Que la tierra le sea leve a Eugenio Martín
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Eugenio Martín fue un cineasta de culto. Pero -vaya evocando el título del gran Algernon Blackwood, a buen seguro uno de sus cuentistas favoritos- de culto secreto. Muy apreciado por los amantes del cine español de géneros, a su buen hacer se deben películas de la talla de Pánico en el transiberiano (1973), una de las cumbres del fantaterror patrio. Pero la historiografía al uso apenas se detiene en él. Si lo hace es para hablar de su adaptación televisiva de Juanita, la Larga (1895), la novela de Juan Valera, en antena en 1982. Por otra parte, amplios sectores de la cinefilia deploran al Martín de películas tan comerciales como La vida sigue igual (1969), un vehículo al servicio de Julio Iglesias.
Yo me quedo con el Martin de los giallos. A cuál mejor, pero todos ellos de factura bien distinta. Alabo Hipnosis (1962), una coproducción germanoitaloespañola que versa sobre un inquietante ventrílocuo, cinta tan cosmopolita como los thrillers de Isasi. Por el contrario, Una vela para el diablo (1973) es tan castizo como el puritanismo contra el que se yergue. Junto con La campana del infierno (Claudio Guerín Hill, 1973), es la obra maestra del terror materialista -por así llamar al espanto plausible- del fantaterror patrio. Y sí Hipnosis marca el comienzo del giallo en España, Una vela para el diablo supone una de sus cumbres más representativas. Acuso el reciente óbito de Eugenio Martín como el de alguien que me hizo pasar muy buenos ratos. Que la tierra le sea leve a uno de los grandes maestros de la pantalla autóctona.
Publicado el 23 de enero de 2023 a las 21:30.