viernes, 20 de diciembre de 2024 19:23 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Un desvarío de los hermanos Coen

Archivado en: Inéditos cine, El "remake" de "Valor de ley"

Foto: Javier Memba

El verdadero Rooster Cogburn

            Una de las cosas que diferencian a un cineasta, a un autor, de un técnico que dirige profesionalmente películas con mayor o menor fortuna, es que la obra de aquél siempre obedece a los mismos asuntos. Ahora bien, cuando esas constantes, más que al fondo atañen a la forma, casi siempre responden a un motivo menos loable que las obsesiones: el realizador sabe que imitándose a sí mismo pondrá en marcha los resortes con los que volverá a obtener el favor del público.

            Aunque yo no acabé de darme cuenta hasta que un conocido crítico me lo hizo ver en una charla que mantuvimos a raíz del estreno de El hombre que nunca estuvo allí (2001), los Coen -aun contando entre los cineastas más sobresalientes de la pantalla estadounidense de los últimos treinta años- basan buena parte de su éxito en narrarlo todo mediante el mismo procedimiento. La paradoja de unos personajes inmersos en una situación que no sería la suya normalmente, de la que surgirán toda una serie de acontecimientos inverosímiles, podría ser esa constante de la forma del cine de estos hermanos. Ese pasmo que sintetiza Frances McDormand, su actriz fetiche, mejor que ningún otro de sus intérpretes. Y lo hace de forma meridiana en tres de sus creaciones: la Marge Gunderson de Fargo (1996), una jefa de policía embarazada que deberá enfrentarse a Gaear Grimsrud (Peter Stormare), uno de los psicópatas más crueles que haya conocido Dakota del Norte; la Doris Crane de El hombre que nunca estuvo allí, condenada inexorablemente por un crimen que no ha cometido; y la Linda Litzke de Quemar después de leer (2008), quien quiere chantajear a un agencia de la inteligencia estadounidense para obtener el dinero con que "reinventarse" una operación de estética.

            Confieso que cuando reparé en el truco de los Coen y Crueldad intolerable (2003) y Ladykillers (2004) me dejaron frío, remitió el interés que había despertado en mi su cine desde que -como el resto de la afición- lo descubrí en Sangre fácil (1985), su primera película, en los desaparecidos cines Alphaville de la madrileña calle de Martín de los Heros. Ante el nuevo panorama, No es país para viejos (2007) la vi en la televisión; Quemar después de leer y Un tipo serio (2009), en la bienamada Filmoteca. Las tres me entusiasmaron.

            Mi renovado interés por ellos me hizo esperar con avidez su remake de Valor de ley fechado el año pasado. Nunca debí olvidar que el western murió con Sam Peckinpah. Nunca debí olvidar que el western es una de las pocas cosas serias que hay en el mundo.

            Mi cinefilia tiende hacia el cine antiguo de un modo tan inexorable como la condena se va cerniendo sobre Doris Crane por un crimen que no ha cometido. De ahí que abomine de todos los remakes excepto de uno, el de El planeta de los simios (2001) de Tim Burton, en el que aplaudo su fidelidad al espíritu antes que la mera reproducción de las imágenes. Eso precisamente, el espíritu -el fondo- es ese norte ideal que ha de guiar en las adaptaciones.

            Pero los Coen han ido a hacer en Valor de Ley todo lo contrario: la reproducción de las imágenes, unas imágenes que yo he elevado a los altares. Su cinefilia -presente en todas sus películas y una de las cosas que más  me han atraído hasta hoy de su propuesta- también les lleva al cine antiguo. Pero son mucho más brillantes en sus pastiches -Muerte entre las flores (1990) y Barton Fink (1991) del cine negro, O Brother! (2000) de las cintas de fugas de los años 30, Crueldad intolerable de las screwball de guerra de sexos si se apura un poco- que en las nuevas versiones.

            Jeff Bridges fue sobresaliente en su creación de Jeffrey Lebowsky, el colgado de los tripis, los rusos blancos y la contestación de los años 60 de El gran Lebowsky (1998), su anterior colaboración con los hermanos. Pero resulta caricaturesco incorporando a Rooster Cogburn, el último gran personaje de John Wayne. La visita de Mattie Ross al marshall en la tienda de Chen Lee -H. W. en la versión de Hathaway, en ésta no consta en los créditos-, el ataque a la cabaña donde aguardan el metodista y el canalla, y lo que es peor, el galope final de Cogburn contra el cobarde Lucky Ned Pepper (Barry Pepper) y sus cuatro secuaces... En fin, todas las secuencias del original de Henry Hathaway de 1969 que los Coen reproducen son una revisión a la baja del modelo. Muy en consonancia, eso sí, con ese feísmo al que condenan al western -en la creencia de que así lo desmitifican- los realizadores que van contra el género que es el cine por excelencia desde que Clint Eastwood tuvo a bien perpetrar Sin perdón (1992).

            El Valor de ley de Hathaway fue una película determinante en mi infancia y por ende en mi vida. Habiendo aprendido hombría con el galope del Cogburn original contra el cobarde Lucky Ned Pepper (Robert Duvall en aquella ocasión) y sus cuatro secuaces, dejé ver westerns contemporáneos tras la muerte de Peckinpah. No obstante lo cual, mi admiración por los Coen me llevó a saltarme la regla que me salvó de Silverado (Lawrence Kasdan, 1985), El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik, 2007) o Appaloosa (Ed Harris, 2008), entre otras abominaciones.

            Pero el pecado ha llevado implícita la penitencia. La infracción a mi propio código me ha hecho ver a un Cogburn sucio, con la ropa amarillenta y las moscas revoloteando a su alrededor, en la trastienda del ultramarinos de Chen Lee. Como es sabido, el empobrecimiento de los atuendos es uno de los pilares de la desmitificación del western. Se trata, no hay duda, de ir en contra de la belleza.

            Así, en la secuencia en que Mattie Ross -Kim Darby en el original, Hailee Steinfeld en esta ocasión-, abandonada por Cogburn y LaBoeuf -Glen Campbell y Matt Damon en cada una de las versiones- cruza el río a caballo para ir a su encuentro, ese sol de invierno que la ilumina en el filme de Hathaway -en el que bien se pueden atisbar alusiones al otoño de Cogburn- aquí es ese día gris también consustancial a la desmitificación del western. Así que la emoción que nos inspira el primer Cogburn al mirar a la muchacha atravesar las aguas sobre su montura -"me recuerda mí mismo", confiesa a LaBoeuf- aquí se reduce a una mueca, más impostada que el resto de las Bridges a lo largo de todo el metraje. Y esa emoción, que no consigue transmitir la puesta en escena, se intenta provocar con un subrayado musical que no hace sino aumentar la impostura.

            En cuanto a la secuencia del metodista y el canalla basta con un dato. El canalla en cuestión es un "hijo de puta" para los Coen. Bien es cierto que en el inglés original será un "bastard", un "fucking mother" o algo por el estilo. Pero a estas alturas de la historia, las palabras soeces -perdido ya ese carácter de maldición o de exclamación liberadora que tuvieron cuando nuestros mayores nos decían que nos iban a lavar la boca con lejía si los pronunciábamos- no son más que vulgaridades. "Canalla", como voz, es mucho más bonita que la expresión "hijo de puta". De ahí en adelante, el trecho que va del original a su remake es tanto como la distancia que separa a Dennis Hopper -Moon, el metodista de Hathaway- de Domhnall Gleeson, el nuevo interprete del personaje que habrá de perder los dedos antes de hallar la muerte acuchillado por su compinche. Volvemos al feísmo y a la suciedad inherente a la desmitificación del western. Ese Oeste que yo recuerdo siempre luminoso en las cintas de mi infancia.

            Pero aún es más triste la secuencia en la que Cogburn y Mattie esperan la llegada del cobarde Lucky Ned Pepper a la cabaña que ocuparon el metodista y el canalla. En la cinta de Hathaway, es entonces cuando el viejo marshall recuerda a la "hermanita" -como llama él a Mattie - los días en que Bo era un potro joven y no había caballo que lo alcanzara. Rooster, en aquel tiempo, era un forajido que atracó un banco en Nuevo Méjico. Cuando advirtió que la partida de sus perseguidores se iba debilitando, decidió darse la vuelta, coger las riendas del potro con la boca, un Colt en cada mano y galopar contra ellos. Naturalmente, la hermanita no le cree. Pero habrá de rendirse ante el valor de Cogburn cuando le ve ir de idéntica manera contra el cobarde Lucky Ned Pepper y sus tres secuaces en la secuencia cumbre de la cinta, aquella en la que el viejo marshall demuestra el coraje aludido en el título.

            Siendo el caso que en la versión de los Coen la secuencia de los recuerdos de Cogburn se suprime, se empieza con ello a rebajar el clímax mismo de la película y la famosa galopada contra los cuatro no emociona tanto en esta ocasión. Lo que sigue es un final descabellado que ni siquiera está a la altura de ese pasmo, de esa paradoja constante en los Coen. En lugar de ver a Rooster saltando con su nuevo caballo la valla del terreno donde Mattie espera verle enterrado algún día, se nos presenta a la hermanita cuarentona y manca, pues perdió el brazo a consecuencia de la mordedura de la serpiente, en una especie de coda. No es Cogburn quien acude a verla a su rancho, es ella quien lo visita en un Wilde West Show, los hermanos disponen para el marshall tuerto -como John Ford y Raoul Walsh- el mismo final que su destino dispensó a Buffalo Bill, Wild Bill Hickok o Calamity Jane. Es una amenidad tan peregrina como la del hombre oso que se lleva los cadáveres para sus prácticas de medicina.

            Sí aplaudo eso de que el Valor de ley del 2010 nos muestre a Rooster enterrado junto al padre de Mattie, allí donde la hermanita, en el original, quería que estuviera la última morada de Cogburn. Pero ni eso ni las peroratas de los que van a ser colgados previas a su ejecución. Ni aquel "el tiempo se nos escapa" y otras hermosas sentencias de la voz en off, ni ese otro ahorcado cuyo cadáver es pasto de los cuervos en el camino -estampa más propia, por otro lado, de mi amado cine de terror-... Todos los hallazgos, a mi juicio, de los Coen, no bastan para entrar a saco en Valor de ley.

            Yo maldigo la desmitificación de las películas de vaqueros porque son uno de los pilares sobre los que se alza mi mitología personal. La guasa siempre pone fin a los géneros -las parodias de Abbott y Costello al terror de la Universal, ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú (Stanley Kubrick, 1963) a la ciencia ficción anticomunista-, demuestra que sus propios impulsores han dejado de tomárselos en serio. Nunca debimos transigir con Pequeño gran hombre (Arthur Penn, 1970), una burla en síntesis de todo el western, muy especialmente de Murieron con las botas puestas (Raoul Walsh, 1941), el original de la batalla de Little Big Horn, la última carga de Custer al frente de su Séptimo de Caballería. Tras la broma se escondía una subrepticia -y extremadamente seria- reivindicación de la realidad que habría de ser letal para el mito.

            Aunque hubo muchos westerns clásicos surgidos de la antítesis de la norma -de los que ya habrá tiempo para hablar en esta misma bitácora- la ideología que inspiró la mayoría de los filmes de vaqueros sería inconcebible en nuestros días. Por eso, el del Oeste, es un género tan acabado como los maravillosos musicales de la Metro. Repito: murió con Peckinpah. Lo que no es de ley -nunca mejor dicho- es volver a él desde los presupuestos ideológicos de nuestros días. Sería como acusarme a mí, que considero los deportes una práctica alienante, de ser un mal deportista. Calculo que la realidad del Far West estuvo mucho más cerca del feísmo de las desmitificaciones que de la belleza de las pioneras que encarnaron Julia Adams y Joanne Dru. Pero esa realidad no me interesa. Los que intentan imponerla se me antojan como apologetas del realismo socialista, traslados al Olimpo para acusar a Zeus de no tener los pies en la Tierra.

Publicado el 8 de marzo de 2011 a las 23:45.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 3

1 | jose Luis - 09/3/2011 - 13:06

Se introdujo el feisno (más bien guarrismo) en el western para desmitificarlo, pero yo sigo tus tesis respecto a los contemporáneos así no me dejo influenciar en los remakes y no lo veré porque no creo que supere a Valor de Ley, tampoco creo que O Brother represente a la Odisea y aunque me suele gustar el cine de los Coen hacen cosas infumables a veces.
Con el Planeta de los Simios me pasó igual, incluso me parece más repetuosa con el texto de Boullez la original y su ambiente opresivo sin pájaros.
Me alegró que no dieran ningún Oscar a True Grit por justicia cósmica a modo de compensación al género western. Sin embargo tanto silverado como Appaloosa o la de Jesse James o el último tren a Yuma (nada que ver casi con la de Douglas y Quinn) me parecen enriquecedoras del género, no así de la de Costner Open Range que me parece un amasijo de tópicos para rehacer su carrera
Como decía Eastwood Harry los culos son como las opiniones cada uno tenemos uno, pero en lo fundamental coincido con tus tesis

2 | Leandro (Web) - 10/3/2011 - 11:32

Muy bien artículo, Javier.

3 | jose Luis - 11/3/2011 - 13:07

Javier hablando del western se me olvidaba, hicieron una serie muy buena llamada Deadwood, lo curioso es que los costes de producción hicieron que se abandonara en la segunda temporada, pero merece la pena verla ya que está muy bien realizada y ambientada, además de ser histórica
un abrazo

Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD