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El insolidario

Los mejores cuentos de miedo (I)

Archivado en: Cuaderno de lecturas "Antología de cuentos de terror"

Foto: Javier Memba

El primer tomo.

"¡Ven conmigo al Sabbath, a la orgía de placer furioso, al dulce abandono al culto maldito!"

Algernon Blakwood Antiguas brujerías

Lo primero que aplaudo en esta selección -cuyas piezas ya me eran conocidas en aproximadamente un cincuenta por ciento- es la definición del cuento de terror que aporta en su introducción. Según Rafael Llopis -mi admirado antólogo y traductor-, éste nace dentro de la permisividad de la Ilustración que, con el desdén que la razón contempla a la sinrazón -que no es otro que el de los escépticos ante los asuntos esotéricos- amnistía "a quienes consideraba criaturas inofensivas, amigas de los niños". Así pues, sitúa sus orígenes a finales del siglo XVIII y es el cuento gótico -el que sucede en castillos en ruinas, pasadizos, laberintos subterráneos "de arquitectura demencial"- su primera manifestación. Frente a éste cuento gótico -que también llama negro, como algunos autores al relato de terror- se refiere al cuento blanco o de hadas, que también obedece a prodigios, pero de índole positiva.

El cuento gótico se estila hasta comienzos del siglo XX. Es entonces cuando sus lectores anglosajones comienzan a cansarse de las maldades de los príncipes italianos y los monjes españoles, empezando a exigir asuntos más apegados a su realidad de aquella sazón. Es entonces cuando de los vampiros y demás entidades nocturnas se pasa "a dioses antiguos y espíritus de la naturaleza que incluso se manifestaban a plena luz del día". Creo entender que Llopis -sin mentarlo- se está refiriendo al sistema mitológico ideado por Lovecraft y sus discípulos, al llamado cuento materialista de terror. Terror que ya no produce "un muerto ajeno, sino la insinuación de que existe un desconocido en mi propio yo".

Esta nueva modalidad dura poco, pues -en opinión del copilador- atañe más a la ciencia ficción. "Así pues, la historia del cuento de miedo es la historia de un instante fugaz que va desde que la razón abre la puerta de lo oculto hasta que lo oculto empieza a manifestarse dentro de la razón". La certeza de esta paradoja viene corroborada por ese invariable interés de la ficción científica por justificar racionalmente los prodigios que propone, frente al cuento de terror, cuyos misterios se pierden en la noche de los tiempos sin más explicación lógica que el mal obrado por quien los padece. "Muchas cosas que hace poco se consideraban pura demencia, ahora se empiezan a demostrar en el laboratorio experimental".

* * *

Ya en lo que a los cuentos se refiere, debo aplaudir también el acierto de las breves notas introductorias. Pese a su concreción, casi todas aportan algo nuevo. Así, en la pieza de Lope de Vega, se nos recuerda que el Fénix de los Ingenios de la literatura española fue el creador del teatro español. Su pieza, La posada del mal hospedaje, se transcribe escrita en español -no en castellano antiguo, como cabría esperar- y gira en torno a una aventura de Pánfilo de Zaragoza. Es éste un tipo que huye de dos hermanos. Habida cuenta de su aspecto, nadie le da refugio, yendo a encontrarlo en la posada aludida en el título. Se trata de un hospital -un albergue, no un sanatorio- maldito. Sólo lo habita un tipo extraño. Ya dormido, en sus sueños, Pánfilo es visitado por varios espíritus. Los primeros disputan una partida de naipes; los segundos, se presentan con una bacía y un hacha. Ello da lugar a que Pánfilo crea que van a cortarle la cabeza y se escape. Cuando amanece, el protagonista vuelve al hospital a por sus ropas y las encuentra intactas. Según parece, todo han sido figuraciones de Pánfilo, pero Lope nos habla entonces de ciertos espíritus llamados trasgos.

