Archivado en: Inéditos cine, treinta años de grabaciones
La pasada primavera hizo treinta años que comencé a grabar películas. Quería ponerme a ello desde que se comercializaron los primeros magnetoscopios a principios de los 80. Pero fue el 84 cuando, con los estipendios de un oportuno empleo como ayudante de montaje en unos estudios de Alcobendas, tuve dinero para mi primer JVC. Recuerdo sus trazas de armatoste: el mando a distancia tenía un cable. Largo como para operar con él desde el sillón, pero cable al cabo. Aun así, con aquel aparato grabé Un perro andaluz (Luis Buñuel, 1929) y El sirviente (Joseph Losey, 1963). Fueron las dos primeras cintas -nunca mejor dicho ya que entonces grababa en VHS- de una colección que hoy cifro en torno a los dos mil quinientos ejemplares. Todavía las conservo en perfecto estado. Y eso que, mi montador jefe de entonces, auguraba una vida efímera a mis grabaciones.
Creo que fue él -un buen amigo y una buena persona por otro lado- el primero de todos los derrotistas que desde entonces han querido que desistiera en mi empeño. A excepción de eso muy corto, pero que si te lo da la mujer que quieres -como es mi caso- es lo mejor del mundo, no hay nada en la vida que me guste más que ver una película. Así que hace treinta y cinco años, apenas tuve noticia de la existencia de los magnetoscopios, comprendí las posibilidades que me ofrecían para ir haciéndome con ese tesoro videográfico del que ahora vengo a jactarme.
Publicado el 25 de septiembre de 2014 a las 08:15.