miércoles, 18 de diciembre de 2024 06:26 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

El amor de un arribista

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Bel Ami", de Guy de Maupassant.

imagen

                   Hay personajes que te llevan a otro como una llamada a su nota a pie de página. Ése ha sido el caso de Lucien de Rubempré, cuya peripecia final en Esplendores y miserias de las cortesanas es mi lectura de estos días. El poder de seducción del galán de Balzac me ha recordado al del Bel Ami, de Guy de Maupassant.

                   Siempre interesado por la narrativa decimonónica francesa, leí a Maupassant con sumo gusto en las esplendidas traducciones -y compilaciones- de Ester Benítez para la entrañable colección de El libro de Bolsillo de Alianza Editorial. Fue en los años 90. Aquellas lecturas supusieron uno de los placeres que me deparó el fin de siglo. Empecé por los cuentos. Abundando en ellos di con Bel Ami, la espléndida novela del gran Maupassant que expresa de forma incontestable esas estrechas relaciones entre el dinero y el amor que ya habían sido uno de los asuntos fundamentales del gran Balzac. Lo que sigue son las notas que tomé entonces, en mi lectura de Bel Ami de hace ahora once años, en septiembre de 2000.

                   Georges Duroy es un modesto empleado que recuerda sus crueldades como miembro del ejército colonial en África. Pasea por las calles de París haciendo cálculos sobre su falta de dinero cuando se encuentra con un antiguo compañero del ejército. Charles Forestier, el tipo en cuestión es ahora redactor jefe de la sección de política de La vida francesa. Enfermo y afectuoso, presta a su amigo un dinero para que acabe el mes, alquile un frac y se presente al día siguiente a cenar en su casa. Entre los invitados se encuentra el dueño de La vida francesa, un judío apellidado Walter, y Forestier estima que habrá oportunidad para que su antiguo camarada comience a abrirse camino en el periodismo.

                   "Si se habla de Tiberio o Cicerón sabes más o menos qué es eso" (pág. 16) pregunta entonces el redactor jefe. Como su amigo le responde afirmativamente, Forestier considera que basta para ser periodista. He aquí un dato tremendamente revelador sobre la preparación de los informadores decimonónicos y sobre la opinión que le merecían al gran Maupassant sus compañeros de la prensa. De hecho, como se afirma en la solapa, no es baladí que el maestro, siendo colaborador de tantas publicaciones como fue, situé el relato en el mundo del periodismo.

                   Posteriormente, durante una visita al Folies Bergère -un lugar mucho más grande de lo que yo imaginaba, por cuya galería se puede pasear casi como se hace por una avenida- se nos descubrirán los encantos que las mujeres ven en Duroy merced a la impresión que causa a una prostituta que acepta marchar con él poco menos que gratis.

                   La noche siguiente, durante la cena, azorado y fascinado por la gente chic, entre otros invitados, Duroy conocerá a Madeleine Forestier -la mujer de su amigo-, Clotilde de Marelle -una mujer corrompida según el Bompiani-, al señor Walter -director de La vida francesa- y a su esposa. Una observación pronunciada en el momento oportuno, a cuenta de unos problemas habidos en el África colonial francesa, hará que Walter encargue a nuestro hombre un artículo sobre Argelia.

                   Puesto a ello, Duroy no sabe escribir. Tiene ideas, pero no es capaz de desarrollarlas. Agobiado acude una vez más a Forestier y éste, una vez más, le dice que no se preocupe, que Madeleine le ayudará. Efectivamente, la señora Forestier, tras pedirle que le cuente sus recuerdos, le escribe la pieza exactamente igual que hace con las que firma su marido. Entretanto, Georges se enamora de ella. La visita acaba cuando el conde de Vaudrec -a quien en su primera aparición ya sabemos el amante de Madeleine- se presenta en la casa.

