"Nosotros", la primera distopia (II)
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En mis primeras edades, recuerdo que procuraba ser gracioso al relacionarme con los demás. Si las cosas se podían expresar con cierta guasa, mucho mejor. Cuando empecé a beber sistemáticamente, la priva me envalentonó lo suficiente como para tornar altivez esa timidez, que otrora procuré superar con cierta gracia. Siempre he de agradecerle al frasco -que lo llamaba mi amigo Antonio Bartrina- haber equilibrado mi vida social. Cuando al cumplir el medio siglo dejé de beber, perdí el poco sentido del humor que me quedaba.
Dado lo antedicho, excusaré extenderme sobre el aplauso con que suscribo esa observación de D-503 -el protagonista de Nosotros, nuestro ingeniero- cuando en la Anotación número 3 apunta: “no soy capaz de hacer bromas, pues bromear implica mentir con una intención poco clara” (pág. 112). La ciencia del Estado Único ha resuelto que el mundo antiguo -esto es el nuestro- era una suerte de broma donde las personas “vivían libres, como las fieras, los monos y los rebaños”. Ni que decir tiene que a mí, esta broma -que, en efecto, es nuestro mundo y nuestro tiempo-, como todas las bromas, me parece de mal gusto.
Ya anticipando ese enamoramiento, sobre el que, tanto aquí como en 1984 ha de pivotar la sedición, D-503 se refiere a cómo el mar de los antiguos servía de inspiración para los enamorados. Muy por el contrario, ellos han sabido sacar energía eléctrica del “enamoradizo susurro de las olas”. Se diría que Zamiátin, aunque ingeniero -y además notable, habida cuenta de que, durante su primer exilio, cuando tuvo que huir de la vesania zarista, encontrando refugio en Gran Bretaña, diseñó buques de gran calado en New Castle- quiso ser poeta. Sin embargo, al punto de referirse a la ya manida lírica del mar con una lucidez que me maravilla -en 1920, durante la redacción de Nosotros, fue capaz de presagiar a los poetas al servicio del estalinismo que habrían de proliferar en la España de los 30-, ironiza sobre las figuras poéticas del mundo antiguo: “el insolente silbido del ruiseñor” (pág. 161). Para concluir al punto: “Ahora la poesía es útil. Es un asunto de Estado”.
Nuestro ingeniero es un hombre con una gran responsabilidad en el Estado Único. Se le ha confiado el diseño y la creación de la Integral la nave con la que se ha de empezar la colonización de otros planetas, convirtiendo así al Gran Bienhechor en un emperador interplanetario. En semejante delirio totalitarista, chirría ese “ángel de la guarda” del que nos ha hablado D-503 en la pág. 160. Siendo esta del ángel custodio, una figura que me remite a las oraciones infantiles, y habiendo yo dejado de creer en Dios antes, mucho antes, de perder las ganas de hacer gracia, hay algo en ese apunte que me ha chirriado.
No me creo que ese materialista -que por bolchevique y por ingeniero debió de ser Zamiátin- aluda en el original al ángel de la guarda, concepto de varias religiones, pero ignorado -y probablemente denostado- por todas las concepciones materialistas de la existencia. Máxime considerando que nos habla de ese supuesto custodio para darnos noticia de S-4711, el agente del estado que vigila a nuestro ingeniero. A fe mía que lo del ángel es una licencia del traductor. El autor debe de utilizar otra expresión menos religiosa. De hecho, el que sojuzga el Estado único es un mundo tan materialista que sus dioses están allí, con ellos: “en el departamento, la cocina, el taller o el tocador. Los dioses se han convertido en lo que somos; ergo, nosotros nos hemos convertido en dioses” (pág. 162). Por lo demás, “el Dios de los antiguos, castigaba por igual una blasfemia contra la Santa Madre Iglesia que a un asesino” (pág. 206).
Uno de los fragmentos más celebrados de Nosotros es el de cierto diálogo referido a la niebla. Incluido en la Anotación número 13 (pág. 164), allí se dice que “sólo puede amarse lo insumiso”. Ésa es la poesía que me gusta a mí. Porque lo real, lo prosaico en este reino de la felicidad tutelado por el Estado Único, son las “máquinas humanizadas, convertidas en gente” (pág. 175). Gente que marcha como “guerreros asirios representados en un relieve: mil cabezas con los brazos en movimiento y los brazos juntos, moviéndose al unísono” (pág. 213).
Nosotros, además del de esta distopía fundacional del género, es el título del manuscrito donde D-503 consigna sus anotaciones. En la número 30 se alude a los antiguos españoles, no a nosotros, sino a los que sufrieron al Santo Oficio -aunque mucho menos de lo que se asegura en la Leyenda Negra, de la que Zamiátin viene a hacerse eco- ya que alaba el buen uso que hicieron nuestros antepasados de las hogueras de la Inquisición. Ni que decir tiene que esta última, una opinión de D-503, que no de Zamiátin, yo no la comparto.
(continúa en la siguiente entrada)
Publicado el 29 de septiembre de 2023 a las 06:30.