Las memorias de John Dos Passos (I)
Archivado en: Cuaderno de lecturas, "Años inolvidables", de John Dos Passos.
Dos Passos -primero por la izquierda- y Hemingway -primero por la derecha- en el Madrid de 1937.
Ya atesoraba Años inolvidables (1966) en 1989 -mi edición es la impresa por Seix Barral en el 84-, cuando me decidí por Manhattan Transfer (1925). Además, por aquel entonces ya era un ávido lector de memorias. Empecé a serlo en el 87, tras dar cuenta de las de Raoul Walsh, La vida de un hombre (1974), entusiasmado. Sin embargo, algo tan peregrino como la secuencia de una película que nunca me ha interesado -Armas de mujer (Mike Nichols, 1988)-, protagonizada por una actriz que jamás me ha llamado la atención -Melanie Griffith- influyó de un modo determinante para que leyese por primera vez a Dos Passos en su primer experimento con las estructuras narrativas. Como el propio título sugiere, en las páginas de Manhattan Transfer, Nueva York, el conglomerado urbano de Manhattan, es concebido como un lugar de transbordo, como una estación de paso del variado paisanaje de la ciudad.
Supe por primera vez del transbordador a Manhattan -el South Ferry- en esa secuencia de Armas de mujer en la que Tess McGill -el personaje de Melanie Griffith- lo toma para ir a medrar en su trabajo y poco después ese detalle me decidió. Fue un impulso espurio. En aquellos días -y no digamos en las noches- yo estaba siempre volado, como decían en las traducciones argentinas de Jack Kerouac de mi juventud. En ese estado, el esfuerzo que me constaba la concentración precisa para dar cuenta de una historia coral -coro que representa a un segmento considerable del paisanaje de Nueva York, demasiado numeroso en cualquier caso para alguien como yo entonces, que iba en busca del colocón definitivo- hizo que no disfrutase de mi descubrimiento de John Dos Passos. Ha sido ahora, con los sesenta años -ya vivido y aún más propenso a las memorias- cuando he disfrutado de la lectura de este autor, uno de los grandes de la literatura estadounidense del pasado siglo, como hacía tiempo no disfrutaba de ningún otro.
Los caminos de Dios serán inescrutables, a los de mis lecturas les basta con ser pintorescos. De un tiempo a esta parte empiezo a estar cansado de la omnipresencia de Hemingway en la novelística del pasado siglo, en la diáspora parisina de la Generación perdida estadounidense, en la Guerra Civil española, en las crónicas de los sanfermines, en La Habana y su Bodeguita del Medio... Salvo aquel gran cazador blanco en el África subsahariana, que también fue, aunque parece haber dejado de ostentar semejante dignidad por lo políticamente incorrecta que resulta en nuestros días, la de Hemingway parece una figura incuestionable desde cualquier punto de vista. Sin embargo, yo empiezo a ver varias fisuras. Sin ir más lejos, empiezo a poner en duda su compromiso con la II República. Es más, me inclino a pensar, como ya han manifestado algunas voces, que fue un quintacolumnista empero su aparente apoyo al estalinismo en 1937, justo el año que empezaba a enseñorearse de la dichosa República, expreso en aspectos mucho más sombríos que su aportación al cortometraje de Joris Ivens Tierra de España (1937). A este respecto, seguro que significa algo que su única obra de teatro, titulada precisamente La quinta columna, fuese escrita en el Madrid sitiado y bombardeado de aquel año, el mismo en que la represión comunista al movimiento libertario en Barcelona ponía fin al anarquismo que había frenado en un primer momento a los sublevados y el infausto Juan Negrín se convertía en un títere de la URSS. Pero todavía es más revelador -aunque desconcertante habida cuenta de ese sobresaliente apoyo al estalinismo- que el infatigable Hemingway volviese a los sanfermines en 1953, en pleno franquismo, con el beneplácito de las autoridades y el aplauso que ya le dispensaba la población cuanto entraba en los bares de Pamplona.
En cualquier caso, Hemingway, además de ese primer traficante de la literatura que fue[1], merced a su constante exhibición de vigor, arrojo, valentía y demás cualidades -hoy casi todas en cuestión-, a mí me parece un verdadero fantasmón; todo un exhibicionista desde que llevaba la ambulancia en la Gran Guerra hasta que se pegó ese tiro, con el que puso fin a su vida siguiendo toda una tradición familiar.
