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Que la tierra le sea leve a Monte Hellman

Archivado en: Inéditos cine, Que la tierra le sea leve, Monte Hellman

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Ahora, que hace de todo esto medio siglo, los óbitos de sus responsables y sus protagonistas, de un tiempo a esta parte, me han llevado a escribir sobre Easy Rider (Dennis Hopper, 1969) en más de una ocasión. Siempre he mantenido que la gran road movie de hippies es Two-Lane Blacktop (1971), y hoy, muerto esta semana Monte Hellman, su realizador, a consecuencia de una caída en su domicilio a la edad de noventa y un años, vengo a ratificarme en esa idea.

Aún recuerdo mi primer visionado de Carretera asfaltada en dos direcciones -como se tradujo aquí el título original, también con mucho más acierto que ese Buscando mi destino que se enjaretó a Easy Rider- en los queridísimos cines Alphaville, de la madrileña calle de Martín de los Heros. Y me acuerdo de un freak -un hippie urbano de mi ciudad, aunque parecía Thijs van Leer, el flautista de la banda holandesa Focus, interpretando el Hocus Pocus en un concierto en la legendaria plaza Dam de la mítica Amsterdam- levantándose de su butaca tarareando el On the Road Again de Canned Heat. Con muy buen criterio, los responsables del cine -siempre acertaban- habían puesto de música de sala el Boogie with Canned Heat, uno de los álbumes más conocidos de la legendaria banda de blues estadounidense

En cuanto al score del filme propiamente dicho -integrado, entre otros, por Kris Kristofferson (Me and Bobby McGee), Chuck Berry (Maybeline) y Arlo Guthrie (Stealin')- tampoco iba a la zaga del de Easy Rider. Protagonizada por James Taylor -cuya versión de You've Got a Friend hacía furor entonces-, Dennis Wilson -batería de The Beach Boys y coprotagonista- también estaba muy en la honda de todo aquello. Por no hablar de Laurie Bird, la chica que, con esa indolencia tan característica de los hippies, se subía al coche de los protagonistas: dos tipos sin nombre que recorrían Estados Unidos participando en carreras ilegales por las distintas carreteras. Al otro lado de la cámara, Laurie era fotógrafa y toda una musa del underground neoyorquino. Futura novia de Art Garfunkel, en 1983 decidió quitarse la vida sin dejar dicho el motivo.

Ahora, que toda esa mitología parece haber quedado en un periodo de mi pasado que, aludiendo a un título de los Burning, conservo bajo el epígrafe de "Recuerdos del pelo largo", llegado el momento de hacer el recuento de la obra de Hellman, de todas las cintas de aquel capítulo, de todas las películas de hippies, no sólo las road movies, la mejor, a mí se me sigue antojando Carretera asfaltada en dos direcciones. Por encima incluso de Alice's Restaurant, una comedia que Arthur Penn estrenó ese mismo año 69 sobre una canción, del ya citado Arlo Guthrie, en la que hablaba de la suerte que corrió cuando evitó el reclutamiento.

Fue tan grato mi descubrimiento del gran Monte Hellman que, desde entonces, forma parte de mi panteón particular de cineastas. En aquellos cinestudios, en los que se reconvirtieron algunas viejas salas de sesión continua madrileñas, a finales de los 70 di buena cuenta de los dos espléndidos y extraños westerns que Monte rodó con anterioridad a Two-Lane Blacktop: A través del huracán y El tiroteo, ambos del año 66 y con Jack Nicholson y la maravillosa Millie Perkins entre sus protagonistas. Naturalmente los he revisado varias veces, pero aún no he acabado de dilucidar si encuadrarlos entre los westerns crepusculares o entre los neowesterns.

Sí que tengo claro que Hellman fue uno de los más aplicados acólitos del gran Roger Corman, el rey Midas del cine barato, el gran maese de la serie B, como demuestra el número de técnicos y actores formados bajo sus auspicios. Si hablamos de la pantalla comercial, desde Coppola hasta Scorsese, pasando por Peter Bogdanovich, Jonathan Demme, James Cameron. Si hablamos de la pantalla independiente, el Dennis Hooper realizador, John Sayles...

Mi caro Monte colaboró con Corman como montador de Los ángeles del infierno (1965). También dirigió algunas secuencias de El monstruo del mar encantado (1961). Incluso cuando se empleó como director de la segunda unidad, lo hizo en cintas que me son de sumo agrado: Uno rojo: división de choque (Samuel Fuller, 1980), Robocop (Paul Verhoeven, 1987). Como también lo es el western que rodó en España, Clayton Drumm (1978). En ese rodaje tuvo como actor al gran Sam Peckinpah, de cuyo universo siempre estuvo próximo. De hecho, hay un nexo incontestable entre ambos cineastas: Warren Oates, uno de los mejores intérpretes, y de los más frecuentes, del cine de uno y otro.

Quiso el destino que hace treinta y tres años el último cortometraje que rodé, El gran amor de Max Coyote estuviese protagonizado por Charly Bravo, compañero de Oates en el reparto de Clayton Drumm. Consciente de mi interés por todo ese universo de Hellman, de Peckinpah y de Oates, Charly me regaló las que dijo habían sido las botas de Warren en el rodaje en que coincidieron. Durante un par de años, las conservé debidamente en una vitrina de mi casa, entre otros objetos de valor. Cuando me casé, mi esposa me dijo que tirase "esa porquería" y tampoco iba a ponerme a discutir con ella por eso.

Y, como siempre, pasó el tiempo. Ya en edición digital, me hice con el primer título del finado, La bestia de la cueva maldita (1959), producción de Corman por cierto, y volvió a ser un descubrimiento. En los años que frecuenté la Filmoteca, dedicaron a Hellman un ciclo, que, como solía hacer con todos los realizadores de mi panteón cinéfilo, aproveché para completar su filmografía. Fue entonces, ya en este infausto siglo, cuando visioné por primera vez Gallos de pelea (1974), otro de sus títulos fundamentales.

Ya va a hacer un año que escribo sobre malditos, heterodoxos y alucinados de la pantalla en Zenda Libros. Llevaba unas semanas dándole vueltas a cómo introducir a Monte Helman entre ellos. Al final ha sido su muerte la que me ha proporcionado una disculpa para dedicarle aquí estás líneas de agradecimiento a los buenos ratos que me ha hecho pasar su cine desde los días del pelo largo. Que la tierra le sea leve al gran Monte Hellman.

 

Publicado el 23 de abril de 2021 a las 01:00.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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