Un Lefranc digno de le Carré
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Lefranc, "El niño Stalin" de Jacques Martin, Régric y Robberecht.
Considerando lo variados que son los avatares de los protagonistas de las grandes series de la bande dessinée, no debería sorprenderme que en El niño Stalin -la entrega de Lefranc del año 2013- este otro gran periodista del cómic belga resulte más próximo a la gente de Smiley, los agentes del Circus -la organización del servicio de inteligencia británico de las novelas de John le Carré-, que de esos grandes reporteros de la viñeta francófona: Ric Hochet Fantasio, también Spirou -tras ascender de su empleo original como botones, al comienzo de la serie, a reportero free lance de las entregas posteriores- y, por encima de todos ellos, el magisterio de Tintín.
En efecto, el infatigable reportero de Le Petit Vingtième también se las vio con esa alegoría del estalinismo, que es la Borduria de Plekszy-Gladz, cuyo parecido con El zar rojo es sobresaliente en la estatua de Szohôd, la capital bordura que se nos muestra en las viñetas de El asunto Tornasol (1956).
Ya puesto a recordar las veces que el Noveno Arte ha aludido al estalinismo sin alegorías ni contemplaciones, me ha venido a la cabeza Partida de caza (1981) de Enki Bilal sobre un guión de Pierre Christin -una de las obras maestras del cómic de los 80- y los Cuadernos ucranianos (2011), del italiano Igort. Los Cuadernos rusos (2014), de este mismo autor, no los he podido leer aún.
De momento, he acabado de dar cuenta de la entrega vigesimocuarta de las aventuras de Lefranc con tanto agrado como sorpresa. Bien es cierto que su asunto -un clon de Stalin- me ha recordado el de Los niños del Brasil (1978), la película de Franklin J Schaffner sobre un clon de Hitler. Pero hasta cierto punto me ha parecido que Thierry Robberecht (guión) y Régric (dibujo) han llevado a cabo un ejercicio de equidad al dotar al único asesino parangonable con el del Reich de los mil años, con un supuesto clon creado por sus fanáticos. Por lo demás, la labor de Jacques Martin -fallecido en 2010- en estas páginas, no va más allá de esa mención a su nombre en la portada, como creador original del personaje que fue.
Ya desde el comienzo, con la desaparición de un eminente genetista soviético recién acaba de mandar a su camarada chofer a comprar vodka para una cena en la dacha, esta historieta parece una novela de le Carré. En sus viñetas, Lefranc forma parte de un grupo de periodistas y escritores occidentales, invitados por las autoridades soviéticas a conocer la URSS. Entre sus compañeros de viaje hay un inglés, que bien podría ser un hombre de Smiley, Byrne, encargado de coger un dosier llamado "Hermanito" que le entrega una científica soviética, Paulina Tikhonov. Un comunista francés que viaja entre los periodistas, Debaussy -espía al servicio de Moscú-, se da cuenta de la operación y pone sobre aviso a la seguridad del estado soviético. Cuando Byrne muere torturado por los estalinistas y Paulina es enviada a Siberia, Lefranc, como era previsible, ocupa su lugar.
El clon de Stalin no es más que un adolescente cuando muere El zar rojo. Aunque ya a punta maneras en la crueldad y perversión del original, el joven muestra una fisura por la que asoma un rastro de humanidad. Y allí está Guy Lefranc para ayudarle en la huida a Occidente.
Capturado por los estalinistas, Lefranc pasará un par de meses en sus prisiones. Al cabo, será liberado en un canje de prisioneros llevado a cabo en un puente entre Potsdam y Berlín. Occidente, a cambio, entregará a Debaussy. Incluso el final es digno de una novela de le Carré.
Una última postilla: Ese fax, del que se habla en la últioma viñeta de la segunda fila de la página 28, es un anacronismo. El fax, tal y como ahora lo conocemos, se popularizó en los años 80, no en los 50 en los que estña ambientada esta historia.
Publicado el 14 de agosto de 2021 a las 01:45.