Archivado en: Miscelánea, In memoriam
Llega un tiempo en el que todo son recuerdos. Ya estando en esos días con aire postrero, cuando te encuentras con alguien conocido del pasado, verificas en esos primeros signos de su decrepitud esa vejez que también se ha apoderado de ti. Es lógico, ante semejante panorama, considerar que no sería raro que aquélla, la del encuentro fortuito con alguien del pasado, sea la última vez que ves a esa persona que, igual que tú, nunca ha de ser un rey entrando triunfante en Persépolis y ya cuenta en las nóminas de quienes pueden morir en breve. Cualquiera puede irse mañana, bien es cierto. Pero cuando llega esa edad de guardar treinta, cuarenta, cincuenta años de recuerdos, ya se está entre los primeros que va a llamar La Parca.
Llega un momento en que, esa fugacidad del tiempo que como obedeciendo a artes nigrománticas desvencija la belleza, se acelera. Es entonces cuando deja de ser un dicho que el devenir de los días discurre más rápido cuantos menos quedan. Como por arte de magia, las fotografías no interesan tanto por su calidad artística y empiezan a hacerlo por su carácter documental. Ya en esa sazón, todo son derrotas. Contra el destino nadie da la talla y “envejecer y después morir”, como escribe el gran Jaime Gil de Biedma en No volveré a ser joven, resulta ser el único argumento de la obra.
Publicado el 29 de mayo de 2024 a las 18:30.