Los cuentos de Stephen King (VI)
Archivado en: Cuaderno de lecturas, "Pesadillas y alucinaciones", Stephen King
(viene del asiento del 28.5.22)
Se dice tanto y en tantos sitios que Stephen King está en la estela de Lovecraft -y cuando el de Maine no escribe a la manera del de Providence, a modo de tributo a su reconocido maestro, sólo les une la elevadísima calidad de la literatura de ambos y poco más- que ya dudo acerca de si he leído o no en algún sitio que La casa en Maple Street es una de esas piezas a la maniera del creador de los mitos de Cthulhu.
A fe mía, si hubiera que situar el decimoctavo relato de Pesadillas y alucinaciones en la senda marcada por algún otro de los grandes de la literatura fantástica que precedieron a King, ese sería Ray Bradbury. Seguro que a este respecto significa algo que los hermanos que lo protagonizan respondan a este mismo apellido. Pieza inédita, una de las pocas incluidas en la selección que lo es, he creído percibir en ella ciertas concomitancias con ET (1982), la película del bueno de Steven Spielberg que más aborrezco. Está claro que se debe a que, aquí también, se nos habla de unos hermanos que han de enfrentar una amenaza venida del espacio exterior. Pero no creo que King se haya visto influenciado por el libreto que Melissa Mathison -la guionista de Spielberg en aquella ocasión-, me inclino a pensar que la pluma de King se muestra imbuida por el cine fantástico de los años 80, que parece gustarle a todo el mundo mucho. Sentado esto -si en verdad fuera así, porque estoy conjeturando de forma subjetiva- habría que preguntarse hasta qué punto influenció el propio King a la pantalla fantástica de su país en los 80: si en el Hollywood de aquellos años, el maestro de Maine fue el escritor más adaptado. Por así decirlo, el cine empezaba a descubrirle con avidez y fue uno de los autores que ejercieron una mayor influencia en la pantalla de la época. Así pues, cuanto haya podido percibir en La casa en Maple Street está intrínsecamente ligado al estilema de su propio autor.
Argumentalmente hablando, los Bradbury son unos hermanos tiranizados por el marido de su madre, un profesor universitario. Si Lewis Evans, el tipo en cuestión, fuera una madrastra en lugar de un padrastro estaríamos ante un prototipo inequívoco de los cuentos de miedo. Como no es el caso, se trata de una variación.
La madre de los Bradbury es una de esas mujeres que, además de pusilánimes, están cegadas por el amor. Sólo ve por los ojos de Evans y no defiende como debería a sus hijos. Los muchachos no tardan en urdir su venganza.
Desde hace unos días vienen observando cómo las paredes de su casa están siendo poseídas por una estructura metálica. Tras varias comprobaciones al respecto y varios roces con su padrastro, descubren que se trata de algo extraterrestre y urden un plan para enviar su casa al espacio exterior con el profesor dentro.
La idea contra el divorcio que subyace en este cuento, unida cierta foto del autor, junto a su familia, a la entrada de su mansión de Maine, vista recientemente, me ha llevado a pensar que King bien puede ser un enemigo del divorcio. No conozco su fe -si es que la tiene- ni me interesa saber de ella. Pero sí que son varias las sutilezas percibidas en estas Pesadillas...: el Robinson de El Cadillac de Nolan se venga del hampón que ordenó el asesinato de su mujer; en Parto en casa, el zombie del marido de Maddie Pace, al reconocerla, no le hace ningún daño; o la Katie Weiderman de no se equivoca de número, que añora a su esposo veinte años después de su muerte y se culpa de no haber entendido los avisos que se mandó a sí misma, a su pasado para salvarlo... Todas ellas me llevan a estimar que King es todo un defensor del matrimonio. Y eso sí que es algo en verdad singular en un escritor del último medio siglo. Fuimos tantos los que entonces, a comienzos de los años 70, dejamos de ir a misa que tiendo a cifrar en esa coyuntura el principio de la secularización de la sociedad occidental. Que después de concluida, un autor de la proyección internacional de King parezca inclinarse por algo tan religioso como el matrimonio de por vida, duradero. es algo en verdad insólito. Lo literario siempre ha sido el adulterio, la aventura del engaño. ¿Hará falta recordar Madame Bovary (Gustave Flaubert, 1856)?
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Ahora bien, en el Quinto fragmento King se nos muestra como todo un representante del noir más brutal. Lo referido es el desquite del narrador, puesto a vengarse de quienes le mataron a su más caro compinche después de haber atracado juntos un furgón blindado. Antes de morir, Barney, el difunto en cuestión, tuvo tiempo de dar a nuestro hombre ese quinto fragmento aludido en el título, que no es otro que la quinta parte del mapa que lleva al escondite del botín.
