Que la tierra sea leve a un maestro del cine de miedo
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Llamarle "Chicho" me resulta algo muy cercano a eso de los admiradores de Gabriel García Márquez, que para dejar constancia del entusiasmo que les inspira su obra tienen a bien llamarle "Gabo" como si hubiera existido alguna confianza entre ellos. Yo soy entusiasta del cine de miedo y como tal también vengo a rendir mi pequeño tributo a Narciso Ibáñez Serrador. Prefiero llamarle así, por su nombre completo, para que quede claro el respeto que, desde la encendida admiración que me inspira su obra, le profeso. A Buñuel siempre le llamo "don Luis" por el mismo motivo.
Que otros alaben Un, dos, tres responda otra vez..., el concurso por antonomasia de la televisión en España, todo un capítulo en la historia del medio en nuestro país y todo un recuerdo en nuestra memoria colectiva. Ahora bien, yo me quedo con Historias para no dormir. El dibujo de esa puerta abriéndose al comienzo de su cabecera, dejando entrar un rayo de luz en la penumbra que llenaba el plano, fue la primera imagen angustiosa que me magnetizó. Raramente conseguí ver más. Eran emisiones con dos rombos, prohibidas a los niños de hace más de cincuenta años. El propio Ibáñez Serrador solía apuntar que los de miedo son cuentos para adultos. Con todo, entre aquellas historias que nos quitaron el sueño, supe por primera vez de la experiencia de Edgar Allan Poe, deidad y referencia de toda ficción diabólica, en un acercamiento a sus últimos avatares que Ibáñez Serrador nos presentó en 1967 bajo el título del más célebre poema del estadounidense: El cuervo.
Publicado el 8 de junio de 2019 a las 16:00.