Las ciudades oscuras: un universo en ciernes
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Las ciudades oscuras
Partiendo de la base de que solo me intereso por los discípulos de Hergé, que es como decir la Escuela de Bruselas, debo reconocer que no soy un buen lector de bande dessinée: de entrada, rechazo todo lo ajeno al canon bruselense, la Línea clara pura.
El resto, en principio, no me interesa. A excepción de ciertos álbumes de la escuela de Marcinelle -el Spirou de Franquin, el Gil Pupila de Tillieux- que atesoro de antiguo y también forman parte de mi mitología personal. Ni los Humanoides Asociados -Alejandro Jodorowsky, Jean Giraud, Enki Bilal…- acabaron de gustarme. La lectura de El Incal (1980-1988) se me hizo sumamente pesada. Me di a ella por el prestigio del que gozan las aventuras de John Difool entre los aficionados con menos prejuicios que yo y porque en aquel momento estaba disponible en una de las bibliotecas donde me prestan los cómics. El presupuesto y el espacio de que dispongo ya solo me da para adquirir e incorporar a mi tesoro a los discípulos del Maestro. Estoy muy mayor para las novedades y tiendo a los herederos de los historietistas de mi infancia, que coincidió con una década prodigiosa del cómic en general y la bande dessinée en particular: los años 60.
Afortunadamente, Benoît Peeters es toda una autoridad en lo que a los estudios sobre Hergé se refiere. Recordaba con sumo agrado la lectura de Tintín y el mundo de Hergé (1983), uno de los trabajos más celebrados del Peeters teórico, y ver que era el guionista de Brüsel (1993), un extraño pero magnético álbum dibujado por François Schuiten, me decidió a leerlo.
Fue así como descubrí todo un universo en ciernes, el contado en una de las series más fascinantes del cómic de los últimos 40 años: Las ciudades oscuras. No pude releerlo porque también fue un préstamo de la biblioteca de mi barrio. Ahora bien, la historia de Constant Abeels, el florista que, falto del agua que precisa para adaptar su negocio a los nuevos tiempos, acude al Palacio de los Tres Poderes -una suerte de Ayuntamiento-, donde conoce a Tina y juntos se pierden en una fabulosa maqueta que reproduce con exactitud lo que será la no menos fabulosa ampliación de la nueva ciudad -las miniaturas de los edificios son del tamaño de una persona- me dejó extrañamente maravillado.
Tanto fue así que algunos meses después, justo antes de la pandemia, presto a comprar la segunda entrega de El valle de los inmortales, el Blake y Mortimer de entonces, también me hice con El último faraón, el álbum de los amigos del Centaur Club perteneciente a Las ciudades oscuras. Se trata de un título fuera de colección, al igual que también lo está de las aventuras de Blake y Mortimer, pues el capitán y el profesor se muestran muy mayores. El libreto es ajeno a mi dilecto Peeters. Este envejecimiento de los personajes es algo tan frecuente en el universo de las Ciudades, como infrecuente en el común de los personajes de la bande dessinée.
Es tanta la excelencia que ha inspirado el Continente oscuro -el supuesto territorio donde se encuentran las ciudades- que referirse a la serie como un mero cómic es quedarse corto. Parece ser que en el mundo francófono incluso ha dado lugar a composiciones musicales y películas.
De momento, los títulos originales, traducidos en su totalidad al español -Las murallas de Samaris (1983), La fiebre de Urbicande (1985), Brüsel (1993), La chica inclinada (1996), La sombra de un hombre (2000), La frontera invisible Vol. 1 (2002), La frontera invisible Vol. 2 (2004), La ruta de Armilia (2007), La teoría del grano de arena (2010) y Recuerdos del eterno presente (2018)- integran tanto espléndidas viñetas -las Ciudades también cuentan con uno de esos muros que Bruselas dedica a sus grandes historietistas-, como álbumes ilustrados. Siempre son relatos míticos, trufados de steampunk. Julio Verne gravita por todas estas páginas, como la hermenéutica de Borges y las citas textuales al bonaerense.
Y en medio de tan fabuloso maremágnum de sugerencias, que naturalmente obedece a su propia cronología, he sabido de Mary von Rathen la chica inclinada. Franz Bauer fue enviado desde Xhystos a Samaris, en el año 696 de la cronología oscura. Su cometido era averiguar por qué no había vuelto ninguno de sus predecesores. Una vez allí, tras sus murallas, Samaris resultó ser un conjunto de paneles de diversos decorados, que se superponían en una urbe inquietante por inexistente más allá de dichos paneles. De vuelta a Xhystos, muchos años después, ningún miembro del Consejo recuerda haber enviado a Bauer a Samaris.
Eugene Robick, el urbateco -arquitecto- de Urbicande, allá por el año 735 trabajaba en la reestructuración de esta ciudad oscura cuando se encontró con un pequeño cubo, surgido por generación espontánea, del que se desplegaba una red -que nunca acabó de hacerlo, continuó ampliándose- hasta conformar una estructura de la que fue imposible salir. Toda una alegoría sobre el cubo de Rubick, que -según se decía en su momento- ofrecía infinitas posibilidades para la colocación debida de las piezas. Es más, creo que Eugene Robick es un trasunto de Ernő Rubik cuyo juguete ha quedado como un auténtico símbolo de los años 80. Los trasuntos son algo frecuente en el Continente oscuro. Michel Ardan, quien viaja con Julio Verne, lo es de Nadar, el gran fotógrafo del París decimonónico.
Y la torre aludida en el álbum del mismo título es una ciudad-estado que viene a ser una alegoría de la Torre de Babel. Sus alturas le son desconocidas a Giovanni Batista, uno de los encargados de mantener un sector de la edificación. Habida cuenta del tiempo transcurrido desde que recibió los últimos repuestos -treinta años- comienza una ascensión, en busca de sus superiores. Puesto a ello, descubrirá que la torre se eleva hasta el cielo en busca de la divinidad. Pero al llegar a la cúpula y atravesarla, se ve envuelto en una guerra. La Torre, según la cronología oscura, fue construida en el año 0. Ya en el 450 tuvo lugar la peripecia de Batista.
Y después los spin-off. El archivista (1987), el primero, es un libro ilustrado. Su historia es la de Isidore Louis, un archivero que ha reunido diferentes documentos que demuestran la existencia de las Ciudades oscuras. Cuando se lo presenta a sus superiores, le dan por un insensato y pierde el empleo.
El eco de las ciudades (1993) es un breviario -en la antigua acepción de la palabra- donde se consignan diferentes hechos acaecidos en el Continente oscuro. Su reportero estrella, y posteriormente su editor, es Stanislas Sainclair . Entre otros asuntos, en el Eco se da noticia de la búsqueda de Michel Ardan.
Finalizada esta misma semana la lectura de las Ciudades oscuras, mi entusiasmo es el mismo que cuando descubrí Arda, el mundo de Tolkien e incluso el de cuando empecé a adentrarme en el condado de Yoknapatawpha de William Faulkner. A falta de esos álbumes, que al no formar parte de mi tesoro no los puedo releer -aunque probablemente acabaré por volverlos a pedir en las distintas bibliotecas donde me los han prestado- me consolaré adentrándome en las distintas páginas de amenidades sobre el continente de las Ciudades Oscuras que pueden consultarse en la Red. Mi entusiasmo es el mismo siempre que descubro un universo en ciernes.
Publicado el 17 de junio de 2023 a las 05:30.