                   El artículo es un éxito y se le encarga una serie. Pero no puede escribir el siguiente. De nuevo recurre a Forestier, pero el camarada ya se ha cansado de él. Ante este panorama, el primer texto totalmente original de Duroy es un fracaso. Aún así, consigue entrar en la redacción como ayudante del cronista de sociedad -Saint Potin-, un tipo que incluso falsea las entrevistas. No hace falta mucho tiempo para que el advenedizo se convierta en un notable reportero, adquiriendo facilidad de "pluma con sus gacetillas".

                   Tras un segundo encuentro con Clotilde de Marelle, a la que visita por que ella se lo ha pedido dos meses después de conocerla, la dama -cuyo marido siempre está fuera por motivos laborales- le convida a una de las cenas que celebra con los Forestier en el reservado de restaurante para responder a las invitaciones de estos con ella. Será esa noche, al acompañarla a casa en el simón tras los postres, cuando Duroy bese a Clotilde por primera vez. Instantes después, de nuevo solo, se sentirá un hombre feliz porque ya tiene "una mujer casada" (pág. 90), como la gente chic.

                   Querido de Clotilde, es la hija de ésta la que le da el apodo de Bel Ami. Por salir con Clotilde, que se empeña en ir a bailongos populares disfrazada de pobre, Duroy se entrampará hasta el punto de llegar a tener menos dinero que al comienzo de la novela. Cuando, tras una pequeña disputa, Georges pone a su amante al corriente de la situación, Clotilde comienza a dejarle dinero, disimuladamente, en su chaqueta.

                   Los primeros reparos de Duroy a estas sumas, que se promete devolver en breve, no tardan en relajarse. Máxime cuando, después de que Georges sea saludado por su meretriz del Folies -Rachel-, se produzca la rimera ruptura de la clandestina pareja. La Marelle, como la llama Madeleine, no sólo es la que paga, sino también la que -tras ser molestada por los vecinos de la miserable vivienda que habita Duroy-, alquila el apartamento que acogerá su adulterio.

                   En los días siguientes, Forestier comienza a hacer la vida imposible a su antiguo camarada en el periódico. Georges, en venganza, acaricia la idea de ponerle los cuernos. Con tal propósito, visita a Madeleine la mañana siguiente. Viéndole venir, ésta le dice claramente que no va a ser su amante, pero le propone que sean amigos. Como Duroy asegura amarla de veras, acepta el trato. Bajo esta nueva condición, ella le aconseja que visite a la señora Walter para "colocar sus piropos", aunque la mujer del dueño de La vida francesa es honrada y no le ofrecerá ninguna posibilidad de "lío". Tras superar los pequeños temores que le inspira una posible torpeza con la mujer del jefe, el arribista que ya despunta en él visita por primera vez a la señora Walter. Después de las primeras veladas en dicho domicilio, será nombrado redactor jefe de la sección de Ecos.

                   También será en una de las noches en casa del jefe cuando Duroy vuelva a ver a la señora de Marelle. Para sorpresa de nuestro hombre, ésta ha olvidado la disputa y le invita a proseguir con sus amores. Un duelo, librado con un tipo que se burla de sus crónicas, le convertirá en un héroe a los ojos de Clotilde.

                   Mientras el advenedizo prosigue su vertiginoso ascenso social, el estado de salud de Forestier -aquejado desde las primeras páginas de una dolencia pulmonar- se agrava. Trasladado el matrimonio a Niza, Madeleine, aduciendo esa amistad que Georges le jura y la que le uniera en el ejército a Charles, ruega a Duroy que se acerque a acompañarle en los últimos días del moribundo. Cuando Forestier expira, Georges pide matrimonio a Madeleine. Tras un tiempo prudencial y tras puntualizar que para ella el matrimonio es una asociación más que un vínculo -que va a tener amantes, hablando en plata- ésta acepta. Será Madeleine quien, para dar un aire aristocrático al apellido de su futuro, le indicará quien se lo cambie por Du Roy.

