Que la tierra le sea leve a Kim Ki-duk
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Puedo jactarme de haberme entusiasmado con el cine surcoreano, así, en su conjunto, mucho antes del éxito que conoció en la cartelera internacional Parásitos (Bong Joon Ho, 2019) la temporada pasada. Aunque tampoco fui de los primeros en rendirme a la que, a mi juicio, en líneas generales, hoy por hoy, es la filmografía prominente del panorama internacional.
El propio Bong Joon Ho fue uno de los realizadores que me descubrieron la excelencia del cine de su país en cintas como Perro ladrador, poco mordedor (2000), Crónica de un asesino en serie (2003), The Host (2006), Mother (2009) o Snowpiercer (2013). Tengo a The Host como a una de las mejores películas de terror que ha dado el siglo XXI. Crónica de un asesino en serie y Mother son otro tanto en lo que al policiaco se refiere.
Ambientada en un futuro apocalíptico, basada en una novela gráfica francesa -Le Transperceneige (Jacques Lob, Jean Marc Rosette, Benjamin Legrand, 1982-2000)-, Snowpiercer o Rompenieves es una coproducción con Estados Unidos que se antoja como un intento de occidentalización de la mirada de Bong Joon Ho, que, como la de todos los grandes autores, apunta maneras tan universales -la brutalidad policial, el miedo a las cloacas y a sus monstruos, la fascinación por las nuevas tecnologías- como castizas: la cortesía de los personajes, con sus saludos juntando las manos e inclinando la cabeza, su protocolo y su forma de sentarse a la mesa... En cualquier caso, en el reparto de Snowpiercer abundan actores anglosajones: Tilda Swinton, Ed Harris, John Hurt... En fin, que me parece la menos coreana de las cintas de su autor.
La dificultad que entraña el coreano para los hispanoparlantes hace que, con frecuencia, estas películas sean conocidas en nuestra cartelera por su título inglés. Como si no bastase con la romanización del original coreano. Cierto escritor, cuyo nombre omito deliberadamente, aseguraba haber aprendido alemán para leer en su propia lengua a Goethe. Habida cuenta de su excelencia, el cine surcoreano merecería un esfuerzo semejante por parte de los espectadores tan entusiastas de esta pantalla como yo. Mucho me temo que serán pocos los que se decidan a hacerlo. Desgraciadamente, yo no contaré entre ellos. Pero Lee Chang-dong me dejó maravillado con esa mirada a la historia surcoreana en las dos décadas que se fueron entre 1979 y 1999 a través de la vida de Yongho (Kyung-gu Sol). Y además del fondo me gustó la forma, Lee Chang-dong abre un flashback tras el suicidio de Yongho en la primera secuencia y dentro de él desarrolla todo el asunto.
The Yellow Sea (Na Hong-jin, 2010) es un filme noir localizado en la frontera que separa Rusia de Corea del Norte. Como ya apunté en una entrada anterior de esta misma bitácora, sigue siendo una de las mejores cintas en su género. Fue además la que me descubrió la dinámica de las peleas en la pantalla surcoreana, que a la larga me parece tan fabulosa como la de las películas de artes marciales de Hong Kong de los años 70.
Pero hoy vengo a hablar de Kim Ki-Duk, fallecido recientemente, a consecuencia del COVID 19, en Riga (Letonia), donde preparaba su nueva película. Tengo la sensación de que esa eclosión del cine surcoreano a la que asistimos arranca con el aplauso internacional obtenido por Oldboy (2003) de Par Chan-wook, hoy en día el más occidentalizado de todos los realizadores de aquellas latitudes. Aquella historia, de un tipo que se veía secuestrado durante quince años sin llegar a saber en ningún momento de su cautiverio quién o por qué le habían encerrado, abrió un camino con dirección a las salas occidentales. Kim Ki-duk transitó por él con Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera (2003). Totalmente alejada de la violencia habitual de aquel heraldo de la pantalla de su país -si se me permite llamar así a Par Chan-wook-, esta de Kim Ki-duk fue la historia de un muchacho, lego en el budismo, y las enseñanzas que le imparte un monje. Confinados los dos en un lago de las montañas de Corea, la película que hizo entrar al finado en la cartelera comercial, entre los grandes de la eclosión de la pantalla de su país, no le representa. Es una cinta hermosa, tan potente como el noventa por ciento de la producción surcoreana. Pero el verdadero Kim Ki-duk -quien, por cierto, incorpora al religioso en una de las edades en que nos lo muestra-, a fin de cuentas, es ese autor que tiene dos de sus principales parámetros en el sexo -casi siempre mercenario- y la violencia. Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera es algo así como La edad de la inocencia (1993), al Martin Scorsese de los mafiosos y los malotes.
