Un precursor de los mitos de Cthulhu
Comienzo a tener la sensación de que la encrucijada que nos llevó del segundo al tercer milenio coincidió con la edad dorada de mi experiencia como lector. También fue entonces, en 2001, cuando di cuenta de cierta maravilla, Culto secreto y otros relatos, del gran Algernon Blackwood, aparecido en la Biblioteca Fantástica de Alianza Editorial. Una pieza de este mismo autor, El Wendigo, fue incluida por mi admirado Rafael Llopis entre los precursores de los mitos de Cthulhu en el impagable -y entrañable- volumen que dedicó al universo de Lovecraft también en Alianza (Los mitos de Cthulhu H P Lovecraft y otros, 1969). Fue el propio outsider de Providence quien escribió sobre Blackwood en El horror en la literatura "es maestro absoluto e incuestionable de la atmósfera espectral"
Y las narraciones reunidas en Culto secreto y otros relatos son la mejor prueba de que el cuento, que no la novela, es la expresión por excelencia de la literatura de terror. Así, mientras las tres piezas breves que se nos presentan son auténticas obras maestras, las largas resultan monótonas y tediosas.
El hombre al que amaban los árboles, la primera de las dos lecturas largas, cuenta cómo una inglesa va perdiendo paulatinamente a su marido a consecuencia de la pasión que a éste, después de recibir la visita de un pintor especialmente dotado para la reproducción de la floresta, comienza a inspirarle el bosque que rodea su casa. Pese a que ella hace todo lo posible por alejarle de un entorno para él pernicioso, nuestro protagonista, que antaño trabajara en estrecho contacto con los árboles en una colonia británica, insiste.
Al final de la narración, dilatada hasta llegar a resultar aburrida, se nos presentan unas escenas en que ella, ya con él totalmente enajenado por su obsesión, se siente angustiada en el bosque e incluso en su casa, rodeada por ese bosque que tanto atrae a su marido. A mi juicio, se trata de una obra fallida porque no consigue satisfacer el interés que en principio suscita.
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Si Blackwood es uno de los grandes de la literatura de terror ello es debido a sus relatos cortos. El ocupante de la habitación, la segunda de las lecturas aquí reunidas, trata del misterio concerniente a la pieza ocupada por un maestro de vacaciones en un hospedaje de una sierra suiza. Pese a los recelos iniciales de los patronos a alquilar el cuarto, aduciendo que de "alguna manera" éste ya está ocupado, a falta de otro mejor, nuestro hombre acepta el alojamiento. La estancia en cuestión fue alquilada a una inglesa que se empeñó en ir al monte sin guía un par de días antes. Desde entonces, ni ha vuelto ni se han tenido noticias de ella.
Así las cosas, cuando nuestro viajero no puede abrir el armario, calcula que están guardadas en él, bajo llave, las ropas de la dama. Convencido de ello se acuesta, resultándole inútil conciliar el sueño. En su vigilia comienza a ser presa de una extraña angustia existencial que le lleva a considerar la inutilidad de todas las cosas. Vaya este apunte como prueba de la genialidad de Blackwood quien, basándose en dicho pesimismo, irá construyendo el ambiente terrorífico. De todo ello deducimos, indefectiblemente, que hay algo en la estancia que induce a la desesperación: "el terrible frío, la nada, el vació".
Impelido por un irrefrenable impulso a abrir el armario, puesto a ello, utiliza todas las llaves de la habitación. Siéndole imposible, pese a lo avanzado de la madrugada, no duda en llamar al hotelero para que le ayude. Cuando finalmente lo consiguen, descubren el cadáver de la inglesa con una nota en la que anuncia que, cansada de la vida -esto es, los mismos sentimientos que acaba de experimentar nuestro protagonista- ha decidido quitársela. He aquí uno de los mejores relatos de terror que he podido leer en mis muchos años de afición al género.
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El culto secreto es un digno sucesor de la pieza que le precede. Su asunto es la historia de un viajante inglés, Harris, ya de edad avanzada, que, ocasionalmente, regresa al pueblo de Alemania donde se encuentra el internado en que cursara sus estudios siendo adolescente. Tras un brillante retrato de la nostalgia que experimenta el protagonista, éste anuncia en el albergue donde se hospeda su intención de visitar la institución. Los recelos de los presentes cuando le escuchan son los mismos que los de los lugareños de los Cárpatos tras oír a Johnathan Harker manifestar su deseo de visitar el castillo de Drácula. Entre los asombrados se encuentra John Silence -el Van Helsing de Blackwood-, pero esto no nos será revelado hasta el final.
