Más discípulos del "outsider" de Providence
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Cthulhu 2000"
Acaso menos interesante que El Necronomicón -si bien esto podría ser una afirmación meramente subjetiva, habida cuenta de esta antología, por ser más de lo mismo en relación con la anterior, no ejerció sobre mí la fascinación de aquélla- esta Cthulhu 2000 es otra estimable adecuación de los horrores de Lovecraft a nuestros días. Dados a la estampa por La Factoría de Ideas en 2000, Jim Turner fue su editor para Arkham House, la hoy mítica editorial que August Derleth fundara para publicar adecuadamente a Lovecraft. Descubrí estos textos en la primavera de 2002. Al volver ahora sobre mis notas de entonces, recuerdo esa lectura -como casi todas- con sumo cariño.
Tal vez por ser la de F. Paul Wilson una de las mejores piezas aquí reunidas, Los Barrens, el texto en cuestión, es el que abre la selección. Su narradora, Kathleen McKelston, es una mujer que se ve llevada al horror por un antiguo novio de sus días de estudiante en los años 60: Jonathan Creighton.
Metido Creighton en la investigación de extraños fenómenos que tienen lugar en la zona de Estados Unidos a la que alude el título, recuerda que Kathleen es de allí y se pone en contacto con ella para que le sirva de introductora en la región.
Los Barrens son una de esas regiones atrasadas, apartadas de la civilización. Poblado por semiretrasados que se casan entre ellos -tan de Lovecraft-, éstos evitan atemorizados cuanto concierne al paraje que más interesa a Creighton. Allí, los pinos, en determinadas épocas del año, son coronados por extrañas luces de carácter sobrenatural. Más aún, incluso los animales lo rodean para no tener que pasar por él.
Finalmente, cuando Creighton consigue asistir a los extraños fenómenos de los Pine Barrens (sic) sufre unas extrañas quemaduras, que no son sino el comienzo de su paulatina degeneración. Antes de su final, tiene tiempo de consultar la biblioteca de la Universidad de Miskatonic y robar uno de los textos que guarda. Por último, Creighton vuelve a los Pine Barrens. Esta vez, Kathleen también se adentra en el centro del misterio. Una vez allí descubre que es un punto fuera de la región donde se encuentra. Pertenece a otro mundo, onírico o cósmico, del que Creighton no saldrá. Aunque Kathleen sí regresa, comienza a ser presa de la misma atracción por los Pine Barrens que hemos visto en Creighton.
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Lawrence Watt-Evans presenta El módem de Pickman, una grotesca variación de El modelo de Pickman que alcanza una de las cotas más bajas de la antología. El narrador nos cuenta la experiencia de Pikcman, con quien mantenía una correspondencia electrónica, antes de que este fuera tragado por alguna siniestra entidad que navegaba por la Red.
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Parecido en cuanto a planteamiento, pero mucho mejor en cuanto a realización, es El Pozo número 247, original de Basil Copper. Ambientado en una mina, el pozo al que alude el título se traga a distintos mineros.
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Poppy Z. Brite firma Su boca sabrá a ajenjo. Es, con mucho, la mejor pieza de toda la selección. Sus protagonistas, que de alguna manera vienen a recordarnos a Verlaine y Rimbaud, son una pareja de jóvenes libertinos -Louis y el narrador- que sintetizan a la perfección la filosofía del exceso.
Brindando a la "salud de los placeres de la tumba" se entregan a cuantas disipaciones pueden imaginar, desde la homosexualidad a la necrofilia. Tras profanar la sepultura de los padres de uno de ellos, comienzan a coleccionar objetos sustraídos en los sepulcros de Baton Rouge, su lugar de residencia.
Es en una de estas impiedades cuando Louis encuentra un enigmático amuleto, procedente de los antiguos ritos vudú celebrados en la región. No duda en colgarselo del cuello. Con la fatal gema se adentra en un bar donde conocen a un inquietante chapero que define el objeto como un "vevé" y se ofrece a explicarle su significado.
