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La tan cacareada reforma laboral ya habita entre nosotros convirtiéndose en el centro de la polémica nacional por lo que supone de ataque a los derechos de los trabajadores conquistados a lo largo de muchas décadas de interminables luchas. El Gobierno de Rajoy ha jugado fuerte en este tema amparado en la amplia mayoría parlamentaria de la que dispone, aunque habría sido más ‘legal’ si esta propuesta la hubiéramos conocido los ciudadanos a la hora de votar el pasado 20-N. No se hizo así, ya que el PP prefirió ‘esconder’ sus planes concretos tanto en el tema de la reforma laboral como en el de la subida de impuestos (IRPF e IBI) y alguna otra ‘sorpresa desagradable’ que irá llegando, quizá ya con los nuevos Presupuestos Generales del Estado. Pero la reforma ya está aquí con el aplauso del Partido Popular, los catalanes de CiU y todas las organizaciones empresariales, pero también con las críticas de PSOE, IU y los sindicatos. Los primeros ven la reforma laboral como la herramienta que necesita este país para invertir la loca e interminable cola del paro porque generará confianza y empleo. Los detractores descalifican las medidas porque las ven como un ataque brutal a los derechos de los trabajadores y más que buscar la creación de empleo lo que hacen es abaratar el despido y dar todo el poder al empresario. Quizá ni lo uno ni lo otro; ni tan buena ni tan mala, aunque a medida que se van conociendo los detalles la reforma parece más dura para los trabajadores. Pero todavía hay margen en el trámite parlamentario para mejorar la reforma y que se oriente más a la creación de empleo que a la flexibilización de las normativas laborales. La clave del éxito está en los empresarios que ahora ya tienen el régimen laboral que tantos años llevan reclamando y que ningún Gobierno hasta éste de Rajoy se atrevió a dar. El Gobierno ha puesto las cartas sobre la mesa y ahora toca mover ficha a los empresarios, sobre todo a esos a los que las cuentas les van bien, generando el empleo que no se atrevían a generar por la rigidez de las contrataciones laborales.
El Gobierno arriesga un gran coste político y social apostando claramente por quienes generan empleo. El empresariado no sólo no puede fallar, sino que tiene que demostrar que la reforma laboral no es un instrumento para despedir alegremente, sino de equilibrar las empresas y a medio y largo plazo de generación de empleo. Ahora falta también el paso decisivo de las administraciones, con planes económicos que incluyan el pago de la deuda a los proveedores y que de una vez equiparen sus gastos a los ingresos previstos. Y finalmente falta que llegue el crédito. Pero no hay que tirar cohetes ya que para esos voraces mercados nada es suficiente y nos vuelven a poner contra las cuerdas rebajando la solvencia de la deuda española y de algunos de sus bancos.... Vamos que esta crisis parece no tener fin. Hagas lo que hagas, el aplauso será efímero y llegarán nuevas exigencias.
Publicado el 17 de febrero de 2012 a las 10:00.