Otra lectura de Emilia Pardo Bazán
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Creo que ya he elogiado en estos mismos apuntes, con el debido encomio, la efímera, pero admirable, labor de Celeste Ediciones. Un proyecto que apenas duró unos años entre el fin de siglo y los albores del nuevo milenio, pero bastaron para legar a la posteridad un fondo sobresaliente, especialmente atento a la novela gótica y al cuento de miedo. Aún recuerdo su colección Minúscula, cuyo número 14 fue este Belcebú de Emilia Pardo Bazán, que hoy traigo. Publicado originalmente en el Madrid de 1912 -creo entender que dentro de una reunión de novelas cortas que tituló Cuentos Trágicos-, el colofón de esta edición mía, que en tan alta estima tengo, está fechado el 18 de marzo de 2000. Yo la leí con sumo agrado el mes de agosto de ese mismo año. Una vez más, lo que sigue son las notas que tomé entonces:
Paseando por los alrededores de un lúgubre edificio, un arqueólogo del lugar refiere a la autora que dicho inmueble acogió en tiempos un tribunal del Santo Oficio. Aguzada su curiosidad, doña Emilia urge a su interlocutor para que le refiera la historia del inmueble. Se abre entonces el flash-back en el que se desarrollará toda la narración.
"Sepa que la historia empieza exactamente el 28 de febrero de 1689", comienza al punto el erudito (pág.14). Parece ser que fue en ese año cuando la reina, María Luisa de Orleans, murió envenenada por las pócimas de una cortesana italiana, Olimpia Mancini.
Dos semanas después llega a la localidad gallega de Estela, Rolando, un enigmático italiano, quien se presenta en la residencia del conde de Landoira, señor del mayorazgo.
El recién llegado no tarda en ganarse a todo el pueblo a excepción del inquisidor, fray Diego de las Llagas. En contra de lo que se pueda pensar, este último es un hombre bondadoso, "opuesto a toda crueldad inútil, y que disputaba a la justicia secular su presa, liberando de la hoguera a los que sólo habían pecado de ignorancia" (pág. 19).
El inquisidor -amén de uno de los más singulares miembros del Santo Oficio de toda la historia de la literatura- también es el cura de la casa Landoira. En este segundo empleo, no tarda en apreciar la subrepticia influencia que Rolando comienza a ejercer en todos, así como el parecido que el extranjero guarda con una efigie que se retuerce a los pies de una imagen de San Miguel, integrante de una pintura sita en una iglesia del lugar. Asímismo, el religioso percibirá una atracción naciente entre Columba -la hija del conde- y el italiano, con lo que exhortará a los padres de la muchacha para que la envíen a un colegio de señoritas.
Dos o tres años después de la partida del mayorazgo de la doncella, tiempo que lleva al fraile a un largo viaje, las costumbres se relajan en Landoira. Donde hubo recato, ahora hay disipación. La autoridad del conde pasa a manos de la condesa y ésta está totalmente dominada por Ronaldo.
Cuando el inquisidor regresa, el señor ha muerto y en sus antiguos dominios se celebran misas negras. Avisado el Santo Oficio de que allí se invoca al Maligno, que se dio muerte al conde por medio de hechicerías, los tribunales eclesiásticos entran en acción. Detenido Rolando es sometido a torturas -uno de los pasajes más interesantes del relato- en el mismo edificio que ha suscitado la narración.
Altivo e irreductible, durante los tormentos -en los que fray Diego, según confiesa él mismo tiene menos aguante que el diabólico italiano- anuncia que jamás podrán acabar con la influencia que ejerce sobre Columba. Cuando uno de los inquisidores -el maestrescuela- condena a la hoguera a Rolando, este vaticina que con ello no podrán impedir las catástrofes a las que el hechicero ha condenado a España.
Comprendiendo que enviar a la hoguera al italiano sería contraproducente, ya que el vulgo daría pábulo al caso, los inquisidores deciden seguir el ejemplo de Madrid y Versalles -donde también han muerto príncipes y reinas envenenados- y echar tierra sobre el asunto. Así, se condena a Ronaldo al confinamiento de por vida en una mazmorra del sórdido edificio que nos ocupa.
Respecto a la influencia que pese a ello sigue ejerciendo sobre Columba, fray Diego descubre que Ronaldo se vale para tal fin de la efigie de la estatua de San Miguel, con lo que decide destruirla, liberando así a la muchacha de su yugo sobrenatural.
Enmarcada en todo ese costumbrismo tenebroso gallego, tal vez sea ésta la pieza que menos me ha interesado de las tres de doña Emilia que he tenido oportunidad de leer. Sin que ello quiera decir que se me ha hecho un texto pesado u algo por el estilo. Todo lo contrario.
Publicado el 28 de mayo de 2021 a las 19:00.