                   La pareja parece quererse tanto en un primer momento que Madeleine se empeña en visitar a sus suegros, pese a que él le advierte que son unos aldeanos. La madre de Georges desconfía de ella: un día aguanta la parisina en el pueblo. De nuevo en la capital, bastara con que Clotilde les visite para volver a liarse con ella, pues han vuelto a partir cuando Bel Ami anunció a su querida su matrimonio. Pero su éxito con las mujeres no evita que el advenedizo comience a sentirse agobiado por el fantasma de Forestier. No es sólo que sus artículos sean calcados a los del finado, también que vive en su mismo domicilio, que en la redacción le llaman como llamaban a Charles... En fin, que ha ido a ocupar en todo el mismo puesto que antaño ocupara el difunto. De un modo que un día, que Madeleine explica que no se hacen dulces en la casa porque no le gustaban a Forestier, Du Roy comienza a dar rienda suelta a una obsesión. Advierte en la redacción que retara a un duelo a quien vuelva a llamarle por el apodo que le relaciona con el finado y comienza a preguntar a Madeleine si engañó a Charles. Ella, muy correcta, nunca responderá. Pero el advenedizo, que a mi entender también se sabe cornudo, después de un paseo en coche por el Bois de Boulogne, deja de querer a su mujer, probablemente la única que ha querido de verdad.

                   Cuando Du Roy decide emprender la seducción de la señora Walter ya es un arribista consciente de serlo, con anterioridad lo ha sido sin reparar en ello. Como señalan los comentaristas de esta joya, tal vez sea a la jefa a la primera mujer que Bel Ami conquista obedeciendo a un deseo ajeno al sexual. De hecho, la Walter es una dama mayor. Como señala el Bompiani, anteriormente no ha utilizado deliberadamente el poderoso atractivo que ejerce sobre las mujeres.

                   La operación da comienzo durante un asalto -un encuentro de esgrima- celebrado en la misma sala de armas en que Du Roy se entrenó para su duelo -uno de los fragmentos que más me han llamado la atención-. Será la jefa quien oponga una mayor resistencia a sus caricias, pero también la que, una vez vencida, se rinda a él con una vehemencia mayor.

                   Mientras Bel Ami intenta meterse en la cama de la Walter, en la suya se cuece un turbio asunto sobre Marruecos. Laroche Mathieu, el nuevo amante de Madeleine, siempre hermosa, ambigua e intrigante, lo promueve en los ambientes políticos; La vida francesa, en la opinión pública. Cuando la jefa se rinde a sus pies, Du Roy no tarda en despreciarla, con lo que ella estará a punto de enloquecer por él. Tanto es así que le proporcionara una información confidencial sobre el asunto de Marruecos. Estos conocimientos le procurarán un nuevo dinero a Bel Ami. Dicha cantidad apenas tiene importancia para él. De hecho le pasa los datos a Clotilde, quien sigue siendo su amante.

                   Nuestro advenedizo ha puesto sus infalibles ojos en Suzanne Walter, la bella hija mayor de su jefe. Antes de iniciar la que la crítica, con tanto acierto, llama su obra maestra, Georges tendrá tiempo de volver a discutir una vez más con Clotilde. En esta ocasión el motivo es que ella le descubre unos pelos que la jefa, en su ya incipiente desvarío, ha dejado ex profeso en la chaqueta de nuestro execrable galán.

                   Muerto el conde Vaudrec, Madeleine resulta ser su heredera. Como aceptar la herencia sin más supondría reconocer que el aristócrata fue su amante, alegando la observancia de la debida compostura, Georges estima que lo mejor será que ella le dé a él el cincuenta por ciento del dinero. Madeleine acepta la extorsión con una elegancia admirable y, tras dar la correspondiente fe de ella en el notario, Bel Ami se hace limpiamente con una pequeña fortuna.

