Nueva comunión con el universo de Blake y Mortimer
Archivado en: Cuaderno de lecturas, las aventuras de Blake y Mortimer, El grito del Moloch
En los seis años que han pasado entre mi lectura de La onda Septimus, en la primavera de 2015, y esta de estos días de El grito del Moloch, he tenido tiempo de descubrir la valía como guionista de Jean Dufaux en una buena parte de la serie Djinn y alguna que otra propuesta. Verbigracia, las aventuras de Lucius Murena, de las que sólo he tenido oportunidad de leer los dos primeros álbumes. Que me hayan sabido a poco es la demostración de que me han interesado de veras. No hay duda de que estamos ante uno de los grandes guionistas de la bande dessinée (BD) de nuestro tiempo.
Belga como Hergé, Jacobs y de Mor. Dufaux -quien salvo error u omisión nunca ha dibujado- es un escritor diverso como el alsaciano Jacques Martin, quien inevitablemente -luego de haber sido el tercero de los grandes discípulos de Hergé- concibió tantas series que acabó dedicándose únicamente a los libretos. Desde que supe que el creador de Alix y Lefranc terminó sus días ciego, tiendo a pensar que Martín pudo haber ido perdiendo la vista paulatinamente, que, a medida que las sombras iban nublando sus ojos, se fue dedicando más a los guiones. Un texto, se puede dictar o grabar en un magnetófono para que alguien lo transcriba. Ese fue, sin ir más lejos, el método de trabajo seguido por Marcel Allain, uno de los creadores de la otrora célebre serie de novelas policiacas de Fantômas. Una ilustración no se puede dictar de ninguna manera.
Pero, de momento, estamos con Dufaux. De todos los álbumes por él escritos que he leído, los que me han calado más hondo son la serie Dixie Road, unas aventuras que nos trasladan, y además brillantemente, a la América de la Gran Depresión, la que John Steinbeck nos describe en Las uvas de la ira (1939). Cuatro álbumes brutales, como sin duda fue la vida de aquellos infelices, "okies" los llamaban, aquellos que recorrían los Estados Unidos de costa a costa en busca de trabajos temporales. En medio de ese mundo despiadado de los parias de la Gran Depresión, la mujer que protagoniza la serie, Dixie Jones, va en busca de su marido.
Como mi descubrimiento de ella fue en la infancia, tiendo a pensar que la actual BD es una lectura infantil y hace décadas que dejó de serlo. Seguramente, de haber considerado estas viñetas como esa lectura de adultos que hoy son, Dixie Road no me hubiera impactado tanto como me satisfizo. No es frecuente ver tanta violencia. Mi siempre admirado John Ford, que retrató ese mismo mundo en Las uvas de la ira -su magistral adaptación de Steinbeck- y en La ruta del tabaco (1941) se muestra mucho más comedido.
Ahora bien, como comunión con uno de los escenarios más frecuentes de la narrativa estadounidense del siglo XX, Dixie road me pareció todo un ejercicio de estilo. Como también lo es, para los grandes autores de la BD actual dibujar una aventura de Blake y Mortimer dentro de esa prolongación de los títulos debidos a Jacobs, los que habrá que ir empezando a considerar los álbumes canónicos. Étienne Schréder ya es todo un veterano en estas lides. Llegó a ella en 2010, colaborando con Antoine Aubin en el entintado de La maldición de los treinta denarios. También con Aubin dibujó La onda septimus mientras que en La vara de Plutarco -aunque no aparece acreditado en la portada- colaboró con André Juillard, sin duda otro de los grandes de la BD.
En esta ocasión, se une al equipo Christian Cailleaux, quien, aunque nuevo en la serie, viene avalado por una publicación en Casterman en 2004, Les imposteurs. Cualquier amante de la BD convendrá conmigo que haber colaborado con la editorial original de las aventuras de Tintín es suficiente para despertar el interés, como poco, de todos los amantes del cómic belga.
Aunque he echado de menos a la señora Benson en las viñetas del apartamento de Park Lane, no se me ha pasado por alto el homenaje a El secreto del espadón, cuya primera edición se subasta en la primera viñeta de la segunda fila de la página 24. En el reencuentro con lady Rowana, ésta se me ha antojado una rubia de Hitchcock -como lo es, en cierto sentido, la señora Clairmont de Las 7 bolas de cristal de Hergé-. Me descubro asimismo ante la expresividad que Cailleaux y Schréder han sabido imprimir al rostro del profesor Scaramian en la última viñeta de la página 11. También quiero hacer notar que Bedlam, que inspiró una de las legendarias producciones de Val Lewton, la dirigida por Mark Robson en 1946 con el nombre de esta institución por título, pasa por ser el primer hospital psiquiátrico del mundo. Una visita obligada en los turistas que pasean por el Támesis.
Por lo demás, igual que para los grandes guionistas y dibujantes de la BD publicar un álbum dentro de la serie de Blake y Mortimer viene a ser algo así como una comunión con el canon, mi lectura de cada nueva entrega es un ejercicio similar: un acto, en cualquier caso, dogmático. No puedo, ni quiero, ser objetivo. El juramento de los cinco lores se me antoja la más floja de las entregas ajenas a Jacobs. Mas, en cualquier caso, leerla también fue un placer. De modo que ahora, la peripecia para salvar Londres de la invasión alienígena de la que el moloch hubiera debido ser el heraldo, cuenta mucho menos que volver a encontrarme con el capitán y el profesor. Rendido admirador de las aventuras de los amigos del Centaur Club, no estoy en condiciones de decir si ésta es buena o aquella es mala. Para mí, siempre son todas una dicha.
Publicado el 25 de julio de 2021 a las 03:15.