En busca de la ilusión perdida
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Los Juegos Olímpicos de 1992 crearon en Barcelona lo que se llamó el "espíritu olímpico", que viene a ser la voluntad de unión que impregnó a toda la capital catalana ante el reto de ser sede olímpica. Cualquier barcelonés se siente orgulloso de ese verano del 92, y sin duda, la ciudad hizo un salto cualitativo en todos los aspectos desde entonces. Por esto, el reto que afronta Barcelona para acoger los Juegos de Invierno crea sin duda ilusión, y en cierta manera es la mejor herramienta para encender la llama del espíritu olímpico.
Aunque el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, asegura que la idea de organizar los Juegos nació después de muchas charlas con escolares de primaria que le reclamaban la posibilidad de poder vivir en primera persona un acontecimiento de semejante magnitud, su anuncio ya ha levantado numerosas críticas y se ha visto como una acción electoralista y oportunista; además, a nuestros vecinos les ha sentado como un tiro la propuesta, ya que Zaragoza-Jaca lleva años trabajando por el proyecto y consideran que ahora Barcelona puede mermar las posibilidades españolas.
Es cierto que en plena crisis y con el déficit público por las nubes, los retos se agigantan y dan miedo, y es cierto que Barcelona tiene ahora muchas prioridades, pero estamos hablando de un reto a doce años vista, y la ciudad debe ser capaz de afrontarlo sin dejar de lado las priorides que hay hoy, las de mañana y las que nos marquemos estos próximos años. Barcelona necesita ser fuerte y creer en sus posibilidades, porque ganemos o no a los rivales, la ciudad crecerá sin duda con esta ilusión, y esto nos beneficia a todos. Es mejor un ciudad inquieta, que se marca objetivos, que sueña, a una que se consume en el recuerdo de lo que fue, que se desgasta con las disputas políticas y que hastía a su ciudadanía con proyectos insulsos.
Publicado el 14 de enero de 2010 a las 18:15.