Diez años de El insolidario
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Primer asiento de El Blog
Mediados los años 90 advertí que se me empezaban a olvidar los libros leídos. Angustiado por ese primer síntoma de envejecimiento -la memoria es fundamental para mi trabajo-, decidí escribir sobre ellos al acabarlos. Metido en faena, el somero apunte del argumento no tardó en resultarme insuficiente. De modo que empecé a consignar entre mis comentarios otras consideraciones sobre la obra, el autor y cuanto la lectura me había sugerido.
Desde comienzos de la década venía publicando algunas críticas en La esfera, el entonces suplemento literario del diario El Mundo. Siempre que tenía oportunidad de hacerlo, me gustaba puntualizar que, más que críticas, eran reseñas: nunca denostaba ningún texto. Me dolían tanto entonces las malas críticas que se habían dedicado a algunas de mis primeras novelas -y en más de un caso por motivos extraliterarios- que me parecía una inmoralidad hacer lo mismo a otros autores. Nadie escribe un mal libro deliberadamente y, en cualquier caso, en las redacciones nunca falta alguien dispuesto a denigrar un texto.
Pues bien, en aquellos comentarios para que los libros leídos no pasasen como días en blanco, al estar concebidos para mi uso personal, sí que empecé a criticar lo que me disgustaba de los textos. Sin embargo, ya sea un mero billete -que se llama en el argot periodístico a las notas, a las piezas breves, de uno o dos párrafos cortos todo lo más-, un tratado sobre el Ser en su totalidad -si se diera el caso- o cualquier otro tema de semejante enjundia, mi entrega es la misma: lo doy todo. Para mí, escribir -además de mi forma de pensar, la manera de comunicarme con mis semejantes y mi ajuste de cuentas con la realidad- es el acto supremo del ser humano, lo que le diferencia de las bestias. Así que la redacción de aquellos artículos que no iba a leer nadie me resultaba tan laboriosa como cualquiera de los veintitantos que entonces publicaba mensualmente, en distintas cabeceras, para poder vivir. Era una pena. Aquel pequeño drama acabó siendo el origen de esta bitácora, que en estos días -el pasado miércoles para ser exactos- cumple diez años.
En efecto, apenas fui consciente de la fuerza que iban teniendo los blogs en la escena online, quise tener el mío para publicar aquellas piezas que venía escribiendo puesto a recordar los libros leídos. Intentando abrir uno en alguna de las plataformas al uso, me puse en contacto con mi buen amigo el novelista Leandro Pérez, antiguo compañero en La esfera, elmundolibro.com y mi mentor en mis primeros pasos en la Red, quien me invitó a abrirlo en Gente digital. En la década transcurrida desde entonces todo ha sido epifanía. Empezando por el accésit al Premio Paco Rabal que me concedió a un asiento de aquel año la AISGE.
Además de esos comentarios de los libros leídos, que desde el primero vengo reuniendo bajo el epígrafe de Cuaderno de lecturas, El insolidario -cuyo nombre es una exaltación de mi irreductible individualismo- me ha servido para ir publicando los artículos que acababan por dejarme colgados en los distintos medios que me los encargaban, algo sumamente frecuente en la experiencia del colaborador. Sin ir más lejos, ése fue el caso del primero, Un texto inédito al hilo de la extraña muerte de David Carradine.
Sin limitaciones de tema ni de extensión -raramente se puede publicar en los medios convencionales, incluso en los digitales, una pieza de más de seis u ocho folios- en mi blog también he ido colgando textos tan largos y personales como los que obedecen a la mera evocación nostálgica, a la observación subjetiva o al culto que rindo a Tintín, la Línea clara y el cómic belga en general.
Siendo como es el cine la inspiración del noventa por ciento de mi actividad literaria, ni que decir tiene que no ha faltado toda esa literatura que genera mi cinefilia. Hasta mi antigua afición a la fotografía tuvo cabida en El insolidario. Si bien, a medida que me fui haciendo un hueco en las redes sociales, en las que también entré para dar a conocer el blog, comprendí que eran ellas el lugar ideal para presentar mis imágenes.
Ya digo, mi blog -junto a los libros publicados en estos diez años- ha sido una de mis pocas alegrías en un tiempo tan parco en ellas como el nuestro. Y lo ha sido porque sé que hay gente que lo lee. La literatura, empero su grandeza, no es nada sin un lector. Aquí no tengo muchos. Habitualmente una veintena al día, un centenar todo lo más. Una minucia en comparación con los que me siguen en cualquier otra de las publicaciones con las que colaboro. Pero a mí me bastan. Saber que esos veinte -o poco más- me leerán, me procura el mismo entusiasmo que habría de procurarle al náufrago perdido en una isla saber que alguien ha leído el mensaje que introdujo en la botella que lanzó al mar. Y como cada vez que subo un nuevo asiento a esta bitácora me siento como ese náufrago, es mi deber terminar estas palabras expresando mi infinita gratitud a todos los lectores de El insolidario a lo largo de estos diez años. Mil gracias a quienes lo fueron, otras mil gracias a quienes lo siguen siendo e igual para cuantos lo serán. El panorama no pinta muy halagüeño, pero ojalá pueda seguir escribiendo para todos los lectores de estas páginas otros diez o veinte años más.
Publicado el 16 de abril de 2020 a las 16:30.