Lo de la partición es un recurso tan común a las ficciones de los más diversos géneros como la pugna entre sus distintos poseedores. En este caso, la historia empieza cuando el narrador, siguiendo el rastro oportuno, ha conseguido presentarse en el preciso instante, y en el mismo lugar, donde Keenan y Sarge, dos de los atracadores, se disponen a llegar a un acuerdo. Nuestro hombre acaba con ellos como pudiera haberlo hecho el protagonista de una historia de James Ellroy o cualquier otro de los grandes del hard boiled. Lo único que diferencia a King de todos ellos es su atención a ciertos detalles que, a mi entender, no hubieran interesado a un autor de relatos criminales. Verbigracia, ese apunte de cómo la rigidez del rigor mortis del sargento -uno de los atracadores a los que mata nuestro protagonista- produce ruidos en la madera de la casa donde su asesino está escondido para salvar la vida, cuando se ve allí acorralado por el poseedor del quinto fragmento del plano.
Hay, en fin, ciertas descripciones de los misterios de la oscuridad que descubre nuestro protagonista, mientras aguarda a que el poseedor del quinto fragmento del plano lo mate e intenta tramar algo para acabar con él, que nos demuestran que King, básicamente, es un autor de cuentos de miedo. Pero, por lo demás, es tan versátil que puede cultivar cualquier suerte de ficción.
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Mientras sólo admiraba las películas basadas en sus guiones -especialmente El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) y Christine (John Carpenter, 1983)- desdeñaba la obra del de Maine por su popularidad. Siempre que hay algo que gusta a todo el mundo, procuro que no me guste a mí. Ahora bien, a medida que empecé a leerle en Danza macabra, mi coincidencia con sus referencias culturales me ganó. En Pesadillas y alucinaciones, tanto o más que por esa inquietud, que transita sus páginas más conocidas, me ha conmovido por su capacidad para la nostalgia. La añoranza de lo perdido con el curso del tiempo, que sin embargo permanece incólume en la memoria, gravita, aunque obedezca a otros aspectos de la narración, en Es algo que llega a gustarte. Al parecer, este texto fue concebido como el flashback a su infancia de un asesino que habría de protagonizar una novela que nunca llegó a escribir; por supuesto, esa nostalgia de la que hablo, tampoco falta en esa última conseja que da a su nieto el abuelo protagonista de Mi bonito pony.
En el caso del doctor se percibe igualmente esa melancolía. En esta ocasión, es la que siente Watson de los días en que acompañaba en sus investigaciones a Sherlock Holmes. Se trata de un apócrifo del doctor. Treinta años después de la muerte del de Baker Street, su eterno compañero recuerda el único caso que resolvió él mismo, cuando el "detective consultor" apenas iniciaba sus deducciones. Esto da pie a King a descubrírsenos -también- como todo un cultivador del relato detectivesco.
El Holmes que evoca el doctor es un hombre con el carácter cambiado al del personaje creado por Conan Doyle pues ha dejado la cocaína. El texto, que al parecer cuenta entre los canónicos de entre los grandes escritores que han reinterpretado al detective de Baker Street, nos demuestra que King controla tanto el hard boiled como el relato detectivesco.
El asunto, al que les lleva otro conocido por los lectores de Conan Doyle, el inspector Lestrade, de Scotland Yard, es el extraño asesinato del perverso lord Hull quien, tras haber maltratado y tiranizado a su esposa y a sus hijos durante toda la vida, aparece asesinado cuando se dispone a cambiar el testamento y quitárselo todo a sus herederos legítimos, los mismos que le han aguantado tanto en vida.
El misterio radica en que milord ha aparecido muerto en una estancia sin ventanas, ni más puerta que aquella por la que entró la víctima y cerró tras su paso para enmendar el documento. Es Watson quien, observando distintos detalles de la estancia y dándole vueltas a la familia del difunto, repara que uno de sus hijos ha entrado, por un ignoto pasadizo, para dar muerte a su padre.
Pero ha sido un acto tan de justicia el asesinato del perverso milord que Holmes, Lestrade y Watson deciden anunciar que lord Hull se ha suicidado. De modo que nadie reconoció nunca el único caso resuelto por Watson. La recreación de su nostalgia por parte de King me ha interesado mucho más que la resolución del enigma con lo del pasadizo. Sinceramente, me ha parecido que defrauda las expectativas que el misterio despierta. De modo que en esta pieza aplaudo al King nostálgico, antes que al detectivesco. Es más, el propio Sherlock Holmes, nunca me ha interesado. Soy más de hard boiled que de novela detectivesca.
Un último asunto. Me llama mucho la atención la animadversión, que parece sentir King por Oscar Wilde a raíz de cierta observación acerca de él en la página 616 de mi edición, la primera española de Grijalbo, con un pie de imprenta datado en 1994.
(continúa en el asiento del 23.07.2022
Publicado el 18 de junio de 2022 a las 01:45.