El fantasma de Cartago
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "El fantasma de Cartago"
Siendo Alix el héroe por antonomasia de la antigüedad clásica en el Noveno Arte, nada más lógico que la frecuencia con que sus aventuras tienen que ver con Cartago. Y sin embargo, aunque el joven paladín es todo un romano, su buena disposición para los cartagineses -los enemigos de Roma, también por antonomasia- viene a dar fe de que el espíritu de Jacques Martin -el impagable creador de Alix- dista mucho del de Edgar P. Jacobs. Sin entrar en otras consideraciones -alabado sea por siempre el nombre de Jacobs-, en Martin sería inconcebible esa criminalización maniquea de los tibetanos -en realidad trasunto del fascismo japonés que acababa de perder la guerra en el Pacífico- que Jacobs lleva a cabo El secreto del Espadón (1946), primera aventura de mis adorados Blake y Mortimer.
A la larga, dicha buena voluntad no es otra que la que inspira a Hergé, mentor de todos ellos, cuando hace que Tintín, a partir de su experiencia americana, se abra a los países que visita en lugar de liarse a mamporros como Obélix. Es curioso que los estalinistas y otros mentecatos de antaño tilden a Hergé de fascista. Quedémonos de momento con Alix.
Lleno de referencias a álbumes anteriores no publicados en la serie española editada por Norma en los primeros años 80, cuando yo la leí -según me parece, tampoco en la anterior de Okius-Tau-, acaso sea El fantasma de Cartago la aventura de Alix que más me ha gustado. Objeto de una nueva edición española, con el título de El espectro de Cartago dentro de la encomiable y necesaria recuperación de que toda la colección puesta en marcha por NetCom2 editorial, todo es epifanía en ambas impresiones.
La historia comienza cuando el joven romano y su inseparable Enak se encuentran posando para Scoras, un escultor cartaginés que se dispone a inmortalizarles en piedra como pago a los servicios prestados a la nueva Cartago en una aventura anterior: La isla maldita.
Cae la noche y un fantasma, portando una misteriosa luz, sale de las ruinas de la vieja Cartago para dar muerte a un legionario que hace guardia.
Al día siguiente, nuestros protagonistas se presentan en casa de Heliodoro, hermano del ausente inventor Lydas, al parecer amigo de nuestro héroe y desaparecido en La isla... Allí también se encuentra un mago -Eschoum- que le resulta conocido a Alix.
Concluido el ágape con que les obsequia su anfitrión, al regresar a su casa entre las ruinas, el joven romano sufre un desvanecimiento del que parece no recuperarse. El gobernador, a cuya residencia es conducido, toma cartas en el asunto y obliga al mago, que ya conocemos del domicilio de Heliodoro, a que haga regresar al joven romano de su sopor mortal.
Recuperado Alix, los dos amigos no tardan en volver a aventurarse por las ruinas de la vieja Cartago. De uno de sus pozos sale el fantasma que porta la extraña luz y sigue matando a los legionarios.
Metidos en sus pesquisas, el intrépido romano pierde el rastro de su amigo egipcio. Tras buscarle en vano, llegada la noche se internará en el pozo del que, efectivamente, sale el fantasma que lleva la luz. Investigando por los corredores de la enigmática construcción, da en ellos con los adoradores de la divinidad de la noche -Tanit- escondidos en unos habitáculos del lugar. La máxima sacerdotisa no es sino una bella joven que responde al nombre de Samthó. Habiendo dado refugio a Alix cuando éste sufre una caída, quedará prendada de él.
Los amores interrumpen el hilo de Ariadna que conduce el relato, recordaba Hergé. Y nosotros debemos abundar en dicha idea frente a quienes pretenden ver en Tintín connotaciones homosexuales porque el reportero no tiene novia. Alix, a diferencia del inefable Jabato, tampoco tiene chica. Pero que Martin nos muestre los sentimientos que inspira a Samthó, también le distancia del resto de los grandes discípulos de Hergé.
En cualquier caso, Alix se muestra indiferente a los sentimientos que inspira a la sacerdotisa. Intentará que ella, empeñada en huir con él, le diga qué es el extraño objeto que provoca la luz. Y en efecto, está a punto de hacerlo cuando la escalera por la que se disponen a salir a la superficie se rompe y Samthó cae al fondo del pozo, hallando allí la muerte.
Ya de regreso en la ciudad nueva, los dos amigos vuelven a encontrarse y Enak refiere al joven romano su experiencia con "una luz cegadora" que encontró en las ruinas. Al cogerla, fue víctima de un desmayo. Así las cosas, aunque oyó a Alix buscándole, no tuvo fuerzas para responderle.
A la mañana siguiente los legionarios reciben refuerzos y "ciegan" los pozos de la ruinas llenándoles de piedras. Esa misma noche, Alix será víctima de un intento de asesinato por parte de Scoras, que arrepentido pedirá la muerte a Tanit, quien se la concederá descargando un rayo sobre él.
Entretanto, el gobernador romano ha encerrado en su palacio a todos los ediles cartagineses, que comienzan a ser emparedados en su parlamento ante la negativa de ofrecer algún dato que ayude a detener al fantasma portador de la extraña luz.
Ordenado igualmente un registro en casa de Lydas, nuestros amigos, que acompañan a los legionarios, encuentran en ella al abuelo de Samthó, que acaba de ser torturado por los adoradores de Tanit. En venganza, cuenta a nuestro héroe todo lo que sabe. La misteriosa luz es el reflejo que produce un metal fabuloso, el oricalco. Descrito por Platón en sus escritos sobre la Atlántida, aquí se dice procedente de un meteorito y que otorga "un poder terrible".
Eschoum, con el que Alix ya mantuviera una rivalidad anterior en La garra negra, traslada los últimos restos de este prodigio al puerto para allí ser embarcados. Por último, el fantasma también es un antiguo conocido del intrépido Alix. En esta ocasión, del álbum titulado La tumba etrusca.
Ya para acabar, mientras se desata una tormenta, Eschoum y sus últimos colaboradores intentan escapar con el oricalco. Pero tan codiciada materia estalla provocando un cataclismo.
En colecciones tan dilatadas como la de las aventuras del teniente Blueberry, las de Spirou y Fantasio y ya incluso las de Blake y Mortimer, se puede apreciar perfectamente cómo el trazado de las viñetas puede llegar a cambiar tanto con el tiempo como las traducciones. Publicado originalmente en 1977, el dibujo de El fantasma de Cartago se me antoja mucho más próximo al de esa edad de oro que conoció el cómic en los años 60, cuando a mí me cautivó, que al de estos tiempos que corren.
Sin embargo, el espíritu que inspira éste y el resto de los álbumes de Alix -hay que insistir- siempre está mucho más en consonancia con el de los días venideros que con el que imperaba mientras tan queridas aventuras se dibujaban. Logicamente, esa impronta también acabó por influir en las ilustraciones. Fue en un álbum de Alix -no recuerdo en cuál- donde vi por primera vez una viñeta que mostraba a una pareja que se acababa de entregar a los placers de la carne.
Publicado el 28 de diciembre de 2011 a las 03:45.