazmente, hasta dice cosas con sentido. Pues sí, hay que recordar que en toda Europa tan sólo España e Italia mantienen las cuotas de doblaje, mientras que el resto del continente opta claramente por el cine en versión original. Aquí segumos mutilando las obras con doblajes penosos tanto en cine como en televisión.
Publicado el 28 de enero de 2010 a las 20:00.