                   Durante una fiesta celebrada en la casa de los Walter, Du Roy tantea por primera vez a Suzanne, quien resulta estar perdidamente enamorada de él. Su matrimonio con Madeleine es un obstáculo para su verdadera meta, decide poner en marcha una operación para sorprenderla -acompañado de un policía- en un flagrante adulterio con Laroche Mathieu, ahora ministro tras su éxito en el asunto de Marruecos, quien, por cierto, acaba de condecorar a Bel Ami con la legión de honor.

                   Divorciado de Madeleine -quien acaba viviendo en Montmatre, escribiendo los artículos de un joven periodista, de quien también es amante-, y habiendo acabado de paso con la carrera política de Laroche Mathieu, lo único que le impide casarse con Suzanne es la oposición paterna: la madre se ha vuelto loca de dolor y el jefe ha prometido a la muchacha a un joven conde. Ante este panorama, a Du Roy no le queda más remedio que raptar a su bella. Suzanne, que ve en el gesto un acto de amor, se presta a ello encantada.

                   Las apariencias y la debida compostura vuelven a jugar en favor de Bel Ami. Walter se ve obligado a consentir el matrimonio, so pena de ver a Suzanne deshonrada.

                   Cuando el advenedizo pone a Clotilde en antecedentes de su boda, los amantes vuelven a discutir. Cabe pensar que él está en verdad enamorado de Suzanne puesto que aguanta impasible todos los insultos que la Marelle tiene a bien soltarle, hasta que ella dice que se ha acostado con su prometida -lo que no es cierto-. Es entonces cuando Du Roy comienza a golpearla "como si le pegara a un hombre".

                   Pero una vez más Clotilde perdonará. Será en la boda, magna ceremonia en la que se da cita todo París. Mientras la jefa desespera y Bel Ami luce su legión de honor: "ante sus ojos deslumbrados por el brillante sol flotaba la imagen de la señora Marelle atusándose frente al espejo los pelillos rizados de sus sienes, siempre revueltos al salir de la cama", concluye el maestro.

                   Habida cuenta de la importancia que tiene en la literatura gala, no hay duda de que el adulterio es el primero de los juegos galantes de Francia. Desde Flaubert hasta Celine, desde Maupassant hasta Drieu La Rochelle todos hablan de él. No obstante, lo que cuenta en esta novela es su magnifico retrato del arribista, del aldeano mezquino metido en el vertiginoso ascenso social.

                   A este respecto, bien se pude decir que Bel Ami es lo más grande que se ha escrito. Particularmente, es una de las novelas que más me han gustado de toda mi experiencia de lector.

Publicado el 9 de septiembre de 2011 a las 10:15.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 2

1 | Jose Luis - 10/9/2011 - 13:35

Una curiosidad: Hace poco oyendo la radio me di cuenta de que a causa de la influencia anglosajona se ha perdido la tradicional referencia cultural francesa hasta el punto de que el locutor hablaba (foneticamente) del "gay de mopasan" y se quedó tan ancho.
Personalmente siempre me ha gustado la narrativa francesa, aunque no especialmente Maupassant, ssiempre me atrajo más Flaubert, pero como ya se comentó en el Blog, para gustos...
Saludos

2 | Javier Memba (Web) - 10/9/2011 - 21:53

Hola José Luis:
No hay duda de que "Madame Bovary" es la obra maestra de esa novelística francesa sobre el adulterio a la que me refiero. Pero a mí me es más familiar Maupassant por sus cuentos. Especialmente los fantásticos o alucinados. No por ello dejo de reconocer que el primero de los "Tres cuentos de Flaubert", "Un corazón simple" -el de la criada a la que sólo le queda el loro que le recuerda los lugares donde murió su sobrino- es -junto con "Adiós Cordera", de Clarin- el mejor cuento triste que he leído.
Respecto a ese episodio que nos refiere cómo la madre de Maupassant fue la que pidió a Flaubert que iniciara a su hijo en el muy noble y siempre improductivo oficio de escribir -como de hecho hizo Flaubert-, siempre he pensado que madame Maupassant fue amante de Flaubert en otros tiempos. Aunque no tengo ningún dato que confirme mi teoría.
Un saludo.

Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD