miércoles, 25 de diciembre de 2024 00:33 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Alabados sean Gil Pupila y su creador

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre el "Integral" de Gil Pupila

Foto: Javier Memba

           Soy todo un experto en el revelado y positivado del F 22 de Valca, la Negrapan 21, las Agfapan en toda su gama y el resto las viejas -y gloriosas- emulsiones fotográficas en blanco y negro. Sé cargar la auténtica Moviola, es decir, la máquina de montaje cinematográfico vertical que habría de dar nombre genérico a sus pares. Aquella con la que se montó la historia del cine, que repetíamos en los estudios Tecnison al sentarnos frente a ellas allá por el remoto año 84 puestos a editar -que se dice ahora- cortometrajes. Sí señor, puedo jactarme de varias cosas que no sirven para nada. Tal es el caso de haber crecido en cierta edad de oro del cómic europeo.

            Entre mis primeros recuerdos destacan el de aquellas mañanas de domingo que volvía a releer las aventuras de Tintín en la cama. Horas después, al salir de misa, mi madre se compraba el Ya y a mí me regalaba el nuevo número de Hazañas bélicas, aquellos tebeos apaisados de Boixcar ambientados en la Segunda Guerra Mundial. Junto a las historias del sargento Gorila, localizadas en el conflicto coreano, constituían la oferta guerrera de mis amadas viñetas. Ya habían quedado atrás Pulgarcito y Pumby. Estoy hablando de los primeros años 60. Si el término "cómic" ya se había acuñado, su uso aún estaba por generalizarse. En el mejor de los casos se les llamaba "publicaciones juveniles".

            No obstante, aunque lo de Noveno Arte sonase a guasa, a lo largo de aquella década, prodigiosa desde tantos puntos de vista, siempre hubo donde elegir entre las historietas que llegaban con regularidad a los quioscos. Sólo entre las publicaciones de la entrañable Editorial Bruguera, contaban Tiovivo, DDT, Din Dan y Súper Mortadelo, nacido del éxito que las aventuras de Mortadelo y Filemón tenían en Tiovivo. También era la queridísima Bruguera la editorial del Trueno color y Jabato color.

            El TBO, TBO, el editado por Bulgas, Estevill y Viña, se lo compraba a un anciano que vendía tres por un duro al final de las escaleras del metro -entonces Suburbano- de la Plaza de España. Ahí estuvo aquel pobre desdichado, siempre acompañado por su esposa, toda mi infancia. Cuando dejé de verle calculé que había muerto. Pero su recuerdo aún me conmueve al escribir sobre él después de tantos años.

            Siempre fui -y lo sigo siendo- más de los Looney Tunes de la Warner. Los personajes de Walt Disney me dejaron de llamar la atención en la adolescencia. Pero aún recuerdo la revista Donald y sus almanaques, los álbumes Dumbo y los tomos de Películas de la colección Jovial -donde se reproducían en viñetas los grandes éxitos de la Disney en la pantalla- que me dejaban puntualmente los Reyes Magos, hubiese sido bueno o malo el año anterior. Todo aquel paquete, el de la Disney, era dado a la estampa por Ediciones Recreativas S. A. (E.R.S.A.).

            Y todo aquel mundo de historietas y tebeos, que fui atesorando mientras forjaba mi pasión -también desmesurada- por el Noveno Arte, tan parecido al Séptimo, fue cayendo en esas ventas rápidas que me vi obligado a hacer cuando me di a la bohemia. Todo menos las aventuras de Tintín. Preferiría perder la vida antes que desprenderme de esa piedra angular de Mi Tesoro que son las primeras y segundas ediciones españolas de las entregas de El Valiente. Quiere esto decir que el cómic belga, la Línea Clara -la caracterizada la por la definición exacta y la narrativa clásica- fue el Olimpo de aquel Limbo de viñetas en el que discurrió mi infancia.

            Antes de tenerlos en álbum, leí por primera vez Tintín en América (1932) y Tintín en el Tíbet (1960) en la edición española de la revista Tintín, que mi madre me compraba -como tan a menudo se compraban los tebeos entonces- para que el estuviera callado en las visitas. En nuestro caso, esas visitas eran las clases particulares que ella daba cuando había acabado con las del colegio. Mi colección de la revista Tintín también cayó con esas ventas rápidas a las que me obligó la bohemia.

            Dudo que hubiera edición española de la revista Spirou. En cualquier caso, yo nunca llegué a tener ningún número de ella. Sí tuve -regalo por la primera comunión de la hija de mi padrino, una inglesa muy simpática que se llamaba Joni- dos primeras ediciones españolas de las aventuras de Spirou y Fantasio originales de André Franquin: La guarida de la morena (1955) y El turista del Mesozoico (1957). Fue mi primer contacto con la Escuela de Marcinelle, que junto a la de Bruselas constituye la espina dorsal de la Línea Clara, del cómic belga. Dicho de otra manera, lo mejor del Noveno Arte.

            Devoto del gran Tintín, huelga apuntar lo que significa para mí la Escuela de Bruselas, que tuvo en Hergé a su abanderado. Ello no quita para que, desde aquel primer contacto con Spirou, Fantasio, el conde de Champiñac y el impagable Marsupilami, también haya sido un rendido admirador de la de la Escuela de Marcinelle. Por un procedimiento parecido, mi afán por cuanto concierne a la Hammer Films no quita para que también me interese por la Amicus, su leal competidora.

            De Gil Pupila, de Maurice Tillieux, que a mi juicio es a Marcinelle lo que Blake y Mortimer a Bruselas -segundos de a bordo de tanta maravilla-, no tuve noticia hasta que, ya joven bohemio, la lectura asidua de cómics -que no he dejado en ningún momento de mi vida- empezó a proporcionarme algo que los tintinófilos conocemos muy bien: el regreso a una infancia infinita. Me hice con La fuga de Libélula (1959) a finales de los años 80, en una efímera edición de Casals, que vendí y volví adquirir con posterioridad, saldada junto a las tres entregas siguientes y un póster de regalo ya en los años 90. Una de las mejores compras que he hecho en mi vida.

            De Pupila me cautivó desde sus primeras viñetas esa ambientación cercana al realismo, esa contemporaneidad de su dibujo que, ya cincuentón, me devuelve doblemente al reino afortunado de mi infancia. Por un lado, por el don consustancial al cómic referido; por el otro, porque aquel reino feliz que conocí de niño es el telón de fondo de Gil Pupila. Esa imagen jovial del mundo de mis primeros años es lo que ha vuelto a ganarme del resto de la serie de forma más inmediata. Ese alegre retrato de la modernidad contemporánea, que también me cautivó en Spirou y Fantasio desde sus primeras lecturas, es algo común a Marcinelle. Pero que sólo aprecie en las últimas entregas de Hergé -Las joyas de la Castafiore (1962), Vuelo 714 para Sidney (1968), Tintín y los pícaros (1976)-. Los álbumes anteriores, al reflejar los años 30, 40 y 50, décadas de las que yo aún no tenía una imagen concreta, me resultaba imposible situarlos temporalmente.

            Leído en estos últimos meses el grueso de sus aventuras en los dos últimos tomos de la edición integral de Planeta De Agostini, tanto en la forma como en el fondo, son muchas las concomitancias que las historias de Pupila registran con las de Spirou. Pero también con las de Tintín. Dichas analogías son evidentes en una de las viñetas de El infierno de Xique Xique -la última de la página 63 del segundo tomo de mi edición- que nos muestra a Corrusco y a Pupila en una canoa llevada por unos indios. El dibujo es claramente deudor de la portada de La oreja rota (1937). Pero también de la última viñeta de El dictador y el Champiñón (1953), del Spirou y Fantasio de Franquin. Basta con echar un vistazo rápido a esta última para advertir cómo la influencia del gran Hergé alcanza hasta a la escuela de Marcinelle. Incluso diría más -vaya evocando la expresión de Hernández y Fernández-, ese interés del cómic belga por las sempiternas dictaduras latinoamericanas nace en La oreja rota y es la prueba irrefutable del magisterio de Hergé en ambas escuelas.

            Más allá de las evidencias, las repúblicas bananeras de Tillieux tienen sus propias características. Así, como con tanto acierto apunta José Luis Bocquet en la introducción al tercer tomo, a mí se me antojan mucho más próximas a esa Iberoamérica mostrada por Henri-Georges Clouzot en su película El salario del miedo (1953) que al San Teodoro de Hergé o la Palombia de Franquin. Sin ir más lejos, la cárcel de Xique Xique, el infierno al que van a dar Pupila y Libélula, suavizada únicamente por esa jovialidad inherente a los tebeos, se me figura la visión más realista de Latinoamérica que ha dado el cómic belga.

