La invención de Verne según la ficción de Wells
I
La monserga del anciano
No acabo de creerle. Sé que al contármelo le exalta la ira de los frustrados. Pero también sé que hay algo en el fondo de la perorata de Apolinar Tiramisú que fulge como sólo lo hace la verdad.
Me habló de ello por primera vez la semana pasada, el lunes creo que fue, en uno de nuestros paseos por el Boulevard de Saint-Michel. De ordinario, cuando empieza con sus historias, no le escucho. Aquella tarde sí lo hice. Ya no es aquel amigo con quien compartía mi pasión por la fantaciencia. Ahora sólo es un pobre anciano -si lo que dice es verdad, mucho más de lo que aparenta- al que nadie aguanta, aunque él aún se cree un gran tipo y está seguro de gustar.
A mí sólo consigue exasperarme con sus delirios de grandeza. Cuando hay alguien delante y me pone en evidencia con sus voces, sus aspavientos y demás muestras de su incipiente demencia senil, me marcho y en paz. Mas es el caso que, por el momento, prefiero pasear en mala compañía a hacerlo en soledad. De modo que, por no llamarle "viejo" y ponerle en su sitio, evito escucharle. Que cite a Shakespeare mal cuando le dé la gana y que bese la mano a las mujeres -que al verle hacerlo se ríen de él- como se estilaba en los tiempos del polisón.
Publicado el 15 de noviembre de 2013 a las 15:00.