Un gran thriller de Lefranc
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Lefranc, "La cripta", de Jacques Martin y Gilles Chaillet.
Individualista nato, desde que me recuerdo siempre he rechazado a la grey, fuera cual fuese ésta. Uno de los pocos valores grupales que asumo con cariño es el de haber pertenecido a la última generación de niños que jugó en las calles de Madrid, que también fue una de las últimas que tuvo en los tebeos -cuando todavía no se les llamaba "cómics"- el arranque de su experiencia lectora.
Supongo que ésa ha de ser la causa de que argumentos de la enjundia del de La cripta se me antojen más próximos a un thriller de Dan Brown que a las queridas viñetas. En estas que hoy me ocupan se trata de la codicia de unos promotores inmobiliarios sin escrúpulos que pretenden agrandar San Larco -ciudad estado de una supuesta república mediterránea a la que da nombre-, hasta convertirlo en todo un puerto deportivo, parangonable con los mejores de la Riviera italiana. Puestos a ello, corrompen al gobierno local y pretenden arramblar con una cripta gótica, descubierta en una gruta durante unas excavaciones. Capitaneados por un magnate llamado Arnold Fisher, no dudan en matar a cuantos se oponen a la empresa.
Soy consciente de que asociar los tebeos a argumentos sencillos hasta la simpleza es condenarlos al infantilismo que les atribuyen indefectiblemente quienes no ven en ellos más allá de la jovialidad, común a casi todos sus dibujos. Es más, supongo que el mismo género tendía a considerarse infantil cuando, siendo yo ya uno de sus más ávidos lectores, hizo suyo el anglicismo que dio origen a la voz "cómic", con la que se dio al género cierta enjundia. Ya en épocas mucho más recientes, arrastrando aún el viejo complejo, con ese afán de madurez -que por otro lado no le hace ninguna falta- tiende a autodenominarse "novela gráfica".
Pues bien, La cripta, novena aventura de Lefranc, con una edición príncipe fechada en 1984, es una novela gráfica parangonable argumentalmente con cualquier historia de corrupción urbanística. Sin embargo, la enjundia en la Línea Clara -de la que también es ejemplo el álbum que hoy me trae aquí-, como poco, se remonta a 1934, a la aparición seriada en Le Petit Vingtième de El loto azul. Sí señor, el gran Hergé también fue el precursor de los tebeos con argumentos graves y de calado. De hecho, en la cuarta aventura de Tintín, se convirtió en uno de los primeros autores occidentales -quizás el primero- en denunciar, con una audacia sin precedentes, la invasión japonesa de China (1932). Tema, huelga decirlo, muy poco infantil.
Pero la novena entrega de Lefranc, quien en esta relectura de sus diez primeros títulos se me antoja el mayor discípulo de Tintín en toda la bande dessinee, se encuentra más en la estela del escepticismo de Tintín y los Pícaros (1976), donde los dictadores latinoamericanos como el general Tapioca, resultan ser tan infaustos como todos los guerrilleros de aquel continente, sintetizados por Hergé en los pícaros del general Alcázar.
Decididamente, La cripta es un álbum más de guión que de dibujo y el gran Jacques Martin es su guionista, sin querer menoscabar con ello en modo alguno las excelentes ilustraciones de Gilles Chaillet. A mi juicio, el mejor cómic de asunto político que ha dado la Línea Clara es Partida de caza (1983), del serbio Enki Bilal. Pero en los años 80, ¡afortunadamente!, lo más común era el desdén y la indiferencia ante las cuestiones políticas. Me figuro que ese debe de ser uno de los motivos de que Martin presente un caso de corrupción urbanística, antes que algo más dado a los matices políticos, como las similitudes entre los dictadores y los guerrilleros del gran Hergé. Aun así, he creído apreciar ciertas referencias a las prácticas de la última dictadura militar argentina en esos infelices, testigos de los tejemanejes de Arnold Fisher, que un avión arroja al mar y Borg fotografía, desde su yate, al caer.
Si en Tintín y los Pícaros el infatigable reportero de Le Petit Vingtième se ha adaptado a los nuevos tiempos, cambiando sus bombachos por unos pantalones campana, haciendo yoga y luciendo en el casco de su moto el signo de la paz, en La cripta, Lefranc cambia a Jeanjean -su joven acólito en tantas aventuras- por Julia Manfredi. Hija de uno de los primeros asesinados, será su cicerone en la pequeña república y en su corrupción. Y será con ella, con su topless de las cuatro primeras viñetas de la página 43 para ser exactos, con la que Martin hará una sutil referencia a ese machismo de la policía, del que se quejan algunas mujeres cuando van a denunciar delitos de índole sexual.
Y qué decir de Axel Borg, el eterno antagonista de Lefranc que, una vez más, vuelve a ser su mejor aliado. En uno de los asientos anteriores le he definido como un discípulo del doctor Müller de las aventuras de Tintín. Pero hay algo en la noble rivalidad que le une a ese segundo gran periodista de la Línea Clara que es Lefranc, y es una impronta genuina de Jacques Martin. En más de una ocasión, Borg antepone la integridad de nuestro héroe a sus intereses criminales. Aquí traiciona a Fisher para salvarle la vida al reportero y a Julia, con lo que viene a demostrar lo poco maniqueo que es Martin.
Por lo demás, el único personaje de la galería habitual de secundarios de la serie con el que nos es dado el reencuentro es el comisario Renard. Pero en esta ocasión, su papel es poco más que figurativo. Incluso se diría que está ahí para confirmarnos que Lefranc, aunque ya no sea esa lectura juvenil de sus primeras entregas, sigue siendo el mismo más de treinta años después de haber comenzado la publicación seriada de su primera aventura, La amenaza, en el semanario Tintín. Por lo demás, el comisario muere en acto de servicio.
Eso fue en 1952. En álbum apareció en el 54 y las primeras traducciones españolas fueron comercializadas por Ediciones Junior, de Grijalbo, en los años 80. Yo las compraba en El aventurero, una librería de los primeros números de la calle Toledo que me encantaba, y en la sección de libros de Galerías Preciados. Tampoco queda nada de estos sitios. Sólo mis ejemplares de las aventuras de Lefranc que, como las aventuras de Tintín, también son una lectura para jóvenes de siete a setenta y siete años.
Publicado el 15 de enero de 2021 a las 16:45.