Una lectura elevada (I)
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Heródoto, Los nueve libros de la historia
Tengo entendido que en la Grecia de este infausto siglo XXI, los padres siguen poniendo a sus hijos nombres de la Grecia clásica (499-336 a. e. c.) para asociarlos así al antiguo esplendor de su país. Naturalmente, ellos lo mitifican aún más que el resto de los europeos y, por ende, los americanos. Descendientes al cabo de los europeos que -sin entrar en consideraciones sobre las culturas autóctonas de los amerindios, tan respetables como las del resto del mundo, fueron atropelladas, igual que todas ellas, cuando Europa inició su expansionismo en el siglo XV-, los americanos oriundos del Viejo Continente hicieron de América una nueva Europa, el Nuevo Mundo que, en líneas generales, sigue siendo la América de nuestros días. En fin, que en las cátedras estadounidenses el Siglo de Pericles, la Grecia clásica por excelencia, será mitificado tanto como en las inglesas, francesas o españolas.
Pero supongo que los jóvenes chinos o japoneses no lo estudiarán con tanto entusiasmo. Y sin irnos al Lejano Oriente, en el Oriente Próximo, seguro que, en Turquía, que tanta historia comparte con la Grecia clásica, tampoco lo estudiarán como se hace en el Viejo Continente. Sin ir más lejos, la mítica Troya contra la que luchó la coalición griega liderada por Agamenón tras el rapto de Helena, se encontraba en la Península de Anatolia. También fue allí, en su costa occidental, la de las ciudades-estado griegas, donde se inició la filosofía presocrática, que es como decir la filosofía occidental. Más aún, la civilización de este lado del mundo.
A comienzos del siglo XX, cuando del antiguo imperio otomano nació la nueva Turquía, Anatolia fue origen de una cruenta disputa entre esa nueva Turquía y Grecia. Los griegos de esa diáspora, a la que se refiere Elia Kazan en América, América (1963) -a fe mía su mejor cinta-, son los de Anatolia. Para ellos, está Península es algo así como el monte Ararat para los armenios. Sin embargo, por ésta y otras viejas pendencias, tampoco creo que los estudiantes turcos acometan el Siglo de Pericles como ese pórtico, que en muchos aspectos es, de la cultura occidental.
Es tan alto el pedestal en que se tiene a la Grecia clásica en Europa que hace poco, leyendo acerca de un sabio español del siglo XX, se decía que lo era tanto que traducía a Aristóteles sin diccionario. Eso precisamente, en las traducciones del griego clásico, más incluso que con el estudio de su filosofía -aunque también con ésta-, fue en lo que topé yo en los últimos cursos del bachillerato.
Hasta que, confundiendo mi cinefilia con el oficio de técnico de cine me dio por emplearme como auxiliar de montaje, estudié todo lo que me vino en gana. Pero siempre me he considerado un autodidacta porque todo, absolutamente todo lo que sé -"Sólo sé que no sé nada", ya que hablamos de la Grecia clásica, sírvame la petulancia para citar el dicho atribuido a la evocación por Platón de Sócrates-, lo he aprendido en mis lecturas, nunca con los profesores. A excepción de la Historia -que jamás suspendí en el bachillerato y me gusta tanto como la literatura porque me enamoré perdidamente de la profesora que me la enseñó en tercero-, ni siquiera mi madre -que se dejó la voz iniciando a niños en la lengua de Shakespeare durante veintitrés años, para que yo pudiera estar siempre leyendo-, consiguió enseñarme inglés. El genitivo sajón y poco más. Acabé por aprender el idioma del rock & roll escuchándolo y viendo películas en versión original.
Lo que aún no he acabado por aprender es todo lo que me gustaría saber sobre la Grecia clásica. La civilización micénica (1600-1200 a. e. c.), la Edad Oscura (1200-1100 a. e. c.), la Arcaica (siglos VIII a VI a. e. c.). Incluso la sucesora a la clásica, la Época Helenística (siglo V y IV a. e. c.) ya me interesa mucho menos. Pero del Siglo de Pericles, exceptuando el teatro, que como buen cinéfilo se me queda tan lejano como la escena española del Siglo de Oro o el teatro del absurdo, de mi amado siglo XX, de la Grecia clásica me interesa casi todo. En el bachillerato, aprendí poco más que la imperfección de la democracia ateniense. Empero Pericles, el noventa por ciento de la población era esclava.
Ya entonces era consciente de que la cultura es la única emancipación del ser humano, lo que en verdad le diferencia de las bestias. Mientras, la política -por poner un ejemplo- invariablemente le conduce hacia el abismo. El abismo de guerras mucho menos románticas que la de Troya (fechada por Heródoto en el 1250 a. e. c.). Verbigracia, la que enfrentó a Grecia contra Turquía entre 1919 y 1922, que acabó con la vida del veinte por ciento de la población masculina de Anatolia.
Ya entonces, es decir, cuando yo suspendía griego en el bachillerato, a sabiendas de que el origen de la cultura en la que había nacido y los libros que tanto me interesaban tenían su origen en la Grecia clásica, hubiera empezado a leer sobre ese pórtico a la cultura occidental que, empero la imperfección de su democracia fue la Atenas de Pericles. Pero, con toda sinceridad, debo confesar que me daba miedo. Son autores y textos tan elevados que asustan al lego en ellos.
(continúa en el asiento del 28 de abril del 21)
Publicado el 16 de abril de 2021 a las 05:45.