"Nosotros", la primera distopía (I)
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Una de las primeras ediciones inglesas de "Nosotros".
De todo mi tesoro bibliográfico, uno de los textos que tengo en la estima más alta es el ensayo crítico que María Luisa Berneri fechó en el Londres de 1948 bajo el título de A través de las utopías. Escrito originalmente en inglés, esta mía -como tantos de los mejores libros que adquirí en los años 70- es una traducción argentina, llevada a la imprenta por la editorial Proyección en 1975. Fue una obra concebida en base al carácter social de la utopía, pues la autora -hija del profesor italiano Camilo Berneri-, cuando su progenitor fue asesinado durante los Sucesos de mayo en la Barcelona de 1937, siguió los pasos de su padre en el estudio del pensamiento libertario. Así pues, la panorámica que nos propone Maria Luisa Berneri arranca en la República (siglo IV a. e. c.) de Platón, tenida por la primera utopía y, tras pasar por las del Renacimiento, la Ilustración y las decimonónicas, acaba en las distopías del siglo XX.
El género se volvió distópico después de que los comunistas -los asesinos de Camilo Berneri, por cierto- pusieran en marcha su utopía y resultase ser uno de los estados más despóticos, opresores y despiadados que ha conocido la historia: la dictadura de los miserables. También fue merced a la materialización de la utopía comunista, cuando esas recién nacidas distopías abandonaron su carácter social para abrazar la ciencia ficción que, a grandes rasgos y en esta ocasión, podríamos definir como aquellas historias que se basan en la plausibilidad de la sorpresa que le produce al lector aquello sobre lo que está leyendo.
Fahrenheit 451 de Ray Bradbury llegó a las librerías en 1953; es decir, un lustro después de que María Luisa -muerta en el 49 en la flor de la edad (31 años), durante un parto- publicase ese ensayo que tanto estimo. Difícilmente, pues, podía hacer mención en sus páginas a esa tercera distopía que, comúnmente, cierra el tríptico rector del género. Pero Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, y 1984 de George Orwell, sí que inspiran a mi dilecta los párrafos que merecen.
No obstante, Maria Luisa Berneri nos habla de una propuesta anterior, fechada en 1929, de la que es autor el ingeniero ruso Evgueni Ivánovich Zamiátin. Nosotros, el título en cuestión, fue dado a la estampa por una editorial parisina en 1929, ya con Zamiátin en el exilio. Aunque en la Unión Soviética no se consintió su edición hasta 1980, Nosotros, cronológicamente, es la primera distopía. Exactamente igual que la primera utopía es la República de Platón. Elogiada en público por Huxley y Orwell, quienes siempre reconocieron sus respectivas antiutopías -como las llama María Luisa Berneri- herederas de la de Zamiátin, fue éste un antiguo bolchevique. Pero, al igual que tantos camaradas de primera hora, acabó cayendo en desgracia cuando la revolución soviética resultó ser lo que fue. Sin embargo, quizás debido a que Gorki en persona intercedió por él ante el Zar rojo, Zamiátin fue de los pocos a los que Stalin dejó salir de la URSS y, una vez estuvo en el exilio, no mandó a ninguno de sus sicarios a acabar con él.
Adquirí Nosotros, en la espléndida edición española de Cátedra, en la Feria del Libro de 2011. Pero no ha sido hasta estas últimas semanas cuando he empezado a leerlo. Azuzado por ese olvido que se dedica a la novela inaugural del género, en ese auge de las distopías al que asistimos desde que todos imaginamos una auténtica catástrofe patógena tras la pandemia, he acometido finalmente su lectura y no ha podido ser más satisfactoria. Si tuviera que definir Nosotros en pocas palabras, diría que es la historia de un matemático venidero -está ambientada un milenio después de la implantación del Estado Único- que no entiende su enamoramiento y se dirige a sus lectores -también del futuro y de otro planeta (Anotación nº 16)-, hablando de sí mismo como de una ecuación.
Contada en cuarenta capítulos –“anotaciones” puesto que el texto es una bitácora, escrita en la clandestinidad, como el diario del Winston Smith de 1984-, Nosotros es mucho más metafórica que sus herederas y -si se me permite la expresión- mucho más fantacientífica. No hay duda de que, si Zamiátin no está gozando de esa revisión de la que están siendo objeto Huxley y Orwell, cuyos dos textos han inspirado en los últimos meses hasta novelas gráficas, es debido a esa gravedad de la ciencia ficción soviética, de todo el otro lado del antiguo Telón de acero, me atreveré a decir. Siempre excelente, su enjundia, totalmente ajena a la fantasía y al ritmo vertiginoso de la occidental -y a los dichosos efectos especiales si hablamos de la ciencia ficción hollywoodiense-, ha sido un constante motivo de rechazo para el gran público.
Antes de llegar a la novela en sí, el texto se abre con una extensa introducción en la que Fernando Ángel Moreno, amén de contarnos la peripecia vital de Evgueni Ivánovich Zamiátin -aunque dice ser uno de esos críticos que consideran “falaces y polémicas” las interpretaciones de las obras a partir de la vida de sus autores- nos propone un interesante recorrido por todo el género distópico. Como María Luisa Berneri por el utópico, pero más escéptico. De hecho, Moreno -aludiendo a lo apuntado por el propio Zamiátin- sostiene que la Revolución definitiva no existe. I-333, el número por el que se conoce a la enamorada de D-503, nuestro narrador e ingeniero, está metida en una revolución que pretende acabar con la revolución de la que surgió el Estado Único que tiraniza a nuestros protagonistas. Decididamente, la Revolución definitiva, ésa por la que, aun sin entenderla clamaban las masas enfervorecidas (pág. 32), no existe, es una utopía en sí misma. Igual que siempre hay una cifra más alta, una cantidad mayor, siempre habrá otra revolución que hacer para cambiar el nuevo curso de la historia nacido de la anterior. Comparto plenamente esta idea. Cuando los revolucionarios se convierten en policías para la salvaguarda de su revolución, siempre surgen nuevos revolucionarios dispuestos a acabar con ellos.
A decir de Moreno, el término “distopía” fue acuñado por el filósofo británico John Stuart Mill durante una intervención parlamentaria. En esa larga e interesantísima introducción a la novela, el prologuista tiene tiempo para observar muchos aspectos comunes a toda la ciencia ficción. Así, nos hace ver cómo, para crear un mundo fantacientífico basta con alterar un par de cuestiones -la persecución de los libros de Fahrenheit 451, la prohibición de envejecer de La fuga de Logan (William F. Nolan y George Clayton Johnson, 1967), recuerdo yo-. El resto, perfectamente, puede permanecer tal cual es en la realidad.
“Contra los postulados idealistas del comunismo, nos encontramos con el desastre soviético; contra los del capitalismo, con la pobreza del Tercer Mundo -escribe Moreno en la pág. 62-; contra la religión, los fanatismos, la lentitud de adaptación y la hipocresía económica e intelectual, además de sus permanentes choques con los descubrimientos científicos; contra la democracia, las manipulaciones e imposiciones de los grandes partidos políticos”... El dramatismo de la historia del amado siglo XX y su incomparable desarrollo tecnológico ha sido especialmente dado a la ciencia ficción en general y a las distopías en concreto. Nunca he echado cuentas, pero tengo la sensación de que el montante total de antiutopías es mucho mayor que el de utopías. Contra las esperanzas del futuro, nos encontramos con las sucesivas frustraciones del presente.
Antes de dar paso a Zamiátin, la introducción se detiene en las distopías prospectivas. Aunque a mi juicio lo son casi todas -como 1984, escrita, como es bien sabido a comienzos de los años 40 y ambientada cuatro décadas después- es raro que el autor recree un mundo distópico contemporáneo a aquel en el que escribe y supone que van a leerle-, Moreno las localiza en el ciberpunk nacido con Neuromante (William Gibson, 1984).
Llega después un repaso a las ucronías. Esas historias sobre la historia alternativa -si Hitler hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial, si la Confederación hubiera derrotado a la Unión en la guerra de Secesión estadounidense, etcétera-, que, de puro sombrías que se me antojan, a mí me interesan mucho menos.
(Continúa en el siguiente asiento)
Publicado el 9 de septiembre de 2023 a las 18:45.