* * *

La aparición de Mrs Veal, de Daniel Defoe -quien de alguna manera es el primer ilustrado, que no Lope aunque sea el primer autor incluido en la selección-, es un relato objetivo más que un cuento, "casi un informe técnico" -apunta Llopis- sobre los procedimientos de un médium -Mrs. Margrave-. La finada, en el momento de su óbito, era "una solterona" de treinta años de edad; la médium con la que se comunica, su mejor amiga en vida. El contacto se inicia al día siguiente de su muerte y en el relato se da noticia de las entrevistas que Mrs. Margrave lleva a cabo entre quienes conocieron a su amiga en vida para cerciorarse de que en verdad está muerta.

* * *

Rodrigo o la torre encantada, de Donatien Alphonse François de Sade, es una de las mejores piezas de toda la selección. Tanto es así que me ha reconciliado con el Divino Marqués, que había dejado de interesarme hace ya muchos años. Su asunto gira en torno a la experiencia del Conde don Julián. España es aún visigoda y Rodrigo, el rey que manda en ella. El único placer que le falta por añadir a su lista de licencias es matar a un niño. Sancho, su sobrino, es el elegido. Pero la madre del desdichado muchacho se da cuenta a tiempo y huye con su hijo a Marruecos, buscando allí la protección de los moros. Muere cuando está a punto de conseguirla y es entonces cuando Rodrigo, para saciar su deseo insatisfecho, ordena que le lleven a su corte a todas las doncellas núbiles. Entre ellas se encuentra Florinda, hija del conde don Julián a quien el propio Rodrigo acaba de enviar a África para neutralizar las operaciones que ha llevado allí contra él la madre de Sancho.

En una hermosa alusión a la virginidad perdida de la muchacha, el marqués apunta que la infeliz, secuestrada en la corte escribe a su padre que "el anillo que tanto la recomendó que guardará lo ha roto el propio rey" abalanzándose sobre ella con un cuchillo y solicita venganza antes de morir de dolor. El conde entiende la llamada de su hija y levanta a los moros de Muza[1] y no pocos españoles contra el monarca visigodo.

Acorralado por sus enemigos, Rodrigo se dirige a la Torre Encantada de Toledo, un monumento donde se supone hay tesoros fabulosos que le servirán para pagar tropas mercenarias. Se trata de un recinto protegido por "mil cerraduras" que advierte de la distancia que han de guardar respecto a él cuantos teman a la muerte. No es éste el caso de Rodrigo. Apenas entra en la Torre se encuentra con un gigante que le presenta el primero de los obstáculos que habrá de sortear el visigodo, en los cuales no es difícil registrar ciertas analogías con los trabajos de Hércules, antes de llegar al lugar donde los tesoros aguardan.

Más interés que las semejanzas con el mito griego, tiene el mundo de prodigios tenebrosos en el que Rodrigo se va adentrando. Entre ellos se encuentran los desdichados a los que el déspota dio muerte, que padecen el tormento al que les condenó el rey de España. En una sala contigua, se encuentran las doncellas que fueron deshonradas por el tirano. Entre ellas está Florinda, quien se acerca a Rodrigo para anunciarle que, cuando vuelva a verle, será la última visión de su vida. Ya en una tercera sala, una estatua que simboliza el tiempo, anuncia al rey que pronto será desposeído del trono por naciones extranjeras. Nada ni nadie consiguen que el monarca se apee de su altivez.

Tan sorprendente como la condena que el marqués eleva contra el soberano, a quien a la postre viene a censurar por pecados a los que el mismo Sade se entregó, es el retrato que nos muestra de su orgullo y su valentía. Rodrigo no se arredra ni ante el río de fuego, que cruza en la barca de unos monstruos que navegan en sus aguas -clara influencia de la Laguna Estigia y el Caronte de la mitología griega-, ni ante el león que le sale al paso. Nada le detiene en su camino hacia el tesoro. Una vez en la cámara que lo guarda y, habiendo vencido a sus últimos vigilantes, el visigodo se hace con el oro y es presa de una somnolencia de la que se despierta entre los pocos cortesanos que le siguen siendo leales. Estos le dicen que ha estado trece días ausente, tiempo que han durado sus trabajos en la Torre Encantada.