Tras la pequeña orgía introductoria, el chapero se dedica a Louis. A la mañana siguiente, el narrador se encuentra a Louis momificado y una "cosa casi transparente a los pies de la cama", única huella dejada por el extraño prostituto. El amuleto ha desaparecido.
A partir de entonces, el narrador comenzará a buscar la tumba donde encontraron la fatal gema para colgársela y ser así momificado por la inquietante entidad.
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La víbora, publicado en 1989 por Fred Chappell nos propone un terror literario. Así, su trama, después de la excelencia descubierta en estas páginas, no está a la altura de las circunstancias. Lo tratado, con todos los prolegómenos que el asunto requiere, es cómo una edición del Necronomicón va modificando las obras a las que roza. Lo más curioso es que dicha contaminación no afecta únicamente al volumen en cuestión, sino a también a todas las ediciones de esa misma obra. Como ejemplo se nos propone lo acaecido a El paraíso perdido, de Milton.
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Fat Face, de Michael Shea, es otra de las cimas más altas de esta antología. Su protagonista es una prostituta de Hollywood, dotada de ciertos poderes premonitorios que le hacen imaginar horrores que luego se convierten en realidad. Entre su campo de acción se encuentra una clínica de hidroterapia que también es una residencia de animales abandonados. Todos los visitantes de la casa son personas que llaman la atención por su extremada obesidad. Fat Face, el responsable, es un hombre bonachón que nunca deja ver sus piernas y que es objeto de constantes burlas por parte de las chicas, a excepción de Patti, nuestra protagonista.
Tras encontrar a su compañera más querida medio devorada, Patti es internada en una casa de salud. Al salir se entrega a Fat Face, es entonces cuando el bueno se nos descubre un monstruo. La parte de su cuerpo que no se ve resulta ser una "glutinosa gelatina púrpura". Los aullidos que emitían los animales que entraban en la clínica eran gemidos de agonía y dolor ante las "formas elefantinas" que abundan en el foso que se abre en la piscina del lugar Según comenta Fat antes de devorar a Patti, el terror de las víctimas les da más sabor. Si los monstruos únicamente dejan de ellas la cabeza, es para imitarlas al adoptar sus formas humanas.
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En El pez gordo hay que destacar la originalidad de esta propuesta de Kim Newman. Se trata de un relato protagonizado por un detective de Bay City que tiene que dar con un niño -Franklin Wilde- a quien se cree en manos de Janice Marsh. Esta descendiente de Obed Marsh -de la mítica familia imaginada en sus relatos por Lovecraft- es una suerte de Esther Williams en el Hollywood de la Segunda Guerra Mundial.
Como se ve, es un traslado de todos los mitos de Innsmouth a los planteamientos de la novela negra. Tanto es así que Janice, en lugar de ser una repugnante adoradora de Dagon, aunque efectivamente rinde culto al abominable dios del mar, es toda una seductora al estilo de las Veras, las mujeres de Raymond Chandler. Finalmente, el detective rescata al niño destruyendo a la vez el lugar donde se rinde culto al terrible dios.
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Lo había arrugado despreocupadamente en mi bolsillo... Pero por Dios, Eliot, era una fotografía de la vida, de Joana Russ, trata sobre un hombre, solitario hasta la enfermedad, que conoce a una mujer en el parque. Intercambian impresiones sobre libros. Convencido de que va a casarse con ella, el tipo intenta presentársela a la única compañera de trabajo que se apiada de él. Pero todo es una figuración del solitario, con quien la mujer no ha hecho nada más que intercambiar comentarios sobre literatura.
Empecinado en esa boda que tan solo imagina, abandona el trabajo. Nuestro protagonista será encontrado congelado en el parque, en el mismo lugar donde, suponemos, debería de haberse encontrado con ella. Todo parece indicar que incluso ella ha sido una ilusión.
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H.P.L., de Gahan Wilson, es una fantasía fallida y tediosa en la que el narrador se encuentra con un Lovecraft aun vivo que le invita a tomar el té junto a Clark Ashton Smith. El resto es una trama -por así llamarla- concebida para la cita de algunos relatos del maestro.
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El inimaginable de Bruce Sterling, tiene tan poco interés como relación con el espíritu de la selección. Dos científicos, uno ruso y otro norteamericano, hablan de armas estratégicas en la cabaña de uno de ellos en Suiza.
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Intercalado con un soliloquio dirigido a Lovecraft, El negro con una trompeta de T. E. D. Klein también es de lo mejor de la selección. La historia que se nos cuenta, referida por un hombre que conoció a Ambrose Mortimer su, protagonista, en un avión, es la de un misionero que regresa de un lugar de Malasia: Negri Semnbilan. Allí los árboles invadían las casas, las "carreteras construidas por el gobierno desaparecían", unas diminutas arañas rojas eran capaces de saltar a los hombros de una persona y una especie de caracoles eran las criaturas más temidas. Allí, en medio de tan exuberante flora y tan inquietantes moluscos, el religioso ha de abrir una nueva misión. Abandonado por sus guías, una semana después, en un breve fragmento que tal vez sea el mejor de todo el libro (pág. 205, séptimo párrafo) vuelve a encontrar a uno de ellos todavía vivo, pero sin poder hablar: los nativos "habían hecho crecer algo en él".
Tras renunciar a la "llamada", regresa a Estados Unidos de seglar -el traductor en un error pone civil (pág. 206)-. Es en el vuelo que le devuelve a su país donde le conoce el narrador, quien le define en la primera línea del capítulo 3 como un hombre que teme por su vida. En efecto, Mortimer se cree perseguido por un nativo de la tribu tcho-tcho quien tararea una canción en el Lenguaje Antiguo de Negri Semnbilan que le es conocida. Le ha escuchado entonar la siniestra melodía en todos los aeropuertos donde ha hecho escala. Sin embargo, será en el de Nueva York donde descubra un álbum de John Coltrane, cuya portada muestra al músico tocando el saxofón en una imagen aparentemente inocua, pero que a Mortimer le hiela la sangre.
Posteriormente, durante una visita del narrador al Museo de Historia Natural de la ciudad de los rascacielos, en la reproducción de una escena malaya, éste tiene oportunidad de descubrir una figura que representa a una suerte de brujo que asusta a los nativos. Como John Coltrane toca una trompeta y guarda un asombroso parecido con el jazzmen. Resulta ser el "Heraldo de la muerte", según se dice en un folleto explicativo que el traductor tiene a bien llamar "panfleto" (pág. 210).
Un mes después, el narrador sabe de la desaparición del misionero en una tormenta y decide iniciar una investigación para descubrir qué ha sido de él. La policía le explica que un malayo -"malasiano" para el traductor- le rondó en sus últimos días, aunque abandonó el hotel donde se hospedaba un mes antes de la desaparición de Mortimer. Se trataba de una suerte de sacerdote que hizo crecer algo en él hasta que le explotaron los pulmones, al menos eso es lo que se desprende cuando se nos dice que en la habitación ocupada por Mortimer se encontraron muestras de tejido pulmonar. Igualmente, la famosa trompeta era uno de esos caracoles de Negri Semnbilan. Según explica un pequeño en un documental de 1937, a cuyo guión tiene acceso el narrador, por el que no se soplaba, sino que se inspiraba. La historia, la mejor pese a su racismo -las referencias a los negros, tanto las sutiles como las evidentes son constantes- y los fallos del traductor, acaba con el narrador esperando el mismo destino que Mortimer.
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El Arcano Filtro del Amor de Esther M. Friesner es una memez en la que la única herencia de Lovecraft son los nombres -Pickman, Alhazred, el mismo Lovcecraft-. Se trata de un engendro epistolar referido a la publicación de un manuscrito.
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La última fiesta de Arlequín, original de Thomas Ligotti, es un relato extraño, digno, aunque sin llegar a ser una de las cimas de la selección. Un estudioso de la antropología de las festividades visita Mirocaw atraído por un extraño festival que se celebra allí. Sobre dicha fiesta ha escrito un trabajo su antiguo mentor: el doctor Raymond Thoss. Se trata de una celebración en la que unos hombres, disfrazados de payasos -"clowns"-, se prestan indolentemente a todas las barbaridades que la gente quiera hacerles: "toda la diversión en Mirocaw era algo permitido tan sólo por su sufrimiento", se lee en la página 263. Intrigado ante el extraño comportamiento de los payasos, el narrador se hace pasar por uno de ellos y es recogido por uno de los camiones donde se los llevan a todos.
En el extraño paraje al que es conducido, el narrador es testigo de cómo los clowns se transforman en gusanos en medio de un ritual conducido por el doctor Thoss y presidido por una diosa de la muerte: Perséfone. Aterrado ante lo que acaba de ver, nuestro hombre emprende la huida. Reconocido en ella por Thoss, éste le deja escapar. Una vez más, la historia concluye con el narrador esperando un destino igual que el acaba de descubrir. En este caso, esperando su transformación.
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Esperaba más de La sombra en el umbral, de James P. Blaylock, habida cuenta de la excelencia de su planteamiento. Pero he de apuntar que ésta, además de conjugar a la perfección algunas de las constantes del maestro en una propuesta original, es otra de las grandes piezas aquí reunidas. Se inicia con la visión de una forma pisciforme por parte del protagonista. Apenas acaba de leer 20.000 leguas de viaje submarino y sólo han pasado seis meses desde que de desmontara su propio acuario. Su atracción por los viveros de peces se remonta a 30 años antes, cuando, siendo nuestro protagonista un muchacho, tuvo oportunidad de conocer una tienda de acuarios propiedad de un oriental. En dicho establecimiento, se guardaban extrañas especies.
Además de aquél, nuestro protagonista llegó a conocer dos casas de idénticas características. El misterio radica en los propietarios de las tiendas, al parecer, los clásicos hombrespez de Lovecraft. De ahí que me haya resultado poco para tan brillante planteamiento.
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Gene Wolfe presenta Señor de la tierra, donde se cuenta una historia referida a un extraño fósil o meteorito -no recuero bien- y a un tipo que cobra por verlo. Es otra de las piezas que menos me han interesado. 24 vistas del Monte Fuji, da cuenta del acercamiento al volcán de Tokio por parte del narrador. Muy probablemente -máxime considerando su gran extensión- es la peor pieza de toda la selección.
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Por muchos motivos, aunque a la postre ha habido otros cuentos en la selección que me han llamado más la atención, Los rostros de Pine Dunes es el relato que más me han interesado. Su protagonista es Michel, un joven que vive con sus padres en una caravana. El lugar en que acampan cuando la narración empieza -Pine Dunes- parece ofrecer cierta atracción sobre los progenitores del joven, a quien éste cree poseídos por un extraño misterio.
Empleado como camarero en un bar cercano, Michael conocerá a June, una joven consumidora de LSD con quien comienza a mantener una relación. Pero el misterio de sus padres pesa sobre Michel cada vez más. Tras descubrir en la biblioteca de Liverpool un volumen titulado Lancashire fantasmal, en el capítulo dedicado a Pine Dunes, Michael descubre que el lugar donde se encuentra la caravana de sus padres es un paraje maldito, evitado por cuantos saben de él. Allí se halla la entrada a una cueva cuyas tinieblas guardan una monstruosidad. Abominación que muy probablemente podría ser convocada con los libros de conjuros que guarda el padre de Michael en su caravana.
Tras perderse finalmente en la cueva junto a June, nuestra simpática pareja descubrirá que los Grandes Antiguos aún existen. El cuento acaba con una alusión de Michael al LSD de June: "podía ayudarles a convertirse en uno".
Publicado el 18 de agosto de 2011 a las 16:15.