Haciendo caso omiso a la actitud, más que advertencia, nuestro viajante se dirige a su antiguo colegio. No obstante la amabilidad con la que le reciben los monjes que lo regentan, desde el primer momento, la nostalgia se confundirá con cierto misterio que rodea a la casa. Llegado el momento de marcharse, los extraños monjes se lo impiden con nuevas cortesías. Después aseguran que la visita no ha sido casual, sino que es maravilloso que el viajante sea un Opfer, palabra a la que Harris imagina un significado terrible.
Ya bajo los efectos de un narcótico que le suministran sus anfitriones, Harris, horrorizado, descubre con impotencia que está siendo preparado para constituir el sacrificio que los monjes van a hacer a una extraña divinidad a la que llaman el hermano Asmodelius, que no es sino Asmodeo, el demonio descrito en el Libro de Tobit del Antiguo testamento. El mismo Harris, sin poderlo remediar, se ofrece para ser un Opfer.
Cuando está a punto de consumarse la inmolación, uno de los frailes, muy inquieto, grita: "hay un hombre con poder entre nosotros". Es entonces cuando el viajante, reconoce a un hombre de "ojos fascinantes" que ha visto en la posada: será su salvador. Harris pierde el conocimiento...
Cuando vuelve en sí, el viajante se encuentra entre los escombros de un edificio derrumbado. Junto a él está su salvador, quien le dice que se encuentran en un lugar embrujado y que lo mejor es alejarse de él. Será después, cuando Harris quiere saber el nombre de su benefactor, mirando las firmas de las personas registradas en el albergue que da hospedaje a ambos, cuando descubra que se trata de Silence. He aquí el mejor colofón a otra obra maestra.
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Si desmerecer en modo alguno a sus brillantes predecesores, Complicidad previa al hecho es otra inquietante genialidad. Al llegar a una encrucijada en su trayecto, un excursionista ve que los distintos caminos que se le ofrecen no concuerdan con los que esperaba encontrar. Aun así, sigue uno que cree un atajo: está cansado y la noche está cayendo. Cuando acaba de descubrir que está perdido, un vagabundo le pregunta la hora. Nuestro excursionista, al advertir que el vagabundo no está solo, comprende que va a ser víctima de un atraco. En efecto, minutos después los dos nómadas le asaltan y le matan. Cuando el sabor de su propia sangre le llega a su boca, el excursionista vuelve a verse en la encrucijada de su trayecto. Esta vez si reconoce los distintos caminos que se le ofrecen y toma el correcto.
Al llegar al pueblo en que pasará la noche, nuestro protagonista reconoce en la posada a los dos vagabundos de su premonición y al hombre al que estos intentarán atracar. A la mañana siguiente, recurriendo a diversas sutilezas -en modo alguno puede decirle que ha tenido una premonición- intentará evitar que el infeliz tome el camino en que sus asesinos le saldrán al paso. Todos sus esfuerzos serán inútiles. No tardará en leer en la prensa que el desdichado fue atracado tal y como él imaginó.
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Viniendo de tres indiscutibles obras maestras, el siguiente relato que se nos propone, largo como el primero, también resulta decepcionante, si bien no tanto como el que abre la selección. En esta ocasión, la experiencia es la de unos ingleses en Egipto que viajan al pasado legendario del país al escuchar cierta melodía. Una vez allí, el tiempo de los faraones se apoderará de sus vidas como los árboles de la del primer protagonista de esta selección. Es un dato significativo que más de 100 páginas me hayan sugerido tan pocas líneas, máxime teniendo en cuenta que las piezas breves me han sugerido un folio entero o más.
Finalmente, cabe apuntar que el hecho de que todos los protagonistas de Blackwood sean viajeros -el primero es la excepción que confirma la regla- es debido, a buen seguro, a la gran afición por los viajes del autor, de la que se da buena noticia en el prólogo. La calidad de las piezas breves es tanta que hace olvidar el tedio que acaban produciendo las largas. Resumiendo, he aquí uno de los mejores libros de terror que he leído jamás.
Publicado el 5 de octubre de 2011 a las 10:00.