Mientras todas las provincias abren sus puertas a los moros, Rodrigo recluta un ejército fabuloso y entabla combate con el invasor en Córdoba. Tras ocho días de lucha, un héroe del ejército invasor se acerca al rey cristiano para desafiarle en combate singular. Habida cuenta de la aparente debilidad de su contrincante, Rodrigo acepta el desafío. Antes de darle el último mandoble, el héroe que ha vencido al cruel visigodo se descubre y resulta ser Florinda. "Los españoles huyen, los moros se apoderan de todas las plazas -concluye Sade-, y tal es la época que les hizo dueños de España, hasta que una revolución nueva, causada por un crimen semejante, les echó para siempre".

* * *

El relato de Willie el Vagabundo, de Walter Scott, es otra de las piezas que más me han interesado de todas las aquí reunidas. Ambientada en las Highlanders escocesas del siglo XVII, su historia nos es referida por Willie -que además de vagabundo es ciego-, quien se la cuenta a un compañero de camino que hace las veces de narrador. Fue el abuelo de Willie un tal Stenie Steenson, excelente granjero y colono de un señor -sir Robert, quien ostenta el título del Laird- que muere sin firmar un recibo a Stenie por el pago de su última renta. Pero habiendo un testigo del abono, un tal Douglas Mac Callum, fiel sirviente del Laird, Steenson se da por satisfecho. Sin embargo, Mac Callum no tarda en escuchar la misma llamada con la que sir Robert le llamaba en vida, lo que se resulta ser un certero presagio de su inminente fallecimiento.

Eso es lo que hay cuando el nuevo amo de la propiedad reclama a Steenson el pago de la renta y el dinero no aparece por ningún sitio. Como no hay nada ni nadie que justifique su desaparición, el gaitero no tarda en convertirse en un proscrito que se ve obligado a huir por un misterioso bosque del lugar. En ello está cuando bebe dos tragos de aguardiente en una posada y pronuncia dos brindis. El primero es una maldición para sir Robert: "no tenga[2] jamás un momento de tranquilidad en su tumba si antes no hace justicia a su pobre granjero"; el segundo, una evocación al Diablo: "A la salud del enemigo del género humano, con tal de que me devuelva el dinero o que me diga que ha sido de él".

Ya adentrado en el bosque, un misterioso caballero se le aparece y le anuncia que el antiguo Laird yace intranquilo en su tumba a causa de las maldiciones que Steenson le ha dedicado y que si el granjero es capaz de visitarle en ella le dará un recibo.

Dicho y hecho. Stenie se adentra en el Infierno, pues allí es donde mora ahora el antiguo soldado disoluto que fuera en tiempos sir Robert. Sin embargo, de no ser porque Steenson sabe perfectamente la distancia que le separa del castillo de su antiguo amo, bien se diría que ha vuelto a aquel lugar tras una breve cabalgada por el bosque junto al misterioso desconocido.

Ni que decir tiene que este último desaparece ante la siniestra ilusión. Es Mac Callum quien sale a recibirle y le advierte encarecidamente que no acepte nada de nadie salvo el recibo que se le debe.

Entre los moradores del fantasmagórico edificio, Steenson reconoce a los espectros de quienes en vida fueron los más crueles y sanguinarios habitantes de la región. Pero es el propio sir Robert quien le dice que, antes de darle el recibo, habrá de interpretar con su gaita una melodía que Steenson conoce porque se la enseñó un brujo en un aquelarre. El colono, viendo que los tubos de la gaita se encuentran al rojo vivo, se niega a interpretar la melodía. Su antiguo amo le ofrece entonces comida y bebida, pero el visitante lo rechaza todo y su terrible anfitrión acaba de darle el recibo y le dice donde se encuentra el dinero. Tras unas primeras dudas, el nuevo amo descubre la verdad y el misterioso asunto queda concluido.

