jueves, 21 de noviembre de 2024 13:04 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Una gran novela de Brian Aldiss

Archivado en: Cuaderno de lecturas, Drácula desencadenado, Brian Aldiss

imagen

            Tengo constancia de una primera edición española de Frankenstein desencadenado (Brian Aldiss, 1973) editada por Minotauro en 1990. Pero aún no he tenido oportunidad de leerla y, tras lo halagüeña que ha sido la lectura de Drácula desencadenado (1990), ya empiezo a tener ganas de dar cuenta de esa primera entrega de lo que me permitiré llamar el díptico de Joe Bodenland. Sí vi -¡faltaría más!- la adaptación a la pantalla, llevada a cabo por el gran Roger Corman, también el año 90, cuya distribuidora española tuvo a bien traducir el título de Corman, que conservó el de la novela original, como La resurrección de Frankenstein. Ellos, los responsables autóctonos de su distribución, sí que no debieron ver la película ya que, en sus secuencias, Frankenstein no resucita, como -creo recordar- sí lo hacía en alguna de las delicias del gran Terence Fisher para la Hammer. En líneas generales, lo que ocurre es que Bodenland viaja desde nuestros días a las gloriosas jornadas de Villa Diodati, tiene un lío con la gran Mary Shelley -entusiasta del amor libre- e intenta acabar con los crímenes que la abominación del barón lleva a cabo en la primera parte de la novela. Aunque el viajero del tiempo de Corman -interpretado por John Hurt- responde al nombre del Buchanan, la documentación que sí he podido leer sobre la novela original sostiene que también es Bodenland.

            En esta ocasión, en esta vuelta a Drácula, Bodenland -prominente científico y empresario de la Dallas de 1999- acaba de celebrar la boda de su hijo Larry con Kylie. Eso es lo que hay cuando el profesor Bernard Clift, quien se afana junto a sus alumnos en unas excavaciones paleontológicas en el desierto de Utah, buscando restos del periodo carbonífero en una falla pedregosa, le llama asegurando que han dado con algo sorprendente.

            Antes de entrar propiamente en materia, lo que se hace con la noticia de los dos extraños ataúdes a los que se refiere Clift -y los cadáveres de sendos humanoides que guardan-, Aldiss echa una mirada ácida a las costumbres de la burguesía finisecular estadounidenses: alcoholismo, pérdida de valores -los divorcios se presentan como un alegre jalón en una biografía. Verbigracia, los de Elsa Schatzman (pág. 25), quien va por el tercero y ocupa la secretaría de estado del Departamento de Medioambiente de Washington. No volverá a salir en toda la novela más que en esa primera y única vez, con motivo de una visita que hace a la fábrica de Bodenland.Pero su descripción me ha resultado el paradigma de esa crítica a la burguesía a la que me refiero. Nada nuevo por otro lado. Lo nuevo sería dar con una novela que exaltase a la burguesía. Por no hablar del deseo sexual que su joven nuera despierta en Bodenland

            Lo que sí es nuevo es la reinterpretación del mito del no muerto. Los vampiros, aquí los voladores, son una suerte de demonios -el debate entre el bien y el mal es otra de las constantes de la pieza- que tienen en Drácula a su cruel caudillo. La especie se remonta a los días de los grandes saurios. De entre estos, algunas especies herbívoras, a las que pastoreaban, fueron su primer alimento. Así pues, los voladores, que tienen su origen 65 millones de años atrás, son una especie anterior a los humanos. No quiero aventurarme a dar fechas, máxime considerando que la ciencia ficción lo es precisamente porque los datos, aparentemente rigurosos o técnicos, basta con que sean verosímiles. Pero, con todas las cautelas que la afirmación requiere, he creído entender que los voladores son anteriores a la formación de la Bahía de Hudson. Aldiss nos los presenta como la evolución de un depredador alado de sangre fría que vivió en las verdes llanuras del mesozoico (pág. 223).

            Tras descubrir que los dos humanoides encontrados en la fosa de las excavaciones no están tan muertos como parecía, Bodenland y Clift acaban yendo a parar al tren del tiempo. Bodenland, creador de una máquina capaz de detener la entropía, también lo será de ese tren prodigioso, que puede viajar a través de los años y las eras. Pero lo será en lo venidero y él lo ignora. No así Drácula quien por eso precisamente, le deja con vida cuando puede matarlo. Gracias a su máquina del tiempo, los voladores viajarán entre las épocas. Drácula intenta razonar con Bodenland. Puesto a dar noticia de ello, el autor lleva a cabo una exaltación del individualismo -"Tuvo que haber una época en que la individualidad apareciese para iluminarlo todo (la individualidad es el rasgo que diferencia a la humanidad incluso de los mamíferos más desarrollados)" (pág. 174)- que aplaudo y comparto.

            En ese mismo trance con Bodenland, Drácula le recordará que fue él, con su magnetismo, en uno de los transportes que procura, quien hizo que se le ofreciese su nuera. Drácula, en fin, convertido en ese seductor, que es en su forma más frecuente en las películas y en las novelas, será quien chupe la sangre a la señora Bodenland. Y no es baladí que ella responda al nombre de Mina. El conde precisa del tren del tiempo para seguir reuniendo a los vampiros de todos los siglos y acabar de una vez por todas con los humanos. Bodenland, quien considera a los voladores "criaturas frustradas, extinguidas de la naturaleza al igual que los grandes herbívoros" no se dejará convencer por el conde (pág.227).

            Desde la nota preliminar, donde se nos habla de una edición de Drácula posterior a la muerte de Stoker, empero firmada por éste, se nos está anticipando que una buena parte de la narración va a tener lugar en los días del autor de Drácula (1897). Como la primera entrega del díptico de Bodenland la tuvo en el verano de Villa Diodati. Ya muerto entre crueles torturas Clift, nuestro protagonista viaja a la Inglaterra victoriana. Renfield, como en la novela original, es un alienado que come insectos en busca de sus pequeñas vidas y espera la llegada de su señor alabándole en la celda del psiquiátrico donde está confinado. El sanatorio es una casa contigua a la de los Stoker y el novelista le visita en busca de datos. En la propuesta de Aldiss, Van Helsing es el médico de Stoker y le está tratando de una sífilis galopante. Muy por el contrario, está completamente solo cuando el vampiro decide darle muerte. Puesto a describir el atuendo del conde en ese momento, el autor escribe la que, a fe mía, es la frase más hermosa de todo el texto: "A veces la muerte llega con aspecto de payaso" (pág. 173).

            Lo que más me ha sorprendido de esta recreación del mundo de Stoker, es que nos presenta al autor de Drácula como todo un lord victoriano. Nunca lo imaginé así. Antes, al contrario, se me antojaba un tipo sin muchos recursos económicos, como tiendo a imaginar a los representantes de actores y a los escritores. Estaba equivocado. Sin duda influido por la antipatía que me inspira el autor de Drácula, nunca me había detenido en una lectura en profundidad de su biografía. Resulta que provenía de una familia burguesa y, más que representante del actor Henry Irving, era su secretario particular y gerente de un teatro de Londres. En fin, el Stoker de Bodenland es todo un gentleman del imperio británico y como tal, un clasista que se niega a que su jardinero, Spinks -quien le acompaña en el viaje en el tren del tiempo que realiza con nuestro protagonista- brinde junto a ellos por la muerte de los voladores. Sutilmente, como son las mejores críticas, Aldiss se muestra igual de escéptico ante los burgueses victorianos que ante los de la Norteamérica finisecular. Pero no le mueve la crítica social. Los suyo es la ciencia ficción y esta es una de las mejores novelas del género que he leído en los últimos años.

            Antes de que eso ocurra, Bodenland habrá de convencer a Stoker de la existencia de los vampiros y de lo necesario que es enmendar su historia desde el comienzo. El capítulo XI me ha llamado la atención por sus elipsis. La narración avanza de forma admirable. De un párrafo a otro se nos lleva a otro lugar y otro momento de un viaje hacia el futuro. Corre el año 2599. Son los días del Imperio del silencio. La humanidad, la que aún no ha sido sojuzgada por los vampiros, se ve reducida a la que vive en el desierto de Libia. Creo entender que, por ser un lugar a fuer de luminoso, menos propicio para los voladores. Más eso tampoco es del todo cierto.

            Sí lo es que el verdadero viaje es el que lleva a Bodenland, su nuera y su hijo, junto a Stoker y su jardinero, al mesozoico. Allí, los humanos harán estallar la bomba F, el mayor de los ingenios atómicos ideados en Estados Unidos en la llanura donde se juntan los voladores y su alimento. Nuestro protagonista está convencido de que la misión ha sido un éxito porque, uno de los accidentes geológicos de la bahía de Hudson de nuestros días, es un efecto de la deflagración que provocaron en su viaje al mesozoico. La bomba F también habría sido la causa de que se extinguiesen los grandes saurios.

 

            Sin embargo, cuando Spink -quien con mucho acierto se quedará a vivir en el siglo XX- recuerda a Bodenland que, a lo largo de su misión se han encontrado con algunos voladores que no padecían la clásica fotofobia, el creador del tren del tiempo admite que pudiera ser que, algunos vampiros, sobreviviesen a la explosión de la bomba F y perdieran el miedo a la luz tras resistir el poderosísimo resplandor que provocó la deflagración. Así pues, volvemos al mismo punto en que nos encontrábamos al principio. Aunque sin Clift, la única víctima de los voladores a la que no se resucita en el último capítulo. Aquí, la fotofobia de los no muertos, tampoco es tanta como cuenta el mito. 

Publicado el 28 de agosto de 2021 a las 07:45.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD