Los relatos más bellos del mundo VII
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Los relatos más bellos del mundo
(viene del asiento del 17 de feberero de 2020)
Una prueba irrefutable de la grandeza de la obra de Guy de Maupassant es su universalidad. Esta última, a su vez, queda harto demostrada con la disparidad de cineastas que se suceden entre las doscientas cincuenta y ocho adaptaciones del escritor acreditadas. Entre la nómina de realizadores que le han llevado a la pantalla destacan algunos de los grandes maestros de la historia del cine: Jean-Luc Godard y Jean Renoir, Kenji Mizoguchi y Robert Wise, Max Ophüls y Luis Buñuel... Y tampoco cabe duda de que si hay una pieza favorita de los adaptadores de Maupassant, ésa -por encima incluso de Bel ami (1885)- es Bola de sebo (1880).
La historia de Elizabeth Rousset, la cocotte que es digna de un respeto mucho mayor que los matrimonios "decentes", que la empujan a los brazos del oficial prusiano que la desea, es todo un alegato contra las pretendidas "buenas costumbres" de la "gente de provecho", que se les llamaba en mi infancia. Probablemente, Maupassant quiso arremeter contra esa burguesía del segundo imperio francés, que más o menos debió de huir tras la debacle de su ejército en la guerra franco-prusiana (1870-1871), con la misma prisa que parten de Ruan los compañeros de viaje de Elizabeth -Bola de sebo para sus amantes- con rumbo a El Havre. Son tantas las prisas con la que quieren dejar atrás la patria -en El Havre aguarda el barco al Reino Unido- que incluso se han olvidado de las viandas con las que matar el hambre cuando ésta empieza a agobiarles en la diligencia. Aunque las señoras no se dignan ni a mirar a Bola de sebo, nadie hace ascos a su comida -ni siquiera las monjas-, cuando ella les ofrece toda su provisión. Y bien puede decirse que hace honor a su apodo. De hecho, comen ocho personas a dos carrillos.
La camaradería que comienza a establecerse entre la cocotte y los burgueses es falsa, como tantas alianzas surgidas en la retaguardia y la vanguardia de todas las guerras. De modo que, la misma mañana en que Bola de sebo vuelve a la diligencia tras haber pasado la noche con el prusiano, condición que ha puesto el militar para que los franceses puedan seguir el viaje, las damas y los caballeros vuelven a despreciar a la cocotte cuyo sacrificio les ha permitido proseguir hacia El Havre.
Como es sabido, la burguesía no tiene más patria que su dinero. De hecho, en la guerra franco-prusiana, el verdadero patriotismo estuvo representado por el pueblo parisino, alzado en armas en la Comuna para la defensa de su ciudad, contra los prusianos primero y los versalleses después, entre marzo y mayo de 1871. Considerado el primer levantamiento del movimiento obrero, el internacionalismo proletario no fue óbice para que aquella defensa de París también fuera un acto de patriotismo.
Aunque siempre que voy a París visito el Muro de los federados en el cementerio del Père-Lachaise y el de la Comuna en concreto es un capítulo que me interesa por la admiración que me inspiran algunos comuneros -Nadar, Eliseo Reclus, Louise Michel...-, la historia del movimiento obrero me trae tan sin cuidado como la de la burguesía. A lo que voy es a la universalidad de Bola de sebo, que además de inspirar a Ernest Haycox y Dudley Nichols los desprecios que dedican a Dallas (Claire Trevor) sus compañeros de viaje en La diligencia (John Ford, 1939) unos años antes había sido el original versionado por Mizoguchi en Oyuki, la virgen (1935).
Con todo, a mi entender, la adaptación más redonda de Bola de sebo es la estrenada en 1944 por Robert Wise bajo el título de Mademoiselle Fifi. Se trata en realidad de una mixtura de los dos grandes relatos de guerra de Maupassant, Mademoiselle Fifi (1882) es el otro. Es cierto que Wise solo toma de Bola de sebo el fragmento de la diligencia, el resto pertenece a Mademoiselle Fifi. Raquel, la prostituta que ha de entregarse en esta ocasión al oficial prusiano, es un trasunto de Judit de Betulia, quien, para salvar a su pueblo de los asirios, sedujo y decapitó a Holofernes. Bola de sebo, en menor medida, también es una representación de la prostituta patriota. De hecho, Wise decidió unir a las dos heroínas de Maupassant en una cinta de clara exaltación nacional porque en 1944 Francia volvía a estar invadida por todos los alemanes, no solo por los prusianos.
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Tengo la teoría de que la Gran Guerra suscitó más pacifismo que la Segunda Guerra Mundial. En el cine puede hablarse de todo un subgénero de obras maestras: ¡Armas al hombro! (Charles Chaplin, 1918), El gran desfile (King Vidor, 1925), Sin novedad en el frente (Lewis Milestone, 1930) y un largo etcétera. En la literatura inglesa, su participación en las trincheras de 1914-1918 determinó el pacifismo de autores como J- R. Tolkien o Robert Graves.
Aún no he acabado de dilucidar por qué algunos escritores franceses que se batieron con más arrojo en aquel conflicto -Louis-Ferdinand Céline, Pierre Drieu-La Rochelle- acabaron siendo colaboracionistas con los invasores alemanes de su país en la siguiente guerra. Calculo que debió de ser por su antisemitismo, pero no lo sé.
Desde luego, la que sí que me es desconocida, es la literatura alemana sobre la Gran Guerra. Recuerdo vagamente algo en mis lecturas de Hermann Hesse en la adolescencia. A excepción de su cine -que en tantos periodos del amado siglo XX contó entre los mejores del mundo-, no hay duda de que la cultura alemana -no solo la literatura- no me interesa. De modo que debo reconocer que, con anterioridad a Aventuras de un macuto, la pieza de Heinrich Böll incluida en Los relatos más bellos del mundo, este gran autor, uno de los más representativos de las letras del milagro alemán era un desconocido para mí.
Mi segunda lectura de Böll -la primera fue El honor perdido de Katharina Bloom- no ha podido ser más halagüeña. Las historias construidas en torno a la peripecia de un objeto, que va pasando por diferentes dueños, suelen gustarme. En esta ocasión, el objeto es el macuto aludido. Lo estrena en septiembre de 1914 un tal Stobski, un joven polaco que aún no habla alemán cuando es reclutado por el ejército del Káiser. El infeliz está soñando con los buñuelos de su madre, mientras descansa en un "prado húmedo" durante el fragor de la batalla, cuando un obús cae sobre él.
Una semana después, el macuto es encontrado en una trinchera inglesa, a ochocientos metros de donde fue alcanzado su primer dueño, cuando la posición es tomada por los alemanes. "Aquello fue cuanto de Stobski se encontró en este mundo", escribe Böll. Los alemanes creen que su soldado ha muerto como un héroe tras llegar a la trinchera inglesa. Por eso, el capitán del soldado escribe a su madre informándole de la heroica muerte de Stobski.
Retomada la posición por los británicos, el macuto va a parar a manos de un soldado inglés, Wilkins Grayhead, quien pierde una pierna en un campo de Flandes y es licenciado. Como la paga de su empleo de conserje en un banco de Londres no le da para mantener su afición al tabaco y a la bebida, vende el macuto, que permanece durante una década en una chamarilería del Soho, junto a otros efectos militares de diferentes ejércitos europeos.
Todo el lote es adquirido por un intermediario que se lo revenderá a un estado Sudamericano que se dispone a librar una guerra contra un país vecino. Allí forma parte de la impedimenta de un mercenario alemán: Reinhold von Adams, quien cae a consecuencia del disparo de un compatriota, también soldado de fortuna del ejército enemigo. Wilhelm Habke es su nombre.
Cuando regresa a Alemania, Habke, quien se hace nazi -"ingresó en el partido de aquellos que vestían aquellos feos uniformes caquis"- le obsequia el macuto a su hijo Walter, contándole una historia fabulosa sobre el heroísmo con que lo llevó su abuelo. Ya en marzo de 1945, Walter es el soldado alemán que aparece muerto en la granja de la madre de Stobski. Ésta coge el macuto y lo dedica a guardar las cebollas sin llegar a saber que, treinta años antes perteneció a su hijo. Se cierra así un cuento tan antibelicista como hermoso.
Puede que estos, reunidos bajo el epígrafe de Relatos de Guerra sean de los pocos textos de la selección que sí hacen honor al título y en verdad cuenten entre los relatos más bellos del mundo.
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Siempre me ha sorprendido el interés que las guerras carlistas, en buena medida culpables de la miseria que sumió a España en el siglo XIX, han despertado en los escritores más insospechados. Así, hay autores que sostienen que Conrad traficó con armas para los de "don Carlos", experiencia de la que habría ido a dejar constancia en La flecha de oro (1919), relato que, en efecto, tiene como protagonista a una dama pretendida -como el trono de España- por Carlos de Borbón.
De lo que no hay duda es de que Ego te absolvo, la aportación de Oscar Wilde a la selección, está protagonizada por dos soldados de "don Carlos", de quienes creyeron que, "tras las fatigas y esfuerzos de Estella, España iba a ser suya". Pedro de Careaga es uno de ellos. Guerrillero en una partida comandada por un cura que responde al nombre de Miralles, quien pese a su ministerio no tiene ningún problema en fusilar a quien es menester con parsimoniosa indolencia. Al parecer se fusilaba así en las guerras carlistas. A mí me lo descubrieron las secuencias al respecto de Vacas (Julio Medem, 1992). Careaga presta su servicio como centinela la noche en que una hermosa mujer se acerca a su puesto montando un mulo. Tras derribar al animal de un disparo, la joven se le entrega. En ello está cuando es sorprendido por Joaquín Martínez, un compañero de armas que también quiere su parte del dulce botín. Como Careaga se niega, comienza una disputa. La primera en caer es la muchacha de un navajazo. Careaga no tarda en correr la misma suerte. El cura Miralles, acude al lugar atraído por el alboroto y tras absolver a Martínez le descerraja un tiro en la cabeza con esa parsimonia ya aludida.
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Según el antólogo anónimo, el nicaragüense Fernando Silva Espinoza fue uno de los autores centroamericanos que cobraron notoriedad a raíz del interés que despertó la literatura de las pequeñas repúblicas de aquella región, tras la concesión del Nobel en 1967 al guatemalteco Miguel Ángel Asturias.
Francisco, la pieza de Silva Espinoza incluida, está ambientada durante una operación militar en la jungla. El narrador es un tipo que tiene que facilitar el paso de un río a una tropa, un acto del que se arrepiente. Durante la operación, se va fijando en los distintos jóvenes -¿acaso guerrilleros?- a los que tiene que ayudar. Acaba por decidir que uno bien podría haber sido su hijo. Ése precisamente será quien les traicioné.
Un apunte al margen del relato, pero que sí denota cierto desdén, también percibido en ciertas palabras y frases atropelladas a lo largo de toda la edición: la ilustración de la página 387, que muestra un féretro con su ocupante, ha de ser la correspondiente a la siguiente narración, titulada El ataúd.
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Milovan Djilas fue un escritor yugoeslavo. Militante comunista y antiguo partisano, ocupó puestos de relevancia en los primeros gobiernos de Tito durante la posguerra. Hasta que sus críticas al sistema le acarrearon la expulsión del partido y la prisión. En La guerra, la pieza incluida en la selección, subyace esa camaradería pretendida por los comunistas entre los soldados y el pueblo. Se trata de una obra en verdad notable que versa sobre unos campesinos que tiran de un carro con el ataúd donde yace el cadáver de su último hijo. La evocación del Faulkner de Mientras agonizo (1930) ha sido inevitable.
Los campesinos de Djilas dicen llevar a su muerto a enterrar a su casa. El mayor al mando de la chalana con la que han de cruzar un río no solo les cree, también les abre el paso conmovido después de que los paisanos le comenten que han perdido a todos sus hijos en la guerra.
Pero otro labriego asegura al mayor que en la caja hay alguien vivo y el oficial ordena a uno de sus soldados abrir el féretro En efecto, el hijo de los campesinos esta vivo. El mayor, al comprender que se trata de un desertor, ya no atiende a los lamentos de sus padres: le pega un tiro y ordena a sus hombres que vuelvan a cerrar la caja; a los campesinos, que prosigan la marcha. El delator les asegura que él no quería "hacer daño a nadie", que les acusó ante el mayor porque supuso que dentro de la caja iba un espía. Excelente final para la mejor selección de Los mejores relatos del mundo.
Publicado el 6 de mayo de 2020 a las 00:15.