* * *

            La relectura de Historia de don Ramón, Marqués de las Cisternas -una de las piezas que ya me eran conocidas, aunque en la traducción de Francisco Torres Oliver editada por Valdemar, que tuve oportunidad de leer en 2000, el marqués respondía al nombre de don Raimundo-, me ha interesado tanto como en su primera lectura. Se trata de un fragmento de El monje, la obra capital de Matthew G. Lewis, cuyo volumen segundo inicia.

            Aquí se nos refieren los amores que don Raimundo -Ramón en la traducción de Llopis- hace brotar en la baronesa Lindenberg, que, aunque casada con un alemán, es española. Pero la inspiración del marqués de las Cisternas es Inés, sobrina de la baronesa. Enterada esta última del sentimiento que une a los dos jóvenes y despechada por ello, decide poner cuantas trabas están en su mano a la incipiente y clandestina relación.

            Ante este panorama, los amantes intentan aprovechar la leyenda de la monja ensangrentada que gravita sobre el castillo[3] para emprender la huida. Según dicha conseja, el espectro de una monja se sigue apareciendo todas las noches de un determinado día. La religiosa, Beatriz, es una antepasada del marques de las Cisternas que renunció a la santidad por un amante -un antepasado del actual barón de Lindenberg-, al que posteriormente asesinó confabulada con el hermano del señor del castillo, quien a su vez daría muerte a la monja en la cita en la que debía haberla hecho su esposa.

            Llegada la fecha de la aparición, la fatal pareja conviene que Inés se disfrazará de monja sangrienta, como traduce Torres Oliver. De esta manera, aprovechando el miedo que el espectro causa entre los lugareños, Raimundo podrá llevársela y convertirla en su esposa. Pero la desgracia, en uno de los mejores episodios del texto, hace que sea el espectro verdadero quien vaya al encuentro de marqués.

                   Descubierto su plan, Inés, que se cree defrauda por Raimundo, es devuelta a España y obligada a profesar en tanto que su amante se ve envuelto en una fantástica peripecia.

***

El valle del hombre muerto, de Charles Nodier, ha sido una de las pocas lecturas que no me ha interesado. Su asunto gira en torno a un crimen acaecido en la Noche de Todos los Santos de 1531, cuya último peripecia habrá de cerrarse treinta años después, cuando acontece la narración. En la posada de una caritativa anciana de la carretera de Bergerac a Périgueaux, se dan cita en las últimas horas de la víspera del día de los difuntos, un herrero -hijo de Huberta, la mujer en cuestión-, varias lugareñas y dos estrafalarios personajes -en quienes he creído distinguir al Demonio y a uno de sus pajes- que aseguran haber llegado al lugar a causa de un extravío de su caballo. Uno de estos tipos es el maestro Pancracio Chouquet; el otro, Colás Papelin, un enano que esconde su rostro bajo sus melenas rojizas y viste un jubón de idéntico color. Aunque Huberta -al igual que el lector- cree que los dos tipos han llegado juntos, lo cierto es que viajan por separado.

Esos, y algún que otro huésped son los que se arriman al fuego de la Posada de la Caridad -nombre que Nodier da a la casa de Huberta- cuando la anfitriona comienza a contar la historia de "un santo varón" que habitó treinta años antes en el lugar y, tras fundar una ermita en las montañas, gastó sus riquezas haciendo bondades en la región. Tanto fue así que llamó la atención de un hombre que también se hacía pasar por piadoso.

