Lefranc en Nueva Suabia
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Lefranc, "Misión antártica", Jacques Martin
Celebro sobremanera que en la página seis de Misión antártica (2016) reaparezca el comisario Renard, y en la cincuenta y seis, Jeanjean. Su presencia es mínima e irrelevante en el desarrollo de la historia. Ciertamente, el comisario lleva a Lefranc a Normandía, a ese lugar donde míster Cunningham, le va a poner en antecedentes para "salvar al mundo libre de la nueva amenaza". Pero François Corteggiani, el guionista, podía haber resuelto esas viñetas sin recurrir a Renard, como también podía haber dedicado la última página a cualquier otro tema ajeno a las vacaciones en la montaña del periodista y su joven amigo.
A fe mía que, si lo hace, es debido a que Misión antártica fue su debut en las aventuras de Lefranc y, antes de entrar en materia, quería comulgar con el universo de Jacques Martin. Nada mejor, puesto a ello, que aludir a sus dos personajes secundarios, olvidados en demasiados de los álbumes anteriores, debidos a los distintos colaboradores de la colección. Mucho me temo que Eduard, el mayordomo de la secuencia de la estación, la que abre El huracán de fuego (1961) -el Néstor de Lefranc puesto que en su universo todo son equivalencias con el de Tintín y los de Moulinsart- haya quedado relegado definitivamente al olvido.
Así pues, me conformo con celebrar la comunión de Corteggiani con el universo en ciernes de Lefranc -en tiempos de la opulencia de los metaversos y mundos virtuales, todos los universos de los grandes personajes de la bande dessinée inexorablemente parecen en ciernes- como también encomio esas llamadas en los bocadillos o en las viñetas, que nos remiten a los pies de la página. Y allí, una escueta nota, me invita a "ver" un álbum anterior.
Corteggiani ya me era conocido y me gustaba por algunos de los guiones de las entregas de La juventud de Blueberry cuya lectura me ha sido dada -El carnicero de Cincinnati (2006), El sendero de las lágrimas (2008), Gettysburg (2014)-, pero en esta ocasión me ha ganado de verdad. Y no ha sido sólo por ese tributo que viene a rendir a Martin al comenzar a colaborar en el segundo de sus grandes personajes. También por el homenaje a Lovecraft. Así, la contraseña para entrar en la librería de Praga donde nuestro amigo se reencuentra con Cunningham es una pregunta sobre una edición rara de En las montañas de la locura (1936), la primera historia del outsider de Providence que tuve oportunidad de leer, hace ya cuarenta y cinco años. Y, finalmente, en la página quince, se cita al director del Shibone Star, Dutton Peabody (Edmon O'Brien) el rotativo del pueblo donde está ambientada El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962). En fin, son tantos los homenajes a referencias fundamentales de mi mitología personal que la lectura de Misión antártica me ha proporcionado una auténtica epifanía.
De Christophe Alvés, el dibujante, no tenía referencia alguna. Este vigésimo sexto Lefranc ha sido mi primera noticia de él y el descubrimiento no podía haber sido más halagüeño. En un somero vistazo a su web, he creído entender que sus aportaciones a las aventuras de Lefranc son los trabajos de los que se siente más orgulloso. No es para menos.
Y también he creído entender, tras la lectura de las notas de Erik Arnoux que cierran los dos primeros álbumes de Sara Lone -los otros dos no los he leído- que el trabajo del guionista es preponderante respecto al del dibujante en la creación de una historieta. Ha sido una sorpresa, la verdad, habida cuenta de cómo me maravillan los dibujos. Por eso empecé a leer las historietas de Pumby, el entrañable gato creado por José Sanchis Grau para la Editorial Valenciana, y las aventuras de Tintín incluso antes de saber leer: miraba "los santos", que llamaban a las viñetas de mis primeros tebeos los mayores que me los regalaban.
Dicen que la infancia es la verdadera patria de las personas. Mi niñez está tan ligada a los cómics que a mis sesenta y tres años sigo leyendo con avidez las aventuras de los personajes creados por Jacques Martin, ya en manos de otros historietistas. Puesto a ello he tenido que desdecirme respecto a lo apuntado anteriormente en uno de estos artículos, donde afirmaba que nunca iba a leer los álbumes de Lefranc y Alix ajenos a Jacques Martin. Misión Antártica, ya digo, es de Alvés y Corteggiani y ha sido una auténtica epifanía, amén de toda una comunión con el universo de Martin y mi mitología personal.
El asunto es lo de menos. Baste, por tanto, un somero apunte. Tras un flashback, que nos lleva del primer encuentro con Cunningham en la librería de Praga a la redacción de El Globo, donde Lefranc se desempeña como reportero, sabemos que el mundo libre está en peligro por un complot de los nazis. Se parte de una teoría conspirativa clásica. Ésta sostiene que la expedición, que Alemania envió a la Antártida entre 1938 y 1939, para montar allí una factoría dedicada a la extracción del aceite de las ballenas, hubiera tenido como auténtico objetivo la puesta en marcha de una base secreta en cierto sector del Continente Austral, la Tierra de la reina Maud, que ellos llamaron Nueva Suabia. Oficialmente, el objetivo era montar una estación ballenera. Pero la ocultación con la que se hizo todo desde el primer momento -el MS Schwabenlan, el barco que llevó a los científicos partió en secreto- ha hecho creer desde entonces que el verdadero motivo de la expedición fue montar dicha base militar.
Ésta es la idea con que juega Corteggiani. En la Nueva Suabia, los nazis que se salvaron del hundimiento del tercero, preparan un cuarto Reich. Con tal fin, sus científicos han creado armas fabulosas.
Habida cuenta del parecido de Lefranc con uno de los mejores pilotos alemanes -a mí, físicamente, se me parece más a Alix, a un Alix más mayor, que a ningún otro personaje-, no le resulta difícil hacerse pasar por él -siguiendo las instrucciones de míster Cunningham- e introducirse en la Nueva Suabia.
Una vez allí, se encuentra con el inefable Axel Borg. Lo que lleva al enemigo de Lefranc, que a menudo no lo es tanto, a la Antártida, es la espléndida colección de arte que los nazis han reunido en la base. No en vano, Hitler fue un pintor frustrado que ordenaba a su gente que rapiñasen todo el arte que creyesen oportuno en los países ocupados.
En esta ocasión, la insólita camaradería que ha unido a nuestro héroe y a nuestro villano en tantos de los álbumes precedentes se rompe cuando, las tropas del mundo libre se disponen a bombardear la base respondiendo a la llamada de Lefranc. Ya se aprestan a huir juntos, en una de las fabulosas naves de los alemanes, cuando Borg se deshace de él dándole un golpe oportuno y vuelve a ser el malo. Ni que decir tiene que, pese a todo, Lefranc se salva y llega a tiempo para esas vacaciones en la montaña junto a Jeanjean. Una delicia, ya digo.
Publicado el 20 de septiembre de 2022 a las 03:45.