Por qué no dimiten los políticos
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Es una pregunta que sobrevuela España una y otra vez, sobretodo en tiempos de casos ‘Gürteles’. Da igual que hablemos de Sevilla, de Ávila o de Girona; a nivel local o de ministerio; de izquierdas o derechas. El resultado es el mismo: los políticos españoles no dimiten ni con la soga al cuello, tal y como ha ejemplificado el joven ex secretario general del PP valenciano, Ricardo Costa. Otro ejemplo: en las últimas cuatro legislaturas, sólo dos ministros han dimitido al verse salpicados por escándalos políticos. La más reciente ha sido la dimisión del ex ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, por el escándalo de la cacería con el juez Garzón.
Los entendidos se refieren al tema como una cuestión de cultura política porque, sin duda, en el mundo anglosajón y en el norte de Europa existe una mayor predisposición hacia la dimisión. En Estados Unidos, en los primeros quince días de su administración, Obama vio desfilar a tres de los altos cargos designados. El quid de la cuestión es que allí las conductas inmorales se perciben como algo directamente incompatible con la ocupación de un cargo público. Y mientras allí se producen dimisiones fulminantes bien razonadas y argumentadas, aquí son mucho más laxas y, encima, parece que las pedimos sin ton ni son y sin la energía adecuada. Los ciudadanos y los mismos políticos nos llenamos la boca con este verbo, tanto, que las renuncias nunca llegan porque siempre se reclama lo mismo.
“Dimitir, podemos dimitir todos”, dijo Magdalena Álvarez, cuyo puesto fue uno de los más reclamados de la pasada legislatura. Y con estas palabras siguió bien sujeta a su trono. Y como ella, Federico Trillo, ministro de Defensa durante el segundo gobierno de Aznar, o los responsables de la pésima comunicación tras los atentados de Madrid... La lista es infinita.
Publicado el 15 de octubre de 2009 a las 18:45.