            También ha sido El infierno de Xique Xique donde he detectado por primera vez cierta propensión de Tillieux al desarrollo desmesurado de un fragmento de la historia en detrimento de la totalidad del argumento. Es como si ese hilo de Ariadna, que llamaba Hergé al progresión del asunto, presentase un nudo. Tanto aquí como en El chino de las dos ruedas y La guerra en calzoncillos -estas dos últimas ya en el tercer tomo- sucede en las viñetas concernientes a la huida, o el viaje, de nuestra cuadrilla en un camión. Esto viene a poner de manifiesto que Tillieux, además de uno de los principales guionistas de la revista Spirou, fue un apasionado del volante, yendo a perder la vida en un accidente automovilístico. En cualquier caso, es tan grato el dibujo que esa desmesura, aunque llama la atención, no tiene mayor importancia.

            Todos los comentaristas de la obra de Tillieux reparan en lo atildado que es Pupila y en su interés por algo tan terreno como los asuntos crematísticos. En efecto, esto es una singularidad semejante al rencor que guardan Mortadelo y Filemón, algo que les diferencia del resto de los héroes del cómic no realista. No obstante, a mí sorprende más el oficio mismo de Pupila, detective privado. Gil no es periodista como Tintín, Fantasio o el Lefranc de Jacques Martin. Pero tampoco es ese agente secreto lleno de prodigios -a la manera de los que proliferaron en la pantalla durante los años 60 tras el éxito de James Bond-, como hubiera cabido esperar dado el apego a la actualidad de la escuela de Marcinelle y los exóticos escenarios de las aventuras de Pupila: Iberoamérica, Asía, el mundo árabe. Gil Pupila es un detective de novela trasladado al cómic. A buen seguro que es así por esa primera vocación novelística de Tillieux a la que se refieren los comentaristas de su obra.

            Roberto Alcazar, "el intrépido aventurero español" creado por Juan Bautista Puerto y Eduardo Baño Pastor, redime a Pedrín cuando lo encuentra de polizón en un barco rumbo a Argentina y lo convierte en su acólito en la primera de sus historietas. Pero sería un desatino registrar alguna influencia de este asunto en la redención de Libélula, un antiguo ladrón hasta que empieza a trabajar como ayudante de Pupila en su primera aventura. Parece poco probable que Tillieux llegará a leer el célebre tebeo español. Pero sí que se registran similitudes innegables entre el Philippe Chardin de El guante de tres dedos y el Pst de Stock de Coque (1958). La admiración que el malogrado Tillieux -murió en 1978 con 54 años[1]- sintió por el gran Hergé es notoria. También reparan en ella los comentaristas de su obra.

            Lo que es genuinamente de Marcinelle es lo de la chica, Seccotine en Spirou, Cerecita en Pupila. Si bien sólo aparece esporádicamente en algunas historietas, el caso es que aparece. Una chica, una cantante existencialista protagoniza La persecución, una de esas aventuras de Corrusco que se incluyen en facsímil al final de los álbumes propiamente dichos.

            Las tres manchas, sobre unos ladrones desdichados, uno de los cuales además es un yeyé apocado que no hace más que estropearlo todo con su torpeza y recibir bofetones por parte de su compañero, junto con El chino de las dos ruedas, es una de la aventuras que más me ha gustado. Hay en esta última un detalle que viene a demostrar lo minucioso que es el dibujo de Tillieux. En la segunda viñeta de la página 94, la ilustración, desde un punto de vista exterior, nos muestra a Pupila y a Libélula tras el parabrisas del inevitable camión. Llueve, pero sólo funciona el limpiaparabrisas de la parte del detective. De modo que Pupila está dibujado con trazo nítido y su ayudante con trazo borroso, como son las imágenes vistas tras el agua. Narrar mediante ilustraciones es algo tan subjetivo como hacerlo mediante palabras. Tillieux podía haber contado eso mismo de muy diversas formas, pero ninguna de ellas hubiese sido tan eficaz como hacerlo así.

            En fin, alabados sean Gil Pupila y su creador, que acostumbraba a dibujar hasta bien entrada la madrugada, por todos los buenos ratos me han hecho pasar en los últimos meses.

 


[1] Si consideramos que Yves Chaland, el creador de Freddy Lombard y el más aplicado discípulo de Franquin en los años 80, también murió prematuramente en 1990, cuando sólo contaba treinta y tres inviernos, cabría hablar de cierta maldición referida a los maestros de la Línea Clara.

Publicado el 26 de marzo de 2011 a las 18:30.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD