Crónica de la muerte de la Semana Blanca
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La Semana Blanca nació a finales de 2009, en parte fruto de la inquietud mostrada por la comunidad educativa, que veía necesario cambiar el calendario escolar. Ni corto ni perezoso, el Departament d’Educació estableció una nueva agenda que obligaba al curso 2010-2011 a empezar el 7 de septiembre a cambio de una semana en invierno. La decisión pedagógica de colocar la Semana Blanca a finales de febrero y principios de marzo pretendía racionalizar la actividad académica entre Navidad y Semana Santa. Y es que el segundo trimestre suele hacerse muy largo para alumnos y docentes, con lo que la inclusión de ese periodo no lectivo buscaba cumplir con el modelo de que haya una semana de descan-
so cada ocho semanas de clase.
En fin, una fecha ideal, tal y como sugirió el conseller Maragall, para que padres e hijos cogieran los bártulos y pasaran unos días idílicos esquiando. Claro que también se podían hacer otras muchas cosas, pero esto ya se dejaba en plena libertad a manos de los padres y centros escolares. Así que a las asociaciones de madres y padres les cayó el honor de organizar qué hacer con los niños estos días. Y como estamos en crisis, las arcas públicas destinarían 800.000 euros para organizar actividades. Pero ¡ay!, a poco menos de un mes de la temida semana, pasan las temidas tijeras y la ayuda se reduce al 30% de la inicial. Toca a unos 2 euros por niño. Para pasar los siete días.
A efectos prácticos, la semana se convierte en un calvario para los padres, ya que obliga a organizar todo tipo de actividades no lectivas; no todos los padres pueden coger fiesta esos días para pasarlos con sus hijos (los responsables de recursos humanos de las empresas casi se ahogan bajo un alud de solicitudes), por lo que resulta aun más imprescindible una red lúdica para que las familias no se dejen el sueldo en canguros o para que los abuelos no se estresen más. Y cuando estaba ya casi todo montado, la nueva consellera anuncia el fin de la Semana Blanca, que el dinero de Educació no está para gastar en ocio sino para evitar los suspensos. Padres, asociaciones, consejos escolares, etc., se tiran de los pelos y piden que este año no los mareen más. Y así será. Y de esta manera, nace y muere esta idea que, curiosamente, convive felizmente desde hace años en muchos países europeos.
¿Y cómo lo hacen esos pobres padres? Preguntamos y nos hablan de compromiso del estado y de las empresas, de la conciliación entre la vida laboral y familiar, y ya no seguimos, porque aquí, en este país, de esto no gastamos.
Publicado el 25 de febrero de 2011 a las 09:15.