Los cuentos de Stephen King (V)
Archivado en: Cuaderno de lecturas, "Pesadillas y alucinaciones", Stephen King
(viene del asiento del 29.1.22)
En un principio recelé de No se equivoca de número porque creía que se trataba de una pieza teatral y a mí, como el buen cinéfilo que procuro ser, el teatro no me gusta ni leído. Sin embargo, documentándome sobre el conjunto de estos textos, -como era previsible se trata de una antología de relatos aparecidos en las más variadas revistas entre 1971 y 1990- he dado con una noticia en la que se afirma que No se equivoca de numero fue concebido como el guión del capítulo de una serie de televisión, Tales From the Dark Side, de la que fue la novena entrega de la cuarta temporada. En antena el 22 de noviembre de 1987, contó con la dirección de un tal John Harrison, al parecer, todo un experto en estos menesteres.
De un tiempo a esta parte he perdido todo mi interés por la ficción televisiva. Como hace algunos meses me referí a ella con entusiasmo, en un conjunto de artículos reunidos bajo el epígrafe de Series de televisión, por si a algún lector de aquellas piezas pudiera interesarle mi radical cambio de opinión sobre estos espacios catódicos, prometo una próxima explicación al respecto. Vamos, por el momento, con No se equivoca de número.
La teatralidad, que me hizo recelar en un principio, desaparece ante la primera descripción de un movimiento de cámara que aporta King, tomándose una atribución que corresponde a Harrison. En cualquier caso, si la traductora, Bettina Blanch, hubiera transcrito como "secuencia" lo que ella llama "acto", mi fobia y mis prejuicios a todo lo que suene a teatro no se hubiera manifestado en ningún momento. Desde la primera línea está claro: se trata de un guión técnico, con indicaciones a los movimientos del tomavistas.
Pero lo que en verdad cuenta en esta historia es el fondo, pues hablamos de uno de los más sugerentes flashfowards -o prolepsis- que a mí me hayan sido dados en las páginas de un libro. Veamos su asunto:
Katie Weiderman está casada con un famoso escritor de novelas de terror, Bill, cuyos hijos discuten por ver o no ver la última adaptación de su padre, Beso fantasmal, cuya emisión televisiva está a punto de empezar. La noche en que nos es presentada, Katie habla por teléfono con alguien a quien comenta que su marido lleva una temporada que no se encuentra muy bien.
Después de indicarle a Bill donde están las cintas vírgenes para que grabe la película, Katie atiende a una segunda llamada, aunque interrumpida -"lleva, por favor, lleva..." es cuanto alcanza a escuchar-, consigue alarmar a nuestra protagonista, acuciándola para que haga algo con urgencia.
Lo poco que Katie capta del mensaje es bastante para alarmarla. Da por sentado que alguno de sus allegados está siendo acechado por un peligro inminente. Así pues, decide telefonear a su hija mayor, que estudia en el extranjero. Pero la joven se encuentra bien y no ha llamado a su casa. De modo que Katie convence al escritor para acudir urgentemente al domicilio de su hermana. Pero tampoco a ella le acecha ningún peligro.
"Residencia de..." es lo que responde el mayordomo al descolgar el teléfono en casa de sus señores. Leído aquí, en referencia al domicilio familiar de un exitoso escritor de novelas de miedo estadounidense -si fuera un inglés decimonónico no me lo parecería tanto- me suena tan rimbombante como me resulta un esnobismo eso de llamar a un número de hispanoparlantes y que te contesten "aló". En fin, "residencia" es como llama Katie a su propia casa al descolgar el teléfono. De vuelta a ella, ya parece que todo ha sido una falsa alarma, que la llamada iba dirigida a otro número, cuando Bill muere súbitamente, de un ataque al corazón fulminante.
Veinticuatro años después, Katie se ha vuelto a casar, pero todavía echa de menos a su anterior marido. Al volver a la mansión donde habitaron, la célebre "residencia", encuentra la grabación de Beso fantasmal y la introduce en el reproductor. Es entonces cuando se nos descubre que la segunda llamada, la que le hizo contactar con su hija y desplazarse a casa de su hermana para comprobar que todo estaba en orden, se la hizo ella misma a su yo pretérito con el objeto de advertirse de que llevase a Bill al hospital porque estaba a punto de sufrir un ataque. Así pues, leída en su momento, en las páginas anteriores, la anacronía de la llamada que se corta es una prolepsis meridiana. Otra de las muchas genialidades del maestro de Maine. Por no hablar de la angustia que habría de reconcomerle al imaginar algo así con ese trasunto suyo que es Bill.
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De aliento tan largo como Balzac, tal que el francés, Stephen King es todo un estajanovista de la literatura. De ello vienen a dar cuenta los tochos, esos tochos que son, prácticamente, todos los textos que pública. "A mí los libros, si son buenos, me gustan tochos", le oí decir, hace ya -como de todo- muchos años a un célebre ministro socialista. A mí también, vengo a convenir ahora con aquel político ya olvidado. Desde luego, con el gran Stephen King es el caso.
Pesadillas y alucinaciones, además de por el largo y magistral aliento de su autor, es un tocho fundamental en su producción porque sintetiza toda la narrativa breve de los años que convirtieron a King en un mito. Desde que, según confiesa él mismo en Danza macabra, sólo era un escritor en ciernes -con esos inevitables problemas económicos de cuando se brega con las primeras colaboraciones-, aquel King que publicó en el número de Cavalier de febrero de 1972 Hay que matar a los niños; hasta ese King aclamado, que empezó a ser tras el éxito de la primera adaptación a la pantalla de Carrie, estrenada por Brian de Palma en 1976, y la consagración absoluta tras la de El resplandor (1980), por parte de Stanley Kubrick.
El dedo móvil, aparecida en la edición de diciembre de 1990 de The Magazine of Fantasy & Science Fiction, era una de las piezas más recientes en 1993, cuando este tocho llegó a las librerías. Así pues, como ya digo, más que una comunión con el universo de Lovecraft, como recuerdo haber leído en algún sitio -condición a la que sí obedecen Crouch End y La casa en Maple Street-, Pesadillas y alucinaciones es un compendio de la narrativa breve de Stephen King en los primeros veinte años de su bibliografía. Si consideramos que el miedo se expresa mejor en el cuento que en la novela, excusaré decir la importancia que tiene este tocho en la obra de su autor.
A grosso modo, puede apuntarse que hablamos del texto que consagra al maestro de Maine en la línea de la excelencia del relato de terror estadounidense. Si ésta fuera una cadena, antes de King, entre él y el outsider de Providence sólo habría un eslabón: Robert Bloch.
Gente de las diez es otro de los dos cuentos inéditos incluidos en el compendio. También como Balzac, el maestro de Maine es un autor muy atento a la actualidad de sus días, al debate de nuestro tiempo. La ciencia ficción siempre lo ha sido y esta pieza, pese a lo fina que es la linde que separa la fantaciencia del miedo, se me antoja más enmarcada en aquella que en éste.
A comienzos de los años 90, la cruzada antitabaco se hallaba en pleno apogeo. Yo mismo, que fumé durante veinticuatro años y en el 93, cuando Grijalbo tuvo la gentileza de obsequiarme este Pesadillas y alucinaciones desdeñaba todo ese discurso en contra del humo que protagonizaba un verdadero debate, acabaría por dejar el vicio el tres de agosto del 96. Desde entonces no he vuelto a encender un cigarrillo.
La Gente de las diez toca de lleno a esa pretendida criminalización de los fumadores que se empezaba a hacer entonces, pero a la inversa. Me explico: Pearson, nuestro protagonista, es un tipo que está empezando a dejar de fumar. Este comienzo de su desintoxicación de la nicotina le sensibiliza para percibir a una suerte de terribles murciélagos -que no vampiros- que se esconden bajo la apariencia de seres humanos que en verdad existieron. La referencia a La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956), el clásico de la pantalla fantacientífica que nos propone la suerte de una gente que está siendo desplazada por sus pares, reproducidos en unas vainas y desprovistos de cualquier tipo de sensibilidad, es inevitable.
Seguro que un cinéfilo como King y tan aficionado, además a la ciencia ficción, ha tenido muy en cuenta la experiencia del doctor Miles J. Bennell (Kevin McCarthy), el protagonista de Siegel, puesto a contarnos la de su Pearson.
Afortunadamente, recién se da cuenta el protagonista de King de la gran cantidad de tipos corrientes, actores del reparto de su vida cotidiana, que en realidad son murciélagos, un humano puro, Dudley -percatándose de todo- se pone en contacto con Pearson. Le indica que no muestre asombro alguno, como si no se hubiera enterado de nada y le emplaza para una inminente reunión de la resistencia humana. Cuando se está celebrando, los murciélagos se presentan y acaban con casi todos los presentes. Pearson es de los pocos que consiguen salvarse. Pero el futuro que se le presenta no es nada halagüeño, integrar la resistencia humana contra el invasor. Esa oposición, armada y secreta, se me antoja un planteamiento clásico del género desde el crepúsculo del amado siglo XX.
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Crouch End es tan deudora de Lovecraft que su primera edición vio la luz en Nuevos cuentos de los mitos de Cthulhu, una antología de 1980 de Arkahm House, al cuidado de Ramsey Campbell. Seguro que fue toda una satisfacción para King figurar en aquel texto junto a corresponsales del outsider de Providence como Frank Belknap Long.
Hace unos días, con motivo de un artículo sobre Philip K. Dick que publiqué en Zenda libros, recordaba el relato de Juan Perucho incluido en Los mitos de Cthulhu, la espléndida selección reunida en 1969 por Rafael Llopis para el Libro Amigo de Alianza Editorial, que habría de ser el pórtico al universo del outsider de Providence para tantos de sus primeros lectores españoles. Con la técnica de Lovecraft, titula Perucho su pieza. Eso, escribir con la técnica de Lovecraft, es, con loable exactitud pues se trata de una comunión con Howard Philips, lo que hace el maestro de Maine.
Doris Freeman, la estadounidense que se presenta enloquecida en la comisaría del barrio londinense de Crouch End para denunciar la desaparición de su marido, bien podía haber sido el Randolph Carter del outsider de Providence en uno de sus delirios. Su narración será la piedra angular del relato. Ella y su marido, Lonnie, quien es abogado, llegan en un taxi a Crouch End. El entusiasmo con el que arriban a la zona, a la que acuden para un posible trabajo de Lonnie, no les permite percibir lo inquietante del lugar.
Pero, recién se marcha el taxista, un espanto impreciso comienza a cernirse sobre ellos como las sombras caen sobre Innsmouth. Y los pocos niños que les salen al paso, muestran deformidades muy semejantes a las de los Marsh, vecinos de este mítico puerto pesquero que Lovecraft imaginó en la costa de Massachusetts, donde sus familias se aparearon secularmente con los seres de las profundidades.
Obligados a buscar a pie la dirección, tras unos primeros instantes de desasosiego, como no dan con el domicilio de aquel que los ha llevado allí, Lonnie se separa de su mujer para acudir a una llamada de auxilio. Ya puesto a prestar socorro, hay algo que hace gritar al señor Freeman antes de desaparecer. Su mujer no volverá a saber de él. Ella cree que ha sido pasto de una diosa impía, la Cabra de las mil crías. Al menos eso es lo que le dice una extraña niña cuando Doris le pregunta por su marido.
Finalmente, tras conseguir volver de su aterradora experiencia sin proponérselo, tras doblar una calle y verse sin más en el verdadero Londres, y, una vez a salvo, llegar hasta la comisaría, la policía la toma por una loca. Aun así, al cabo de un tiempo regresa a Estados Unidos, muy envejecida, con sus hijos.
Brillante, especialmente, pleno de esa melancolía que tan a menudo asoma entre las pesadillas y las alucinaciones, es el último párrafo (pág. 555), aquel en que se da noticia, no sin cierta nostalgia, del destino de Doris. Ya en la eterna ausencia de su marido, cuando tiene accesos de locura, se encierra en un armario, en cuyas paredes escribe advertencias sobre la Cabra de las mil crías, Shub-Niggurath en el bestiario lovecraftiano.
(continúa en el asiento del 18.6.22)
Publicado el 28 de mayo de 2022 a las 17:00.