Tintín, Hergé y los coches
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Detalle de mi colección de coches de Tintín.
De idéntica manera que los barcos -el medio de transporte trasatlántico en la juventud de Hergé-, los coches juegan un papel determinante en las aventuras de Tintín. Tanto es así que -aunque aquí se dice que es en la viñeta en que coge la moto de la policía alemana por primera vez-, el tupé se le levanta al Valiente cuando, perseguido por los guardias berlineses en Tintín en el país de los soviéticos, les roba el coche a los agentes (pág. 7, tercera viñeta). En la anterior, cuando se tira del árbol en que se encuentra escondido, su mata de pelo aún luce hacia delante.
Gran amante de los coches -cuando pudo permitírselo se compró todos los que le gustaban-, Hergé trabajó como ilustrador para la edición belga de una revista publicitaria de Ford. De ahí la profusión de automóviles de esta marca. De lectura tan grata como todos los textos tintinófilos, como todas las traducciones de Zendrera Zariquiey cuenta con los ya tradicionales errores de traducción -El caso Tornasol, Serafín Bombilla, los Dupont- a los que aquí hay que añadir los hermanos G. Orrión por los hermanos Pájaro. A la postre no es más que una minucia en una maravilla donde, con un tino asombroso, se habla de algo que ya intuí en mis primeras lecturas de Tintín, los dos ciclos en los que se dividen sus aventuras. El primero de ellos es aquél en el que el infatigable reportero va en busca de aventuras; el segundo -tras un punto de inflexión marcado por El asunto Tornasol- es el doméstico. En él, Tintín se encuentra disfrutando de la paz de Moulinsart cuando la aventura va a buscarle a casa y el periodista se deja llevar por ella a regañadientes.
Aunque sale indemne de los dieciséis accidentes que registran sus álbumes, en cada uno de estos ciclos los coches juegan un papel muy diferente. En el primero son positivos, siempre le ayudan en las persecuciones y demás; en el segundo, negativos. Así se empieza a perfilar en la primera de las invasiones automovilísticas de Moulinsart: última viñeta de la página 13 de El asunto... Lo nefasto del automóvil alcanza su máxima expresión en la última viñeta de Stock de coque, cuando Serafín Latón y su club automovilístico invaden los jardines del castillo rompiéndolo todo.
En una y otra ocasión, los coches de los buenos siempre avanzan de izquierda a derecha, en el sentido de la lectura, para que no haya nada que chirríe; los de los malos, de derecha a izquierda, para que sea justamente todo lo contrario. Estas y otras cuestiones, sobre el papel que juegan los automóviles en los determinados campos de la escena, se explican con sorprendente detalle en el cáp. 4.
Hay entre tanta delicia un apunte que me lleva a reflexionar sobre lo decididamente antialemán -es decir antinazi- que era Hergé: todos los Mercedes son coches de personajes malos. Tanto es así que en los que aparecen en El asunto... el escudo de la fábrica se confunde con los bigotes del mariscal bordurio Plekszy-Gladz. Señala de Choiseul que esta mixtura entre el Mercedes -todo un símbolo de la Alemania capitalista- y Plekszy-Gladz -una caricatura de los tiranos socialistas- es una prueba tan inequívoca del escepticismo de Hergé como la ya proverbial viñeta final de Tintín y los Picaros, con el avión que lleva a nuestros héroes alejándose, que reproduce una miseria idéntica a la que había en la viñeta que se nos mostró cuando llegaban los valientes.
Un último apunte referido a Andy Jacobs, autor del texto concerniente a las reproducciones de los coches. A buen seguro que el tal Jacobs es algo de Edgar Pierre, el creador de Blake y Mortimer.
Publicado el 13 de octubre de 2010 a las 23:30.