Se abre entonces un flash-back. Tocan los maitines del Día de los Todos los Santos de 1531, cuando Tiphaine -el marido de Huberta- sueña que están matando al ermitaño. Abrumado por su experiencia onírica, se acerca a la gruta del santo. En efecto, el ermitaño ha sido asesinado y yace cadáver en los alrededores. En sus manos aún sujeta un mechón del pelo -con su correspondiente cuero cabelludo- de su asesino. Pese a que la puerta de la gruta se ha cerrado tras la última salida de la víctima y el malvado, que permaneció en ella buscando el tesoro mientras el ermitaño espiraba no ha podido huir, cuando van a detener allí al criminal no hayan más que un extraño olor a azufre y "un fragmento de cédula manchado de sangre y marcado y sellado con cinco grandes uñas negras, en el que se concedían treinta años de plazo al homicida, según se supo por la traducción que hizo de él monseñor, el gran penitenciario; pues estaba escrito en letras diabólicas".

Apenas comenta Huberta que el malvado en cuestión aún ha de mostrar en su cabeza la cicatriz dejada por el cuero cabelludo, que le arrancó el santo cuando intentó defenderse, Papelin descubre la cabeza del maestro Pancracio y todavía muestra esa calva de la que se nos ha hablado. Pancracio se va y Colás Papelin le sigue, dando entender que es algo que hace siempre. Cuando los misteriosos visitantes se marchan, las mujeres del lugar que han asistido a la narración de Huberta concluyen que el enano era el mismísimo Diablo y que el de Colás Papelin es uno de sus nombres.

Yendo ya a la misa de difuntos, el herrero se encuentra el cadáver de Pancracio terriblemente lacerado. Ese pagar ahora por un crimen cometido en el pasado es lo que hace que Llopis, en la introducción, compare este relato con Forajidos, de Hemingway, inspirador en 1946 de la maravillosa cinta homónima de Robert Siodmak.

* * *

Aunque aquí aparece bajo el título de Una narración de los montes Hartz, se trata en realidad de El lobo blanco de los montes Hartz, esa maravilla de Frederick Marryat cuya lectura tanto me interesó en Los hombres-lobo, la antología sobre la licantropía de Juan Antonio Molina-Foix.. El buen recuerdo que guardaba de dicha pieza ha venido a ratificarse en su relectura. Krantz, su protagonista, es un marinero que se dispone a contarle a un compañero de navegación su pasado.

Siendo niño, su padre era el mayordomo de un gran señor de Transilvania y su madre una hermosa mujer que se dejó seducir por el amo. Descubierta la traición, el padre de Krantz mató a su esposa y a su amante, huyendo posteriormente con sus hijos a un recóndito lugar de las montañas aludidas en el título.

Ya refugiado en ellas, el padre descubre a un misterioso lobo blanco que parece invitarle a seguirle. Puesto a ello, da en extrañas circunstancias con Wilfred de Barnsdorf y su bella hija -Christina-, quienes le comentan que también han escapado de Transilvania. La recién llegada, en cuyos ojos hay algo que inspira temor a los niños, no tardará en enamorar al viudo. Pedida en matrimonio, Wilfred accede de buen grado con una única condición, que el padre de Krantz juré "por todos los espíritus de las montañas de Hartz -entre otras cosas- que jamás levantará su mano contra ella". "Y si falto a ese juramento, caiga toda la venganza de los espíritus sobre mí y mis hijos, que perezcan por el buitre, el lobo u otra bestia de los bosques; que les arranquen la carne de los miembros y sus huesos se blanqueen en algún lugar del desierto: todo eso juro".

La madrastra de los muchachos no tarda en mostrarse cruel con ellos. Mientras, Krantz y sus hermanos descubren que la nueva esposa de su padre, cuanto éste duerme, abandona el lecho conyugal para salir de la casa. Aunque creen que va a ser presa de un lobo que ronda en los alrededores, es ella, Christina, quien regresa con las ropas manchadas de sangre. El mayor de los hermanos será el primero en seguir a la madrastra en sus salidas nocturnas. Esa misma noche, morirá víctima de un lobo. Su tumba no tardara en ser profanada por estos mismos animales, que no dejarán de él ni los huesos. Marcella, la hermana de Krantz, sucederá al primogénito en tan triste destino. Ahora bien, en está ocasión, el padre descubrirá a su mujer comiéndose el cadáver de su hija. Tras descerrajar un tiro sobre su esposa, el cadáver de Christina se transformará en la loba blanca que le atrajo en el bosque.

