Volver a Dashiell Hammett (I)
Archivado en: Cuaderno de lecturas, La maldición de los Dain, Dashiell Hammett
Hay algo que me seduce en las novelas integradas por distintos relatos, que permiten una lectura independiente, sin dejar por ello de contribuir al desarrollo del asunto del conjunto del texto. Por poner un ejemplo, quiero recordar El gran dios Pan (1894) de Arthur Machen. Esa ambivalencia ha sido lo que más me ha interesado de La maldición de los Dain (1929), de Dashiell Hammett. Se trata de tres narraciones -Los Dain (1928), El templo (1928) y Quesada (1929)-, publicadas originariamente en Black Mask.
Me consta que ya existían ediciones españolas anteriores a esta mía, dada a la estampa por Editorial Tiempo Contemporáneo en la Buenos Aires de 1971. Con todo, lo primero que me llama la atención es la diferencia entre los títulos españoles habituales y los de esta edición, que van mucho más allá de la paráfrasis del original que acostumbra a hacer el traductor. Así, Los Dain, la primera de las piezas en el común de las versiones españolas, aquí se lee bajo el título de Vidas negras, literal del Black Lives original inglés; El templo (The Hollow Temple), como El falso templo, lo que entra dentro de lo normal; pero no es el caso de Black Honeymoon, Luna de miel negra, que reza el epígrafe habitual en español, presentada aquí como Quesada. Tamaña licencia me ha resultado tan desconcertante que, hasta que no he descubierto que Quesada es el nombre de la población californiana donde tiene lugar la infausta luna de miel de Gabrielle Leggett -a la que supongo impulsora del canon de mala del noir clásico, que luego elevarían a su enésima potencia las damiselas de Raymond Chandler-, creí que Hammett iba a tratar en el texto subsiguiente sobre la quesada, ese bizcocho típico de Cantabria.
En esas ediciones patrias a las que me refiero -quiero recordar una de los años 60, en la entrañable colección RTVE- era frecuente que se incluyera un cuarto relato llamado El enigma negro. No puedo decir de qué va porque en esta mía no aparece. No sé si sus responsables tuvieron a bien suprimir esta última pieza, unirla a la tercera o incluirla entre la tercera y la cuarta. Dándose el caso de que no he leído las otras ediciones, sólo puedo acusar la diferencia.
Como se ve, antes que nada, quiero llamar la atención sobre la pésima calidad de la versión de La maldición de los Dain debida a Laura Corbalán. Afortunadamente, tengo en la más alta estima aquellas traducciones de Editorial Losada -también rioplatense- en las que leí mis primeros títulos de Kerouac. Por no extenderme en todas las ediciones argentinas que adquirí en la Transición, cuando aún permanecían inéditos tantos títulos en España. Para empezar, esta de Corbalán dice ser una versión al "castellano". "Castellano" es como llaman al español los españoles que no quieren serlo y los hispanoparlantes que odian a España. Llamar "castellano" al español es una denominación política y la política, como es harto sabido y la experiencia no deja de demostrárnoslo a diario, es la actividad más despreciable que puede ejercer el ser humano.
Sentado esto, quiero hacer notar que, tanto en español como en ese "castellano" que lo llaman quienes se avergüenzan de haber sido agraciados con el don del idioma más bello del mundo -a la par que uno de los más hablados-, "abría" del verbo "abrir" es sin "h". Pero Laura Corbalán y los castellanoparlantes que han estado al cuidado de esta pésima edición, tienen a bien confundirlo con "habría" del verbo "haber". De este modo, en la séptima línea de la página 196, leemos "cuando escuché que la puerta del corredor se habría" (sic). Faltas de ortografía de este jaez -que no erratas, que también menudean-, hay varias.
Dejando a un lado la traducción y edición de mi ejemplar de La maldición..., a cuál más lamentable, me hacen gracia las palabras y los modismos del español hablado en Argentina. Los contámelo por los "cuéntamelo" y demás argentinismos menudean y los leo con el mismo agrado que escucho el hermoso verbo de los rioplatenses. Ahora bien, lo de llamar sistemáticamente "la negra" a Minnie Hersey, la sirvienta de los Leggett, ya me hace menos gracia. Bien es cierto que, en 1928, cuando los dos primeros relatos de La maldición de los Dain vieron por primera vez la luz en las páginas de Black Mask, la corrección política en el lenguaje ni siquiera se imaginaba. Pero, no sé por qué -o bueno sí lo sé por algún apunte biográfico del autor y un somero vistazo a las versiones en inglés de la primera historia, que son del dominio público en Internet-, me parece que obedecen a una iniciativa de la traductora antes que a la de Hammett, quien, probablemente, en varias alusiones, que Corbalán traduce como "la negra", ha escrito la "chica de color". Así es como, incluso los racistas estadounidenses, suelen referirse a las afroamericanas o a las "mucamas de color", que diría una traducción argentina políticamente correcta. También rezuman racismo, las alusiones a María Núñez, la sirvienta mejicana que aparece en Quesada. Pero en ningún caso, descalifican la historia. La ideología de los autores no afecta a las obras del mismo modo, y por el mismo motivo, que la de los padres no afecta a los hijos.
Ahora bien, como me dijo hace ya mucho tiempo uno de los traductores del inglés al español más celebrados: las traducciones tienen fecha de caducidad. La gente ya no habla como en el 71 y, desde luego, a ningún traductor de nuestros días se le ocurriría escribir "la negra" para referirse a Minnie Hersey. En fin, no podemos condenar el texto por el lenguaje racista de su traductora. Pero sí podemos -y debemos- condenar la traducción por haber quedado caduca. Y asunto concluido. No hay que darle más vueltas. Sólo quiero dejar constancia de que la lamentable traducción de Laura Corbalán ha lastrado seriamente mi regreso a Hammett.
Se titule como se titule en el original, en el primero de los tres relatos, el Agente de la Continental -cuyo nombre, obedeciendo a un procedimiento harto conocido del autor, se oculta de un modo ostentoso en todo momento- ha de resolver el misterio en torno al robo de unos diamantes sustraídos al químico Edgar Leggett. Gemas que se le habían confiado para cambiarles la tonalidad. Puesto a resolver el caso, al Agente -más cerca de Sherlock Holmes y los grandes protagonistas de la literatura detectivesca, que de los tipos duros como Sam Spade, el otro detective de Hammett-, desde el principio se le antojará con tongo. Es mucha casualidad que, nada más llegar, se encuentre algunas piedras tiradas a la entrada de la casa.
No obstante, más que descubrir el enigma, lo que en verdad cuenta es la explicación del estigma que obra sobre los Dain (pág. 63). Alice Dain, "mató o hizo matar a su hermana" Lily cuanto ésta estaba casada con Edgar Leggett, a quien amaba Mary. Resultado de esa pasión criminal nació Gabrielle Leggett, última depositaria del estigma familiar, quien mató accidentalmente a su madre. Desde entonces Gabrielle -modelo meridiana de la Carmen Sternwood de El sueño terno (1939)- está convencida de atraer la muerte para todos los hombres vinculados a ella. Esa es, en resumen, la maldición de los Dain, surgida por el amor que Mary sintió por su cuñado, aunque encontró en Gabrielle a su depositaria.
(continúa en el siguiente asiento)
Publicado el 19 de noviembre de 2022 a las 07:15.