El caso Millet
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Hay ciertas características en el caso Millet que ponen los pelos de punta. Obviamente, todo el suceso en sí ya es deleznable, y eso que aún no sabemos cuántos metros de alfombra falta por levantar, ni cuanta suciedad queda debajo de ella ni cuantas escobas han barrido para esconderla. No es sólo que se haya cometido una enorme estafa, ni la desorbitante cantidad de dinero, ni que este dinero, encima, provenga de los bolsillos de los ciudadanos. Como si todo ello no fuera ya suficientemente, se van añadiendo más y más complementos de mal gusto a este menú ya de por sí repugnante. Para empezar, la patética confesión de los principales "saqueadores". Si estuvimos robando durante tantos años y nadie se dio cuenta, deben pensar,es que deben ser muy cortos. De ahí que se muestren arrepentidos por robar, nada, unos tres millones de euros. Mientras, las investigaciones ya indican que son más de diez los millones desfalcados.
Mientras, las hijas de los delincuentes, Clara y Laila Millet, y Gemma Montull, hija del ex director administrativo, aún mantienen sus cargos en la institución y no se quieren ir. Como buena hija de su padre, esta última ya ha cogido la baja para evitar el despido. Curiosamente, ésta también tiene una querella de la fiscalía por el desvío de fondos de la fundación hacia cuentas privadas. A todo esto, los políticos no son capaces de valorar qué ha fallado durante sus años de gestión en el Gobierno como para que nadie se diera cuenta de nada, aún cuando en 2002 la Sindicatura de Comptes ya mandó un informe alertando sobre las irregularidades que se cometían.
Es muy preocupante que cuando gente de responsabilidad es advertida sobre desajustes en arcas llenadas con dinero público no actúe inmediatamente. Una de las consecuencias de esta ineptitud es que el ciudadano empieza a poner en tela de juicio a todas las entidades. Una vez más, desgaste de confianza.
Publicado el 24 de septiembre de 2009 a las 17:45.