John Dos Passos fue uno de sus grandes amigos. Acaso el colega que más le apreció. Su primera esposa, Katy, era una amiga de Hemingway desde niña. La amistad entre el autor de ¿Por quién doblan las campanas? (1940) y el de Manhattan Transfer empezó a romperse Bajo los trópicos, así titula Dos Passos el capítulo en el que da cuenta de ello. "Los problemas que surgen entre un hombre y sus amigos no son con frecuencia más que el resultado de hacerse viejo" (pág. 268)".
Es muy probable que, si la amistad entre los dos autores nunca llegó a romperse del todo, como aseguró el nieto de Dos Passos -llamado exactamente igual que su abuelo- en una visita a Madrid con motivo del rodaje de Duelo al sol (2015), un documental de Sonia Tercero, fue porque París era una fiesta, el libro en el que Hemingway vilipendia a Dos Passos -"cada dólar que gana le desplaza un poco más a la derecha", escribe en dichas páginas- es un título póstumo. Aparecido en 1964, los comentaristas tienden a sostener que "Hem", como le llama Dos Passos, lo dispuso así porque no quería estar vivo cuando su amigo supiese de los insultos que le dedicaba.
Si en verdad fue por eso, Dos Passos demuestra mucha más altura moral que el finado. Hemingway es un tema casi recurrente en Años inolvidables desde la página 77, cuando su amigo confiesa que empezó a apreciar Milán, tras "leer las deliciosas descripciones de la ciudad que hace Hemingway en Adiós a las armas". Sin embargo, en ningún momento le responde con la mezquindad que su colega le había ofendido a título póstumo. Puede que Dos Passos se contuviera porque los muertos no pueden defenderse o puede que evocase aquel adagio con que don Luis Buñuel atajó a Dalí cuando el pintor intentó rencontrarse con el cineasta años después de su ruptura -luego de que Dalí acusase a don Luis de ser comunista, haciéndole perder un ventajoso empleo en el MoMA neoyorquino-: "agua pasada no mueve molino".
En cualquier caso, "las cosas no volvieron a ser como antes" entre los dos escritores cierto día en que Dos Passos y Katy llegaron a la célebre casa de Hemingway en Key West y al anfitrión no le hizo ninguna gracia que su visitante dejase su sombrero -un Panamá, naturalmente- en un busto, como había venido haciendo hasta entonces (pág. 271).
Sin embargo, parece ser que fue en España, a la que uno y otro quisieron tanto, donde la ruptura llegó a consumarse. En ese documental de Sonia Tercero referido se investigaba sobre cómo la distancia entre los autores pudo haberse debido al asesinato del traductor al español de Manhattan Transfer, José Robles, profesor en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore. Hombre de buena voluntad, idealista, republicano convencido de que la república traería el progreso del país y el bienestar de sus gentes, Robles fue uno más de los muchos asesinados por la policía política de Stalin, que siempre contó con la aquiescencia del gabinete republicano, ya estuviera presidido por Largo Caballero (1936-1937) o por Negrín (1937-1939). A Robles, empleado como traductor en la embajada soviética, le fusilaron por pugnas de poder dentro de la propia delegación comunista. Cuando Dos Passos se lo comentó a Hemingway, parece ser que el autor de Adiós a las armas (1929) justificó aquel asesinato por el bien de la causa. Supongo que fue a partir de entonces cuando Hemingway empezó a decir que a Dos Passos no le movía más que el dinero con las mismas que los verdaderos estalinistas llaman "fascista" a todo el que no piensa como ellos. A partir de entonces, Dos Passos dejó de apoyar Tierra de España y la distancia entre los dos amigos se fue agrandando de forma inexorable.
Dos Passos no se refiere al asunto en Años inolvidables. Pero las referencias a ello en Duelo al Sol, sí que hicieron que yo me decidiese a leer estas memorias de Dos Passos. Ahora bien, sigo sin saber si Hemingway fue ese apologeta del estalinismo que aparentaba ser o si fue un auténtico quintacolumnista.
[1] Así le definió, con sumo acierto, un primo mío muy importante en la vieja España, con quien cambiaba impresiones sobre libros hace más de cuarenta años. Y así viene a calificarle el propio Dos Passos en el pasaje que recuerda cómo Hemingway era capaz de vender a un editor incluso los artículos futuros que él, Dos Passos, iba a escribir.
(continúa en el asiento siguiente)
Publicado el 4 de agosto de 2020 a las 00:45.