Wilfred vuelve a hacer aparición para recordar al padre de Krantz su juramento. Al descargar su hacha sobre él y traspasar una figura, el desdichado mayordomo comprenderá que ha hecho un pacto con un espíritu del bosque. Días después, morirá en Holanda y Krantz será conducido a un hospicio "y más tarde me embarcaron de marinero".

Merced a la promesa paterna, pasado un tiempo, estando Krantz y su interlocutor bañándose en una isla paradisíaca, el narrador encontrará la muerte en las garras de un tigre.

***

El vampiro es un clásico de estas antologías que siempre -y con toda razón- se anuncia como un claro precedente de Drácula. John William Polidori, el atribulado médico de Lord Byron con una innegable maestría nos ofrece la experiencia de un joven heredero inglés (Aubrey). Deseoso de conocer mundo, emprende un viaje por el Continente en compañía de un enigmático personaje. Lord Ruthven.

Cansado del misterio que envuelve a su acompañante, Aubrey decide separarse de él y trasladarse a Grecia. En el país heleno conocerá a Ianthe, cuya belleza no tardará en inspirarle. Ignorando las advertencias de su amada, el heredero se adentrará en unos parajes de los que, según se dice, son un lugar de reunión de los vampiros. La noche le sorprende en tan siniestro lugar. Yendo a buscar refugio en una cabaña, Aubrey escuchará unos gritos. Para su desgracia, Ianthe ha sido la víctima de un vampiro.

Posteriormente, nuestro desdichado protagonista descubrirá que ha sido Lord Ruthven el asesino de su amada. Mas obligado por un juramento a no poder rebelar la verdadera identidad de su antiguo acompañante, el joven, pese a que está a punto de enloquecer, no podrá evitar que Ruthven despose a su hermana.

***

Ya en lo que se refiere a La princesa de Lipno o el retrete del placer criminal, de Agustín Pérez-Zaragoza, hay que empezar dando noticia de que, según explica el autor en nota al pie[4], la palabra "retrete" del fascinante título responde aquí a su primer significado: "gabinete íntimo". Esta interesantísima pieza es también una recuperación de un escritor romántico español del que no hay más referencias bibliográficas que las aportadas por un tal José F. Montesinos, quien sitúa el nacimiento de Zaragoza en torno a 1800 y le define como uno de "aquellos galeotes de la pluma que hacían cualquier cosa".

Dejando a un lado este interesantísimo apunte, el relato versa sobre la triste experiencia de Elvira, una princesa rusa que abandona su residencia en Moscou (sic) para casarse con el conde Dourlinski e ir a residir con él a la Rusia asiática.

Alejada de su casa, y sin más gente de confianza que un escudero -Beniski- y su camarera -Narcisa-, Elvira empieza a sospechar que su marido lidera una banda de crueles bandidos que asaltan a los viajeros que cruzan el condado. Sus sospechas se unen al miedo que le inspira el castillo donde habita: una lúgubre edificación.

Cuando regresa de una cacería, el conde regala a Elvira una joya. Tras el primer agradecimiento, la condesa no tarda en distinguir restos de sangre en el presente. Es de un comerciante extranjero que ha sido la última víctima de Dourlinski y sus secuaces. El siguiente en caer es el escudero, asesinado por los esbirros del conde ante la mirada impotente de Narcisa. La condesa y su sirvienta intentan una resistencia inútil.

