Que la tierra le sea leve a Raquel Welch
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La imagen de Raquel Welch en Hace un millón de años (Don Chaffey, 1967) constituyó el mayor icono femenino de la Hammer Films. Y ya es decir, habida cuenta del lugar que ocupan las hamerettes en la sicalipsis del fantastique británico. Aquel retrato con aquel bikini, que pretendía ser el ropaje de las neandertales o algo por el estilo, fue, además, la estampa más representativa de la actriz que nos dejaba ayer. Su Loana, su personaje en aquella cinta en la que yo la recuerdo especialmente, bien poco, o nada, tenía que ver con la Loana de Carol Landis en la primera versión de esta misma historia: el Hace un millón de años dirigido en 1940 por Hal Roach y Hal Roach jr.
Pero en la versión de Chaffey -que yo vi por primera vez en uno de aquellos programas dobles del cine España de mi barrio, en sesión continua desde las cuatro de la tarde, que supusieron la maravilla de mis primeros sábados, y desde entonces forma parte de mi repertorio ideal, de las películas de mi vida-, acuñé un anacronismo: que los hombres y los dinosaurios cohabitaron aquí hace muchos siglos, cuando -como dice Lovecraft- la Tierra aún era joven. Sí también atisbé en sus secuencias el misterio de la concupiscencia desatada, pero mi último tributo a Raquel Welch no va por ahí.
Cuando tuve edad de empezar con los juegos galantes, resultó que las chicas como ella -llamada El cuerpo por la exuberancia de sus formas- no me gustaban. Estaba escrito que -a excepción de Jane Birkin-, en la vida real, nunca habrían de gustarme las mujeres parecidas a ninguno de los mitos eróticos de mi infancia: Brigitte Bardot, Claudia Cardinale, Ursula Andress... Mis favoritas -repito una vez más- fueron las flacas tristes.
Esto no fue óbice para saludar, con el debido alborozo, la presencia de la finada en el reparto de todas las películas donde la descubrí. Junto con Ursula Andress fue la hammerette más famosa. ¡Claro que sí! Y también la musa más efímera de las heroínas del tríptico de las Tierras antes del Tiempo, epígrafe bajo el que también reúno Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra (Val Guest, 1970) y una delicia de la Amicus: La tierra olvidada por el tiempo (Kevin Connor, 1974).
Tal vez fuera aquella Loana a la que dio vida a las órdenes de Don Chaffey -junto con la Cora de Viaje alucinante (Richard Fleischer, 1966)- la mejor creación de su carrera. De hecho, los bikinis prehistóricos lucidos en aquellas secuencias afianzaron a Raquel Welch como uno de los grandes mitos del erotismo de los años 60.
Además de para protagonizar aquel remake de Hace un millón de años, rodada en el Parque Nacional de Tenerife, Raquel volvió a España para protagonizar en el desierto de Almería y en Pelayos de la Presa -no muy lejos de aquel cine donde vi el remake de Chaffey por primera vez- Los 100 rifles (1969), un western de Tom Gries ambientado en la Sonora de 1912. Regresó al género, y a trabajar en Almería, en Ana Coulder (Burt Kennedy, 1971), la cinta más atípica, e interesante, producción de la Tigon, otra de las empresas señeras del fantastique británico.
Diré más, igual que para mí siempre fue una actriz entrañable antes que un símbolo sexual, me quedo con su filmografía inglesa antes que con la estadounidense. Habrá que recordar que Raquel fue Lillian Lust, la personificación de la lujuria que George Spigott (Peter Cook) pone al alcance de Stanley Moon (Dudley Moore) en Mi amigo el diablo (1967), la mejor de las cintas inglesas de Stanley Donen. Por no hablar de su Constance de Bonacieux en el díptico de Los tres mosqueteros de Richard Lester -Los diamantes de la reina (1973) y La venganza de Milady (1974)-, cuyo rodaje volvió a traerla a España. Para ser más exactos a Aranjuez.
Que otros la lloren como símbolo sexual. En lo que a mí respecta, que la tierra le sea leve a Raquel Welch por dos motivos: haber protagonizado Hace un millón de años, una de las cintas de mi repertorio ideal, y haber contado entre las más destacadas de cuando el cine mundial se rodaba aquí. Siempre es triste despedir a una mujer así. Al cabo, su óbito viene a corroborarme que todo lo que fue mi mundo, mi espacio de confort, sigue desvencijándose, cayéndose a pedazos.
Publicado el 16 de febrero de 2023 a las 12:00.