A mí, el Kim Ki-duk que me conmueve es el de Bad Guy (2001). Vayan unas líneas sobre su asunto: Han-ki (Jae-Hyun Cho), es un violento proxeneta que, al comienzo del filme, se cruza en un parque con una colegiala y se queda prendado de ella. Naturalmente, Sun-hwa (Won Seo), la muchacha le rechaza. Unos días después, Han-ki le tiende una trampa por la que Sun-hwa acabará contrayendo una deuda que sólo podrá pagar prostituyéndose. Nada que ver con las enseñanzas del monje y el lego. Pero la escabrosidad de los sentimientos que retrata -Han-ki está tan enamorado de Sun-hwa que acaba liberándola y ella, que también ha acabado por quererle, decide seguir prostituyéndose para permanecer a su lado- nos demuestra que Kim Ki-duk no es un mero fotógrafo de peleas coreografiadas y de desnudos de actrices. Todo lo contrario. La violencia de este realizador es de las más reales que he tenido oportunidad de ver en la pantalla surcoreana. En Bad Guy no hay peleas fabulosas, como las que libra Dae-Su Oh en Oldboy contra todos los villanos. En cuanto al sexo, tampoco ha de malentendérseme, Kim Ki-duk no gusta de recrearse en mostrarnos las intimidades de las actrices. Y eso que, también así, en su conjunto, como su cine, las intérpretes coreanas destacan entre las más encantadoras del actual panorama. Ya que he tomado a Par Chan-wook como ejemplo para mis comparaciones, el de Kim Ki-duk no es el caso de aquel heraldo de la pantalla surcoreana en La doncella (2016), toda una delicia, pero, en lo que a los desnudos de sus actrices se refiere, más próxima al softcore europeo de los años 70 que al habitual comedimiento sobre el particular de las producciones que nos ocupan.
Algunos de los comentaristas de la filmografía de Kim Ki-duk cifran su interés por la violencia en su paso por la infantería de marina de su país. Quienes tuvieron oportunidad de verle personalmente en los festivales europeos en los que solía presentar sus realizaciones -Venecia le distinguió en once ocasiones; Cannes, en una- le describen como un tipo duro. Dan por sentado que su fortaleza se debe a su paso por la infantería de marina de su país. Tanto como que el tiempo que pasó como acólito en un templo budista fue el origen de Primavera, verano, otoño...
A mí me interesan mucho más otros datos de su biografía. Nació en 1960, en una pequeña población (Bonghwa) de Gyeongsang del Norte, una de las nueve provincias surcoreanas. Ya en Seúl, ese Seúl que me tiene fascinado merced a la mirada de sus cineastas, Kim Ki-duk se empleó como obrero antes de alistarse. Licenciado tras un servicio de cinco años, decidió retomar una antigua vocación pictórica y se instaló en París. Fue en la capital francesa donde entró por primera vez en una sala de cine. Ese es el dato que a mí me llama la atención. Como Paul Schrader -porque por motivos religiosos se los prohibían sus padres- y Werner Herzog -por criarse en el campo-, el cineasta coreano creció sin ver una sola película. Quiere esto decir que, no sólo no fue un cinéfilo, tampoco un mero espectador ocasional. Cuestionado al respecto aseguraba que, de todas las cintas que vio en su experiencia parisina, las que más le impresionaron fueron Los amantes de Pont Neuf (1991), la brutal historia de amor de Léox Carax, y El silencio de los corderos, el thriller no menos cruel que Jonathan Demme estrenó ese mismo año. A excepción de Primavera, verano, otoño... todo el cine de Kim Ki-duk que he tenido oportunidad de ver -Hierro 3 (2004), Samaritian Girl (2004), Time (2006) y Dream (2008)-, de una u otra manera, puede considerarse en la estela de una de estas dos cintas.
Así, los amantes de Hierro 3, guardan no pocas concomitancias con los protagonistas de Carax. Cada pareja a su modo, las dos son claramente marginales. Tae-suk (Jae Hee), el protagonista de Hierro 3 es un sujeto que se instala en las casas ajenas mientras sus ocupantes están fuera. Aunque el título alude al palo de jugar al golf que roba en una de ellas, el tipo no suele ser un ladrón. Muy por el contrario, a cambio del allanamiento, suele hacer la colada o arreglar las averías que encuentra. En una de las viviendas que ocupa, es descubierto por Sun-hwa (Lee Seung Yeon). No sé si coincide en el nombre con la protagonista de Bad Guy o si "Sun-hwa", como aparece acreditado el personae en los repartos, quiere decir "la chica" o algo parecido. Mi absoluta ignorancia del coreano es un problema. Lo que sí tengo claro es que esta Sun-hwa es una mujer maltratada por su acaudalado marido, a quien decide abandonar para escaparse con el intruso y unir su destino a él en las casas ajenas. En efecto, por más vueltas que le doy, hay algo en el destino de la pareja de Kim Ki-duk que me recuerda a Alex (Denis Lavant) y Michèle (Juliette Binoche), la pareja de vagabundos de Carax.
Otra de las cosas que más me fascinan de este gran cineasta coreano que se ha llevado el coronavirus, es la hermenéutica de las fotografías fijas que tan a menudo retrata. En Bad Guy, los rostros recortados de la copia rota que aquella Sun-hwa encuentra entre la arena de la playa, nos demostrarán que el destino de la pareja ya estaba escrito de forma indeleble. En Time -la historia de una novia que decide hacerse una cara nueva convencida de que su novio está cansado de la que tiene-, las fotos del parque de las esculturas también son un presagio. Algo muy distinto, pero también importante sobre su pasado como modelo, vienen a decirnos los retratos de la Sun-hwa de Hierro 3.
Estimo la omnipresencia de la tecnología en su universo y esa idea de Time, que nos recuerda que con el devenir del tiempo todo cambia. Desgraciadamente, el coronavirus nos ha privado de uno de los cineastas más sugerentes de la pantalla coreana actual: Kim Ki-duk. Que la tierra le sea leve.
Publicado el 17 de diciembre de 2020 a las 05:45.