Ante este panorama, Dourlinski no duda en descubrirse como el verdadero criminal que es y confiesa que ha desposado a Elvira para vengarse en ella de la familia Lipno, quienes antaño le acusaron de haber asesinado a su propio padre. Dicho esto, ordena que su esposa sea encerrada en el retrete del placer criminal. Allí se pierde en toda suerte de pasadizos propios de la novela gótica -en opinión de Llopis ésta es la única muestra del género española- mientras encuentra cuerpos mutilados de mujeres y demás restos de la depravación de Dourlinski y sus acólitos. Allí están los restos del comerciante armenio a quien el conde robó las joyas que regaló a Elvira.

La desdichada ya se da por muerta cuando eleva una plegaria. Responde un eco que se convierte en su única esperanza durante su siniestro recorrido por el retrete hasta que alguien le envía una nota dándole instrucciones para salir del terrible lugar. Cuando llega al bosque donde la emplaza el feliz billete, se encuentra con dos escuadrones de caballería emboscados y su madre.

La tropa ha sido enviada por Moscú, alertada la capital de lo que sucede en el castillo por dos antiguos secuaces del conde que han confesado a cambio del perdón, Moscú ha decidido tomar cartas en el asunto. El conde y sus compinches mueren luchando. Cuando caen, el terrible castillo es reducido a cenizas.

* * *

Aunque en todas esas encomiables introducciones a las piezas Llopis aporta un dato en verdad interesante, el que más lo es de todos ellos se refiere a Poe. Ello es que el escritor murió de resultas de una paliza recibida en un callejón trasero -que a mí se antoja imaginar en las inmediaciones de una taberna, donde borracho discutió de alguna manera con sus agresores-, que no "de delirium tremens, como tantas veces se ha dicho". No obstante, esta brillantez de la observación -a buen seguro consecuencia por parte de Llopis de un afán por evitar el Poe más trillado-, puesto a elegir las narraciones extraordinarias que selecciona hace que estas sean las menos interesantes. Precisamente por eso son las menos conocidas.

Sombra, la primera de ellas, es un poema en prosa narrado por un alma -Oínos- que se dirige a los vivos. En él nos cuenta su encuentro con una sombra que vaga por las mismas aguas que Caronte, pero no pertenece a nadie por ser la sombra "de todos nuestros amigos muertos".

Silencio está narrado por el mismísimo Demonio, quien se sienta en una tumba junto a Poe y le refiere la historia de cómo hizo que todo fuera mutismo en el río Zaire -o Congo-. No hay duda de que Conrad había leído este otro poema cuando escribió El corazón de las tinieblas. Hay algo en el horror de ese hombre del que nos habla el Demonio que me ha recordado a ese otro del que nos habla el Kurtz, al menos el Kurtz de Coppola.

Finalmente, Morella es el único relato de Poe que entra dentro del canon de las narraciones extraordinarias. Morella es la mujer con quien el narrador se casa por inercia. Consciente de que va a morir dando a luz a la hija de ambos, la inquietante parturienta anuncia a su esposo que ese amor que le ha negado en vida se lo brindará tras la muerte. La niña crece física e intelectualmente a una velocidad sobrenatural, a los diez años ya es una mujer adulta y el vivo retrato de su madre. Tanto es así que a los tres lustros de vida decide ponerla el nombre de Morella. Como la muchacha nunca sale de casa no ha hecho falta bautizarla. Su padre la llama invariablemente "cariño mío".

Cuando, tiempo después, esta segunda Morella muere, su padre -que la adora- se dispone a enterrarla en la misma tumba que la madre. Es entonces cuando descubre que la sepultura está vacía. La segunda Morella no es otra que su progenitora.

 


 

[1] Musa ibn Nusayr, el célebre moro Muza del dicho popular sin duda alguna.

[2] Hay una errata y aparece escrito "no tengo", pág. 67

[3] Alejandro Dumas también nos refiere esta misma leyenda en Infernaliana.

[4] Pág.206.

Publicado el 7 de enero de 2011 a las 17:15.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

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