Archivado en: Cuaderno de lecturas, La gota de sangre, Emilia Pardo Bazán
Madrid recuerda a Emilia Pardo Bazán con el monumento alzado en su memoria, ante el palacio de Liria (Princesa, 20-22), desde 1926. Por no volver sobre todas las veces que se hablaba de ella en la España pretérita, cada vez que se hacía referencia al Pazo de Meirás. Ni que decir tiene el renovado interés que despertó su obra en 1986, tras la emisión en TVE de Los pazos de Ulloa, la celebrada serie de Gonzalo Suárez. Así las cosas, salvo puntualizar que nunca había caído en el olvido, no hay nada que objetar a todas esas conmemoraciones de las que está siendo objeto la escritora gallega con motivo del centenario de su óbito. La condesa ha sido leída, prácticamente sin interrupción, desde que empezó a publicar. Los clásicos son clásicos precisamente por eso, porque perduran como ejemplo. Otra cosa es que ahora se la reivindique desde nuevas perspectivas, contra lo que tampoco tengo nada que objetar.
En lo que a mí respecta, debo reconocer que ha sido la autora más alejada de mi universo personal a la que, sin embargo, he leído con agrado en tres ocasiones. Insolación (1989), la primera de mis lecturas de doña Emilia, me ganó por sus descripciones del parque de la Bombilla. Junto con los fragmentos que dedica Hemingway a este mismo espacio en Muerte en la tarde (1932), son las páginas que más me han calado de cuantas he leído sobre uno de mis rincones favoritos de Madrid.
Publicado el 19 de mayo de 2021 a las 03:15.