"El cine negro español", mi nuevo libro
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(He aquí un fragmento de mi nuevo libro, publicado por Ediciones JC, que en estos días se comienza a distribuir)
I. El spanish noir
La omnipresencia de la comedia en la historia del cine español puede llevarnos a creer que la primera ejecución por garrote vil que asomó a nuestra pantalla fue la mostrada en El verdugo (Luis Gª Berlanga, 1963). Así lo ha escrito, en efecto, algún comentarista. Sin embargo, y sin querer menoscabar por recordarlo a la indiscutible e indiscutida obra maestra de Berlanga, referencia fundamental del proverbial humor negro de nuestra cultura, hay que recordar que un año antes del estreno de El verdugo, en 1962, en Los atracadores, de Francisco Rovira Beleta, se había mostrado una ejecución por garrote vil y sin humor alguno.
El dramatismo con que Carmelo Barrachina (Julián Mateos), uno de los atracadores de Rovira pregunta a uno de sus verdugos si le harán sufrir, cuando el médico militar le administra la pastilla que le irá preparando para su último trance[1], está a la altura del de Barbara Graham (Susan Hayward) al ir a la cámara de gas en ¡Quiero vivir! (1958), el conmovedor alegato contra la pena de muerte de Robert Wise. Pero, incluso entre los cinéfilos españoles, se tiende a recordar antes a los ajusticiados en la pantalla estadounidense que en la autóctona.
Esta paradoja, más allá del sempiterno buen humor que impera en nuestra pantalla y del tradicional desdén que inspira a los españoles su propio cine, es debida a que el noir patrio nunca fue tenido en consideración por los espectadores, que iban al cine a divertirse con Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958), antes que a sumergirse en las tribulaciones de los atracadores que esperan al compinche que ha de llevarles el botín en Distrito quinto (Julio Coll, 1957) . Sin embargo, éste último es uno de los títulos canónicos de esa primera edad de oro del spanish noir, que -como venimos diciendo- se prolongó entre Apartado de correos 1001 (Julio Salvador, 1950) y Atraco a las 3 (1962), la parodia con la que José María Forqué fue a poner punto y final a ese primer esplendor del género.
[1] Con la legislación franquista, los delitos de sangre o cometidos a mano armada eran juzgados por tribunales militares y en las ejecuciones, solía ser un médico del ejército el encargado de certificar la muerte del condenado.
Publicado el 26 de febrero de 2020 a las 18:00.